jueves, 27 de noviembre de 2008

Leopold Café

Los viajeros de los setenta lo frecuentaban. Allí ibamos los que huiamos de los insípidos y anglicanos platos que nos daban en el Salvation Army Red Shield. Allí estábamos en el Leopold Café comiendo algo picante que despierte el coco y las piernas, que amortigüen los cuarenta grados que ardían afuera, esos platos que nos inyectaban las ganas de salir pronto para el norte o para el sur, a vivir con todo el cuerpo la inexplicable India.
A principios del siglo XX el Leopold Café, fundado por un parsi, tenía de vecino al Salvation Army que albergaba a los colonos alcohólicos y a los que habían perdido en norte, y más allá, digamos enfrente, el gran hotel Taj Mahal creado por otro Parsi, Jamsetji Tata, que, según cuenta la leyenda, le negaron al entrada al Hotel Apollo, solo para blancos, y dijo “voy a hacer el mejor hotel de la India que pueda recibir todos los habitantes del mundo”. Se refería a los habitantes con buena cuenta en el banco.
Pasaron años y el Leopold Café fue cambiando de ropa, de mesas y bajando el nivel convirtiéndose en un restaurante más caro donde iban los turistas que pagaban esos otros hoteles de 500 rupias. El tiempo pasó y tanto los hoteles como los platos subieron de precio, el caso es que yo por simpatía y homenaje nostálgico, cada tanto me regalaba un pollo al curry o un vegetable nudul, en el Leopold. El cajero y los encargados me saludaban como recibiendo a otra época, con la sonrisa del que le gustaría darse un paseíto por el pasado. Cuando empecé a trabajar de guía en el sur de India el viaje terminaba en Bombay, y si el grupo se portaba bien, (no siempre ocurría) yo les organizaba una despedida en el Leopold. Los encargados unían las mesas y al día siguiente me regalaban una T shirt con el nombre del restaurante.
Este año no hubo cena, el grupo no estuvo a esa altura, y cuando se marcharon me tomé un lasie de banana en el Leopold y a la noche un plato de palak pannir, espinaca con queso, y un garlic nan, un pan parecido al chapatti más blando, refregado en ajo. Me despedí de los encargados y del cajero la noche que iba a tomar el avión. Yo también los miro siempre desde los lejanos y soleados setenta

Ayer por la noche mi amiga Marisa me llamó desde Andalucía para decirme que en los atentados de Bombay habían ametrallado dentro del Leopold Café y que estaba viendo por la televisión como sacaban los cuerpos.

Me costó dormir, dando vueltas en la cama y a cada vuelta entendía menos todo, y a cada vuelta se me aparecía como una visión las entradas sin puertas del Leopold Café dando a la caótica avenida Colaba, la visión de la caja antes de los baños, y el ruido de las voces riéndose en distintos idiomas, esas voces que hoy la imbecilidad que vivimos las ha apagado.

Y ahora voy a decir algo que puede estallar en polémica, y pertenece a Krishnamurti, “el mínimo sentimiento de pertenencia a un país o a una religión nos hace responsables de las matanzas”

lunes, 24 de noviembre de 2008

al niño malo

Quisiera hacer una confesión light, eso, ligera, sublime, con poco peso.
Yo siempre fui el niño malo. Cuando en la escuela repetí segundo grado por mala conducta, el primer día de clase la maestra me sentó en el último banco y le dijo a los alumnos nuevos, “ven ese niño que esta allí, no se acerquen a él porque es malo”. Entre de los niños que me miraban con susto había tres o cuatro que me giñaron el ojo con complicidad. Supe entonces que contaba con verdaderos amigos que eran de mi calaña.
Mi hermana guarda todavía una nota que le enviaron a mi madre de la escuela con la siguiente misiva: “El niño José Rivarola está suspendido por haberle apretado fuertemente el cuello a Jaime Bedel”.
Me acuerdo también de una niña a la que le tiré del pelo en la furgoneta que nos llevaba al cole. No me acuerdo de la cara de la niña, pero sí de su llanto a gritos y de los mechones rubios que me quedaron entre los dedos.
En los veranos mi madre me amenazaba con ponerme un bozal para que no muerda a las señoras en la playa.
A Eduardo, mi hermano menor, le di innumerables cachetazos a lo largo de esa vida confusa que llevé en la casa paterna. Pagué karma, Hoy Eduardo se vengó comiéndome la mitad de la herencia.
A mi hermano Horacio con quien perdí todas las peleas porque era un rugbier grandote, un día le tiré un cuchillo que lo esquivó y se calvó en la cortina de una ventna (has visto Horacio, dije cuchillo).
En mi casa rayé muebles y rompí cuadros valiosos, y le robaba trajes a mi padre para empeñarlos en el banco municipal. También robé de mi casa platos de cerámica española y desparecieron algunas cosas que terminaron en tiendas de antigüedades. A mi madre le metía la mano en la cartera, y también a mi hermana María, pero esta se daba cuenta.
A los doce años me escapé de mi casa con intención de llegar a Chile y embarcarme hacia el oriente, pero no pasé de la ciudad de Córdoba y regresé interpretando el papel del hijo prodigo con un arrepentimiento que duró dos días. Fui a doce colegios. Me echaban, me iba, me echaban, rebeldía, insultos a los profes, poesía clandestina, huidas, golpes de conejo a los pelotas, esas cosas. Durante mi periodo de bachillerato hice un buena carrea de boxeo con peleas de semifondo en las esquinas, peso gallo.
El último colegio fue nocturno, había gente mayor, uno era italiano y recordaba los horrores de la segunda guerra mundial. Lo peor de cada casa estaba en ese colegio. La policía solía ir cuando denunciaban a un alumno que entraba con pistola o cuando ponían un petardo de pólvora en los baños. La vez que atamos al profe de física al balcón no hubo denuncia, solo gritos parecidos a los de Julieta llamando a su Romeo.
A los 17 años caí en coma etílico por ingerir una maravilloso whisky argentino que se llamaba “Cubana Sello Verde” mi padre tuvo que darme inyecciones de B 12 para que siga viviendo. Más tarde me emborraché con un whisky mejor, el que bebía mi padre, para escribir como Edgard Allan Poe, el resultado fue una resaca que me partía el cerebelo y una página llena de letras vomitivas. Las borracheras y las peleas, las huidas de casa, se sucedieron como algo cotidiano hasta que un día me subí al ferry “los 33 orientales” que cruzaba a Colonia de Uruguay y me fui a viajar por el mundo que antes veía en los mapas. Entonces me di cuenta que el niño malo había construido un personaje que atraería un tipo de amigos que me guiñarían el ojo con complicidad como aquellos del 2 grado de la escuela.
Y esta confesión no es más que un agradecimiento a la vida y al niño malo, por haberme dado esos amigos que son el mejor oro que hay en el mundo.

domingo, 9 de noviembre de 2008

ZA ZEN

Sentarme en el cojín colocando el pie derecho sobre la muslo izquierdo, medio loto.
Gooonnnggggggggggggggg
Respirar hacia abajo donde está la cavidad del estomago y la pelvis. Algo hay ahí. Algo hay de mí mucho más que aquí arriba donde pienso. Algo que está ahí, vivo, y que solamente en zazen se nota. Bueno a veces se siente en un coche, o cuando camino sin pensar nada que me inquiete. En un autobús se suele dar más que en un coche. Pero donde más se percibe es en zazen. Debería percibirlo en cada dia con la misma frecuencia de cuando me siento en zen, y tener más conciencia de ese yo solido instalado allí en la cavidad del Hara sobre todo ahora que vuelvo a Europa. Europa en crisis.. Cuando me fui se hablaba de una crisis, y la nombraban como el hombre del tiempo cuando anuncia tormenta. Pero hoy las noticas son gordas. La tormenta debe haber estallado. Gente despedida de los trabajos, gente en la calle, gente sin casa. Gente arrebujada en una manifestación, levantando pancartas con los ojos mirando hacia el suelo, y en la manifestación piensan si estamso unidos vamos a vencer. La utopía de siempre.
Respirar, expirar hacia el fondo de uno mismo, y al estar meramente ahí los pájaros de afuera se escuchan con esa claridad de tonos que combinan con el viento en las ramas. Hay un pájaro que canta desde lejos la misma canción, como si cumpliera su propia monotonía de pájaro cada mañana. ¿Estará todo medido en el universo? El movimiento del pájaro, los tigres, los elefantes, las tormentas, los tsunamis, el movimiento de los humanos como lo asegura el concepto de “Lila” el juego de Dios. ¿O será el juego de unos pocos millonarios?, que quieren hacerse con el timón de la tierra como lo están revelando esas películas que corren por vía subterránea en Internet. La crisis orquestada para lograr un estado policial, patadas en las puertas, trenes cargados de gente rumbo a cualquier muerte. Cuatro Big Brothers toman el mando del mundo entero y nos vigilan con ojos pegados en cada pared de las ciudades, de los pueblos, hasta ojos en los árboles, en la tierra, en las piedras.
Respirar, sentir el cuerpo en la respiración, sentir como se desliza la expiración que toma conciencia de las piernas, de todo esto que esta aquí respirando. No hay ahora sin aquí, el aquí es primordial para que surja el ahora. (Cómo se me fue la bola) ¡Esta bien, esta bien!, la bola es parte del zazen. Mirar los pensamientos como van y vuelven. Como son de estúpidos a veces porque a mí la crisis mucho no me, no me… es que nací en bancarrota y de ese modo me voy a ir. Pero el personal, madre mía que pesadilla ver esas caras que se desesperan y deliran y el humor se arruga hasta podrirse, y van todos apelmazados en una caja de frutas donde se pudren juntos para protegerse, ¡y el olor! ¡el olor del miedo! Que apesta a miedo.
¡Bueno José ya!, ¡joder!, ¡no te pases!
Expirar, respirar tranquilo, dejar que la respiración respire, que el cuerpo respire mientras lo observamos como se observa a un niño jugando, y dejar que la bola pase, se vaya y vuelva, y hablando de volver, tengo ya ganas de volver, de subirme al gran avión que va a volar por todos los mares y montañas, pasará a diez mil metros de una aldea de iraníes que comen arroz con salsa picante mientras a mi me sirven pollo con patas en el avión. Volver, sentir que cambian los colores de la India por el gris limpio de Barcelona. Comer un croissant mojándolo en el café con leche mientras leo el periódico, ver los ciudadanos abrigados que corren urgentes al trabajo. Caminar libre oteando los balcones modernistas, el reflejo de los arboles en los cristales de las tiendas, y sentir ese silencio comparado con el ruido de la India. Aunque… la verdad… esta vez no sentí tanto ruido como en otros años. Será porque una vez que despedí el grupo me vine aquí, a este lugar rodeado de bosques y de valles, y me me quedé dos meses haciendo esto, solo esto, respirar hacia abajo, y sentirme en el centro donde se unen todos los centros, algo parecido a la luna cuando marca su línea en el lago y se la puede ver desde cualquier orilla. Ah, también estuve escribiendo, que es otra forma de respirar, de soltar la bola para que ruede hacia donde le dé la gana.
El cuerpo se acostumbró a despertarse a las cinco cada madrugada, a ver el cambio de la noche al amanecer en esas estrellas que huyen hacia las sombras de los pinos, en esa claridad que alumbra al otro lado de las hojas de los eucaliptos. Y escuchar el Gonggggg, viendo como entran los otros en silencio. Viéndome entrar, verme saludar a la imagen del Buda, y sentarme en el cojín colocando el pie derecho sobre el muslo izquierdo, medio loto.
¿Qué carajo voy a hacer cuando llegue a Europa?
Goppngggggggggggggg

respirar, respirar.


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