domingo, 21 de diciembre de 2008

cuento clínico.

Sale un chorrito de nada y me duele como si fuera agua hirviendo, dijo Aitor.
Voy a llamar al Urólogo –dijo el médico de urgencias –generalmente no viene porque está muy ocupado.
Aitor sentado en la camilla con esa batita ridícula que les ponen a los pacientes, miraba afligido el suelo, ¡qué tiempos aquellos cuando no me pasaba nada!
El médico bajó con otro médico joven tan flaco que la bata blanca le quedaba grande y sacaba pecho en una postura arrogante, era el urólogo.
−Le voy a cambiar el antibiótico para la infección que le dio el otro médico, y le voy a dar unas medicinas que bajan el tamaño de la próstata. Para la infección va a tomar estos sobres durante un mes.
−Pero el otro médico…
−Pero yo soy el urólogo.

En casa abrió el primer sobre. Salía una pasta blanca que había que meterse en la boca y tragarla con todo el disgusto del universo.
El sabor horrible de la pasta no se iba durante el día, lo perseguía a Aitor por todas partes, los pensamientos se le volvieron pastosos, sentía la pasta abominable recorriendo toda la piel, los arboles se volvían de un gris trágico, los sueños tenían ese color gris totalmente ocupados por el sabor agrio, meloso, ruinoso y gaarrooomoso, esta última palabra fue un invento de Aitor porque no encontraba ninguna otra que se adecue a ese sabor. Hasta tuvo miedo de extraterrestres que se le metan por vía oral y el urólogo sea un estratega de la invasión de otros mundos.
Por otra parte, tenía mareos, y diarrea, cuando iba al váter estallaban formas inconfesables. Leyó el prospecto en los posibles “efectos adversos” y faltaba decir que le iba a salir una nueva cabeza por el culo.
¡Basta! Dijo al tercer día, ¡no puedo más!, un mes con este antibiótico y desaparezco en el éter.
Decidió ir al urólogo de una clínica de pago. “Otro tipo que me diga lo contrario”.
Mientras esperaba en una sala limpia, acogedora, casi PP, llegó una pareja de gente mayor, la señora era bizca, su marido un ser derrotado. La placa en la puerta decía Dr. Ahmed, es árabe, pensó Aitor, mejor todavía.
Pase usted, le dijo la secretaria a Aitor. La puerta se abre y ¿Quién está ahí? El jovencito urólogo falco de pose arrogante que lo había atendido en Urgencias.
− ¡Como le va!− su sonrisa pasaba más allá de la oreja a oreja, y aquella arrogancia no era más el estado natural de la dignidad árabe.
−Yo con estos sobres no llego a Navidad – le dijo a Aitor.
−no pasa nada, cambiamos el antibiótico, pero mantenga las de la próstata que son importantes.
− ¡Como me alegré de esos zapatazo que le tiraron a Bush!
− ¡Ese es un hombre con cojones! –exclamó, casi gritó Ahmed- ¿ese es un héroe!

Transcurrió una rato tan largo que la señora bizca le dijo a su marido, el señor que pasó debe tener algo grave, mientras que en la consulta Ahmed y Aitor montaban una puesta en escena de un Gólgota donde Bush desnudo y atado a un palo sobre un pira estaba acompañado de sus dos ladrones, Blair y Aznar, también atados a los palos a punto de ser incinerados.

martes, 16 de diciembre de 2008

Cuento Anticlínico

−Como si siga lloviendo así no vamos a poder entrar por el atasco que nos espera −dijo el conductor de la ambulancia.
El compañero no dijo nada. Permaneció a oscuras junto a la camilla donde iba Julen con un ataque cardiaco, ahora tranquilo, mirando la carrocería del techo de la ambulancia, que era como un cielo de invierno. A un lado la silueta del enfermero quieto como un ángel esperando.
− ¡Cómo llueve! –volvió a decir el conductor sin obtener respuesta.
Julen sabía que no iba a durar más de dos días en el hospital, y que los médicos le dirían no piense esas cosas, usted tiene para rato y él iba quedar agradecido pero lo sabía como quien sabe que existe, como quien sabe que hay noches, que hay días.
Lo peor, pensó Julen, es morir en una cama atravesado por una red de tubos, y eso es lo que no acepto, no quiero, eso no va a ocurrir, eso también lo sé.
Recordó un cuento de Borges en el que el personaje esta delante del mismo espanto, la muerte aséptica acompañada de sueros y sedantes, entonces salta a otra muerte más noble y termina combatiendo a facón con un gaucho a la madrugada.
Recordó una frase que leyó en una tienda, “El pensamiento crea realidades” tal vez para lanzar un producto, pero se hizo firme de esas palabras, cerró los puños, cerró los ojos tan fuerte como los puños, y dijo no quiero morir combatiendo, sino después del combate, y va a ocurrir y va a ocurrir, va a ocurrir
Con los ojos cerrados escuchó un rumor de piedras como de derrumbe, o es algo que se desliza sobre un camino de piedras, como una rasta de madera y me siento sacudido por ese ruido y al abrir los ojos me veo acostado en una canoa como de mohicanos, o de indios de algún lado, y todo alrededor es selva salvo esa claridad donde está el mar, huele a pescado, a sal, dos indios empujan la canoa, yo voy atado y cubierto por mantas de pieles, la playa es de piedras redondas, me empujan, ya entro en el agua, voy a hacia las olas, me mojo con espumas, los indios metidos en el agua empujan hasta pasar al rompiente y por fin la canoa se aleja hacia un horizonte tan luminoso que me da la sensación de volver a un lugar que hace milenios he habitado, liviano y libre, tan lejos y cerca, mucho más inmenso que lo que he dejado.
− ¡Lo sabia! –exclamó el conductor –el maldito atasco y la maldita lluvia nos hicieron llegar tarde.
El compañero no respondió.

domingo, 7 de diciembre de 2008

la Madre, la Muerte, la India

Andrés Di Tella director, entre otras, de la insólita película “Fotografías” me dijo una vez refiriendose a esta última; “hubo escenas que tuve que cortar como si me cortara un dedo”. Esta que transcribo es una las escenas que no salieron, (lo que no sé es si se trata de un dedo de mi amigo) pero aquí transcribo este monologo sobre la Madre, la India y la Muerte, que pude encajar en el libro que ya acabe y está en reposo esperando una voz que le de salida.


Fragmento "Madame Mamita"

Al llegar a aquel cruce que se iba a la Porteña, Andrés me apuntaba con la cámara preguntándome porque hacía yo este libro y qué sentido tenía para mí la vida de Adelina del Carril y de Güiraldes, porque generalmente son los críticos de ese tipo de literatura los que se pasan la vida rondando estos temas; pero un tipo como vos...
Le expliqué que el asunto venía desde un espacio un tanto insondable, la verdad te digo, apenas lo percibo, pero tiene que ver mucho con la madre. Desde el primer día que Rama me empezó hablar de su Mamita, y la personalidad de la Shakti, vi que las historias convergían todas hacia el concepto de la Madre Universal. Y que en la India cuando uno emprende el camino espiritual lo bautizan con un nombre de iniciación, el nombre que ese chico le dio a Adelina tenía mucho de eso, Rama le llama Mamita, y Adelina recibe el nombre de lo que siempre fue, porque fue también Mamita para Ricardo, Mamita para muchos de los amigos poetas de Ricardo, los de Proa, Mamita para Rama, y ahora, desde hace tiempo siento que es Mamita para mí, como si me empujara a hacer este trabajo.
Siguiendo el hilo de la Madre recordé una anécdota que me ocurrió en Varanasi, y me puse a contarla conduciendo el coche con la cámara de Andrés apuntando mi perfil.
Fue hace un tiempo atrás cuando de guía acompañé los del grupo español a ver las cremaciones del Manikarnika gath.
La cuidad de Varanasi acaba la orilla del Ganges y del otro lado del río, no hay más que campo desolado, al anochecer suelen verse largas franjas rojizas en el horizonte. Debajo de nuestra rampa, tres cadáveres se envolvían en las llamas de las piras funerarias. De pronto alguien me agarró del brazo con fuerza. Era un tipo joven, delgado, y abrigado con un chal oscuro, me pidió cincuenta rupias para los que están en la sala de un edificio que se veía sobre el río. Era la sala de los que esperan la muerte. Pensando lo acostumbrado, “este se va a guardar la guita”, le dije que dudaba de su historia.
−Entonces ven tú conmigo –me dijo–, y tú mismo les das las cincuenta rupias, ven conmigo.
Lo seguí un poco avergonzado por mi desconfianza, admirando a la vez a este tipo que solo quería ayudar a los moribundos de Benarés, ¿sabes? Cada mañana los encargados van a esa sala y recogen a los que han muerto en la noche para llevarlos a las piras.
Subí unos escalones y me encontré de pronto con una visión patética; en un lugar oscuro apenas alumbrado por una lámpara de aceite se marcaban las formas como sombras recostadas contra la pared. Estaban quietas, parecían fantasmas, o seres de otro mundo echados como muñecos espantosos, tan parecido también a esos cuadros tétricos del renacimiento donde ves las almas amarillas como muertos desnudos que esperan el juicio: estaban apenas cubiertos con unos trapos sucios, y el olor era inaguantable.
Una de esas formas se levantó; era una anciana que tendría siglos de existencia, muy pequeña y raquítica, como si fuese hecha de palo, y no pude verle la cara porque tenía la cabeza cubierta por una tela a modo de capucha.
−Dale el dinero a ella –me dijo el chico− ella se encarga ahora, si muere esta noche se encargará otro mañana.
Le di las cincuenta rupias y la mujer alzó una mano de verdadero esqueleto para bendecirme. Me arrodillé, y al sentir los huesos de su mano en mi cabeza, las lagrimas me salieron fluyendo en silencio porque supe con todo mi ser que era la Madre India; Baharat Mata, que después de tanta relación e intimidad con ella, que después de todo lo que yo había sufrido, llorado, reído, y vivido con una realidad pasmosa recorriendo su cuerpo de norte a sur, ahora, esa Madre India tomando la forma de la muerte, me bendecía.
Me emocioné al contarlo con la cámara al lado, no debí contar esto, porque siempre al llegar a los huesos de la mano las lágrimas tratan de salir.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Leopold Café

Los viajeros de los setenta lo frecuentaban. Allí ibamos los que huiamos de los insípidos y anglicanos platos que nos daban en el Salvation Army Red Shield. Allí estábamos en el Leopold Café comiendo algo picante que despierte el coco y las piernas, que amortigüen los cuarenta grados que ardían afuera, esos platos que nos inyectaban las ganas de salir pronto para el norte o para el sur, a vivir con todo el cuerpo la inexplicable India.
A principios del siglo XX el Leopold Café, fundado por un parsi, tenía de vecino al Salvation Army que albergaba a los colonos alcohólicos y a los que habían perdido en norte, y más allá, digamos enfrente, el gran hotel Taj Mahal creado por otro Parsi, Jamsetji Tata, que, según cuenta la leyenda, le negaron al entrada al Hotel Apollo, solo para blancos, y dijo “voy a hacer el mejor hotel de la India que pueda recibir todos los habitantes del mundo”. Se refería a los habitantes con buena cuenta en el banco.
Pasaron años y el Leopold Café fue cambiando de ropa, de mesas y bajando el nivel convirtiéndose en un restaurante más caro donde iban los turistas que pagaban esos otros hoteles de 500 rupias. El tiempo pasó y tanto los hoteles como los platos subieron de precio, el caso es que yo por simpatía y homenaje nostálgico, cada tanto me regalaba un pollo al curry o un vegetable nudul, en el Leopold. El cajero y los encargados me saludaban como recibiendo a otra época, con la sonrisa del que le gustaría darse un paseíto por el pasado. Cuando empecé a trabajar de guía en el sur de India el viaje terminaba en Bombay, y si el grupo se portaba bien, (no siempre ocurría) yo les organizaba una despedida en el Leopold. Los encargados unían las mesas y al día siguiente me regalaban una T shirt con el nombre del restaurante.
Este año no hubo cena, el grupo no estuvo a esa altura, y cuando se marcharon me tomé un lasie de banana en el Leopold y a la noche un plato de palak pannir, espinaca con queso, y un garlic nan, un pan parecido al chapatti más blando, refregado en ajo. Me despedí de los encargados y del cajero la noche que iba a tomar el avión. Yo también los miro siempre desde los lejanos y soleados setenta

Ayer por la noche mi amiga Marisa me llamó desde Andalucía para decirme que en los atentados de Bombay habían ametrallado dentro del Leopold Café y que estaba viendo por la televisión como sacaban los cuerpos.

Me costó dormir, dando vueltas en la cama y a cada vuelta entendía menos todo, y a cada vuelta se me aparecía como una visión las entradas sin puertas del Leopold Café dando a la caótica avenida Colaba, la visión de la caja antes de los baños, y el ruido de las voces riéndose en distintos idiomas, esas voces que hoy la imbecilidad que vivimos las ha apagado.

Y ahora voy a decir algo que puede estallar en polémica, y pertenece a Krishnamurti, “el mínimo sentimiento de pertenencia a un país o a una religión nos hace responsables de las matanzas”

lunes, 24 de noviembre de 2008

al niño malo

Quisiera hacer una confesión light, eso, ligera, sublime, con poco peso.
Yo siempre fui el niño malo. Cuando en la escuela repetí segundo grado por mala conducta, el primer día de clase la maestra me sentó en el último banco y le dijo a los alumnos nuevos, “ven ese niño que esta allí, no se acerquen a él porque es malo”. Entre de los niños que me miraban con susto había tres o cuatro que me giñaron el ojo con complicidad. Supe entonces que contaba con verdaderos amigos que eran de mi calaña.
Mi hermana guarda todavía una nota que le enviaron a mi madre de la escuela con la siguiente misiva: “El niño José Rivarola está suspendido por haberle apretado fuertemente el cuello a Jaime Bedel”.
Me acuerdo también de una niña a la que le tiré del pelo en la furgoneta que nos llevaba al cole. No me acuerdo de la cara de la niña, pero sí de su llanto a gritos y de los mechones rubios que me quedaron entre los dedos.
En los veranos mi madre me amenazaba con ponerme un bozal para que no muerda a las señoras en la playa.
A Eduardo, mi hermano menor, le di innumerables cachetazos a lo largo de esa vida confusa que llevé en la casa paterna. Pagué karma, Hoy Eduardo se vengó comiéndome la mitad de la herencia.
A mi hermano Horacio con quien perdí todas las peleas porque era un rugbier grandote, un día le tiré un cuchillo que lo esquivó y se calvó en la cortina de una ventna (has visto Horacio, dije cuchillo).
En mi casa rayé muebles y rompí cuadros valiosos, y le robaba trajes a mi padre para empeñarlos en el banco municipal. También robé de mi casa platos de cerámica española y desparecieron algunas cosas que terminaron en tiendas de antigüedades. A mi madre le metía la mano en la cartera, y también a mi hermana María, pero esta se daba cuenta.
A los doce años me escapé de mi casa con intención de llegar a Chile y embarcarme hacia el oriente, pero no pasé de la ciudad de Córdoba y regresé interpretando el papel del hijo prodigo con un arrepentimiento que duró dos días. Fui a doce colegios. Me echaban, me iba, me echaban, rebeldía, insultos a los profes, poesía clandestina, huidas, golpes de conejo a los pelotas, esas cosas. Durante mi periodo de bachillerato hice un buena carrea de boxeo con peleas de semifondo en las esquinas, peso gallo.
El último colegio fue nocturno, había gente mayor, uno era italiano y recordaba los horrores de la segunda guerra mundial. Lo peor de cada casa estaba en ese colegio. La policía solía ir cuando denunciaban a un alumno que entraba con pistola o cuando ponían un petardo de pólvora en los baños. La vez que atamos al profe de física al balcón no hubo denuncia, solo gritos parecidos a los de Julieta llamando a su Romeo.
A los 17 años caí en coma etílico por ingerir una maravilloso whisky argentino que se llamaba “Cubana Sello Verde” mi padre tuvo que darme inyecciones de B 12 para que siga viviendo. Más tarde me emborraché con un whisky mejor, el que bebía mi padre, para escribir como Edgard Allan Poe, el resultado fue una resaca que me partía el cerebelo y una página llena de letras vomitivas. Las borracheras y las peleas, las huidas de casa, se sucedieron como algo cotidiano hasta que un día me subí al ferry “los 33 orientales” que cruzaba a Colonia de Uruguay y me fui a viajar por el mundo que antes veía en los mapas. Entonces me di cuenta que el niño malo había construido un personaje que atraería un tipo de amigos que me guiñarían el ojo con complicidad como aquellos del 2 grado de la escuela.
Y esta confesión no es más que un agradecimiento a la vida y al niño malo, por haberme dado esos amigos que son el mejor oro que hay en el mundo.

domingo, 9 de noviembre de 2008

ZA ZEN

Sentarme en el cojín colocando el pie derecho sobre la muslo izquierdo, medio loto.
Gooonnnggggggggggggggg
Respirar hacia abajo donde está la cavidad del estomago y la pelvis. Algo hay ahí. Algo hay de mí mucho más que aquí arriba donde pienso. Algo que está ahí, vivo, y que solamente en zazen se nota. Bueno a veces se siente en un coche, o cuando camino sin pensar nada que me inquiete. En un autobús se suele dar más que en un coche. Pero donde más se percibe es en zazen. Debería percibirlo en cada dia con la misma frecuencia de cuando me siento en zen, y tener más conciencia de ese yo solido instalado allí en la cavidad del Hara sobre todo ahora que vuelvo a Europa. Europa en crisis.. Cuando me fui se hablaba de una crisis, y la nombraban como el hombre del tiempo cuando anuncia tormenta. Pero hoy las noticas son gordas. La tormenta debe haber estallado. Gente despedida de los trabajos, gente en la calle, gente sin casa. Gente arrebujada en una manifestación, levantando pancartas con los ojos mirando hacia el suelo, y en la manifestación piensan si estamso unidos vamos a vencer. La utopía de siempre.
Respirar, expirar hacia el fondo de uno mismo, y al estar meramente ahí los pájaros de afuera se escuchan con esa claridad de tonos que combinan con el viento en las ramas. Hay un pájaro que canta desde lejos la misma canción, como si cumpliera su propia monotonía de pájaro cada mañana. ¿Estará todo medido en el universo? El movimiento del pájaro, los tigres, los elefantes, las tormentas, los tsunamis, el movimiento de los humanos como lo asegura el concepto de “Lila” el juego de Dios. ¿O será el juego de unos pocos millonarios?, que quieren hacerse con el timón de la tierra como lo están revelando esas películas que corren por vía subterránea en Internet. La crisis orquestada para lograr un estado policial, patadas en las puertas, trenes cargados de gente rumbo a cualquier muerte. Cuatro Big Brothers toman el mando del mundo entero y nos vigilan con ojos pegados en cada pared de las ciudades, de los pueblos, hasta ojos en los árboles, en la tierra, en las piedras.
Respirar, sentir el cuerpo en la respiración, sentir como se desliza la expiración que toma conciencia de las piernas, de todo esto que esta aquí respirando. No hay ahora sin aquí, el aquí es primordial para que surja el ahora. (Cómo se me fue la bola) ¡Esta bien, esta bien!, la bola es parte del zazen. Mirar los pensamientos como van y vuelven. Como son de estúpidos a veces porque a mí la crisis mucho no me, no me… es que nací en bancarrota y de ese modo me voy a ir. Pero el personal, madre mía que pesadilla ver esas caras que se desesperan y deliran y el humor se arruga hasta podrirse, y van todos apelmazados en una caja de frutas donde se pudren juntos para protegerse, ¡y el olor! ¡el olor del miedo! Que apesta a miedo.
¡Bueno José ya!, ¡joder!, ¡no te pases!
Expirar, respirar tranquilo, dejar que la respiración respire, que el cuerpo respire mientras lo observamos como se observa a un niño jugando, y dejar que la bola pase, se vaya y vuelva, y hablando de volver, tengo ya ganas de volver, de subirme al gran avión que va a volar por todos los mares y montañas, pasará a diez mil metros de una aldea de iraníes que comen arroz con salsa picante mientras a mi me sirven pollo con patas en el avión. Volver, sentir que cambian los colores de la India por el gris limpio de Barcelona. Comer un croissant mojándolo en el café con leche mientras leo el periódico, ver los ciudadanos abrigados que corren urgentes al trabajo. Caminar libre oteando los balcones modernistas, el reflejo de los arboles en los cristales de las tiendas, y sentir ese silencio comparado con el ruido de la India. Aunque… la verdad… esta vez no sentí tanto ruido como en otros años. Será porque una vez que despedí el grupo me vine aquí, a este lugar rodeado de bosques y de valles, y me me quedé dos meses haciendo esto, solo esto, respirar hacia abajo, y sentirme en el centro donde se unen todos los centros, algo parecido a la luna cuando marca su línea en el lago y se la puede ver desde cualquier orilla. Ah, también estuve escribiendo, que es otra forma de respirar, de soltar la bola para que ruede hacia donde le dé la gana.
El cuerpo se acostumbró a despertarse a las cinco cada madrugada, a ver el cambio de la noche al amanecer en esas estrellas que huyen hacia las sombras de los pinos, en esa claridad que alumbra al otro lado de las hojas de los eucaliptos. Y escuchar el Gonggggg, viendo como entran los otros en silencio. Viéndome entrar, verme saludar a la imagen del Buda, y sentarme en el cojín colocando el pie derecho sobre el muslo izquierdo, medio loto.
¿Qué carajo voy a hacer cuando llegue a Europa?
Goppngggggggggggggg

respirar, respirar.


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lunes, 1 de septiembre de 2008

El Grande

Son las seis y media de la tarde, y suena el llamado de la mezquita. La voz del muecín es gigante, ALLAAAAAHHH - H- AKBAR. la Voz ocupa los edificios, las ventanas donde hay gente colgando ropa, los techos de Madrás plagados de cuervos. LAHILA HAAAAAAAA- MOHAMED -UR-RASULILAAAAAAAHH. Suena aquí en mi habitación antigua, suena desde la profundidad infinita del espejo. Suena como si el muecín estuviese llamando desde el mosquitero. Suena en las sillas de mimbre, en las rejas de mi ventana. Suena en mi pasado de viajero sin regreso. En aquel que escuchó por primera vez el llamado en Estambul, cuando Estambul era una ciudad romántica y difícil; reencarnación pasada de la actual. Y entonces me movía por calles, por campos, por playas, en trenes, en autobuses destartalados, en camiones que iban a velocidad de nubes. Y avanzaba sin tiempo hacia cualquier horizonte. Eso he creído, que era yo el que iba, hasta que caí en la cuenta que era Ala el Grande quien me llevaba y me enseñaba los países, las montañas, lo ríos, las islas, los rostros, las risas, las camas, los amores. Y me enseñaba el misterio del mar, que es el mismo de las estrellas, que es el mismo misterio que hay entre el pecho y el estomago. Aquí, donde el muecín sigue sonando
ALLAAAAAAAAAAAAAHHH-HU-AKBAR

martes, 29 de julio de 2008

India Interior

Dentro de pocos días me voy a la India. Salgo de guía de un grupo de 22 españoles/las o españoles/los. Les daré una vuelta de 26 días por el sur y luego ellos volarán a Madrid, a Barcelona, a Bilbao y demás y les van a decir a sus familias y a sus amigos, “ya conocemos la India”.
Mi primer viaje a la India fue en aquel éxodo hippie de 1971, había que atravesar el invierno helado de Asia, y tratar de cruzar las fronteras de Pakistán cerradas por la reciente guerra de Bangla Desh. Volví en 1977, 1982, 1988, y a partir de 1990 conseguí la excusa para ir cada año trabajando de guía para una agencia española de turismo de aventura. Cada año despido (con mucho alivio, y mucho éxtasis) a los turistas en el aeropuerto de Bombay y me quedo unos cuantos meses más, hasta diciembre o enero. Cuando me preguntan si conozco la India respondo inmediatamente; no tengo ni idea, no, no la conozco, es un país con algo de dios personal. Cada año creo entender una costumbre o un modo de ser, y al año siguiente la Madre India, Baharat Mata, se encarga de romperme la creencia delante de mis ojos. De modo que no, no conozco la India, solamente puedo opinar sobre la India que percibe mi cuerpo, y mis sentimientos. La India que yo vivo y he vivido, y que se disuelve en una amalgama de recuerdos tergiversados por la mente. Pero existe una India Interior que la siento ahí, por aquí al lado, por aquí debajo. Aunque esté pensando en pajaritos preñados, esa India del Silencio subyace como un mar de fondo mientras duermo, mientras como, mientras viajo, mientras pierdo la paciencia con alguien, mientras los recuerdos traen tráilers borrosos de mi vida. Una India Interior que parece sostener una existencia que está más allá de los límites de mi piel, y me lleva como el cisne lleva a Brahma, como el águila Garuda lleva a Vishnú, como el toro Nandi lleva a Shiva. Una India Interior que se vuelve vehículo invisible y se dirige hacia un horizonte desconocido cuyo paraíso es el momento, cuyo paraíso es la sorpresa.

martes, 22 de julio de 2008

Columna miserable

Transcribo aquí una carta a la página de “Cartas al director” del periódico El País que envié hace una semana. Por el contenido del texto di por seguro que no sería publicado. En cartas anteriores que he enviado a el mismo periódico recibía la respuesta de que apreciaban mi intención pero debido a la saturación de correspondencia etc., etc.
Sería un milagro que me aprecien ésta que publico en el blog



CartasDirector@elpais.es

Sr. Director.

Leo en el país del sábado 12 de julio, relegada a la página 6, una columna mínima y miserable para la dimensión de la noticia que anuncia. La aviación de Estados Unidos mata a 47 afganos en una boda, 39 de ellos eran mujeres y niños. Los americanos se excusan: “había talibanes”, cuando los testigos declaran que no había ninguno (y aunque los hubiera). Mi reacción es de incredulidad, no puedo entender que semejante notica haya salido tan pobre y desapercibida en una columna mínima. Me entero, aun con más asombro, que el bombardeo ocurrió el pasado domingo, entonces busco en internet las noticas internacionales del domingo 6 y de lunes 7 y no hay ni rastros de esta barbaridad. El terrorismo perpetrado por un miembro de la globalización, no es terrorismo, y la noticia debe salir solapada seis días después, y con mucha cautela cosa que pase inadvertida.
Siendo consciente que por novena vez me van a rechazar esta carta a director disculpándose por no publicarla debido a la cantidad de cartas recibidas, envío este sentimiento de percepción de la locura mediática a ustedes, señores periodistas, empezando por la pregunta, ¿qué hubiese ocurrido si todos esos niños y mujeres despedazas hubiesen sido europeos o americanos, ¿en que pagina y con que dimensión saldría la notica? ¿Qué hubiese ocurrido si hubiesen sido españoles? ¿Cuántos días saldría la notica, cuantos días en los informativos? Última pregunta. ¿Qué diferencia existe entre la muerte de un niño, de una mujer, y un hombre español, europeo, americano, con uno africano, asiático, sudamericano o afgano, asesinado por el terrorismo disfrazado de daño colateral? Me da una vergüenza infinita señores, solo me queda decirles que si continúan con la monstruosa graduación de muertos, ustedes se convierten también en responsables, al no denunciar con la furia que se merece, las masacres de aquellos dementes que dicen combatir el eje del mal.

José Rivarola

jueves, 10 de julio de 2008

el hermano lejano

Camilo Pancheri había nacido el mismo año que yo. No sé si fue eso lo que le hizo identificarse o qué, pero cada vez que yo colocaba la escalera en la horqueta del manzano, Camilo ponía su escalera en el mismo árbol y subía con el cubo. Los dos sacábamos las manzanas golden y Camilo me contaba su vida y sus traumas. La Val de Non era desde lo alto del árbol una variedad de pueblos allá debajo, con sus casas iguales rodeando la iglesia. Daba la impresión de la gallina con sus pollitos.
−Mi hermano es ingeniero –decía Camilo− mi madre dijo que uno de los hermanos tenía que estudiar y tener un título y el otro atender los prados de la familia, y lo eligió a Enrico, el menor, para que tenga el titulo.
Yo seguía llenando el cubo de manzanas, pensando que las mejores para darles un mordisco son las que están en lo alto de la copa, las que picotean los pájaros.
−Ahora es ingeniero y tiene ochenta empleados bajo su mando.
Las manzanas hay que sacarlas con el palito, lo que en Italia llaman el picholo, si sale sin palito va a descarto, para perfumes, mermeladas y tantas otras cosas.
−Cuando va al extranjero se hospeda en un hotel de cinco estrellas.
Me decía esto mirándome como si yo pudiese hacer algo, y después miraba hacia donde están las mujeres y fruncía la cara como si fuera a vomitar.
Marina, su mujer, estaba abajo en las mesa clasificando las manzanas con Mercedes y una chica polaca.
Cuando acababa la jornada Camilo me pedía que lo siga, como su fuese su escudero, y entraba en los establos de los cerdos, apoyaba la barriga en las maderas y meaba a los cerdos. Después pasábamos a la bodega y llenaba vasos de vino nuevo de unas enromes barricas, y entre uno o dos comentarios nos bebíamos tres vasos cada uno. Luego pasábamos a la cocina en la primera planta donde Mercedes ya estaba sentada y la madre de Camilo, una anciana fuerte y flaca como una rama, siempre de negro, nos daba vino tinto y quesos mientras hacia la cuenta para pagarnos. Mercedes comía más quesos y yo tomaba más vino.
Al atardecer regresamos a nuestro cuarto y Mercedes me dijo, Marina trabaja como una bestia, después de pasarse todo el día clasificando manzanas llega a la casa y se pone a lavar la ropa de sus cuatro hijos, y después tiene que hacer la comida.
Yo le entendí, porque a la noche apenas cerraba los ojos y quedaba sopa, lo primero que veía en los sueños eran manzanas amarillas sobre hojas verdes brillantes y me pasaba trabajando toda la noche horas que nadie me pagaba.

Pero un día Camilo Pancheri nos invitó a cenar a su casa. Mercedes y yo fuimos normalmente, no con la ropa del trabajo pero con esas camisas, con esos pantalones, y al llegar a su casa nos encontramos a Camilo con traje y corbata y Marina con un vestido azul claro.
Y en medio de la mesa, una bandeja de horno con una pizza rustica, verdadera, poderosa, con su queso y tomate crepitando por toda la masa y al escribir esto quisiera estar allí. Quisiera apretar el botón que me devuelva al pasado con la pizza deshaciéndose en la boca, con Camilo enseñándome las fotos de su primera fiesta a los diez y siete y ver a Marina y a Mercedes llorando a las carcajadas, y sentir los pelos que se me ponen de punta como se están poniendo ahora cuando escribo que Camilo fue a su habitación y trajo un tocadiscos 33, y Marina dijo, Mama mía, hace mas de 15 años que no saca ese aparato. Primero fue un disco de Polanka, luego puso “Si me voi lasciare, dime al meni perqué” el mismo que yo bailaba a los diez y siete en las fiestas de Buenos Aires, tal vez el mismo día y a la misma hora que lo bailaba Camilo. Por último puso un disco que titulaba “la tragedia de Dallas” Un locutor italiano trasmitía los tiros que le metieron a Kennedy con voz alarmante de comentarista de futbol.

¡Ahh! Sí, sí. Volver a servirme la cuarta porción de pizza y ver a María y a Mercedes como si se conocieran de siempre, y a ver otra vez los ojos nostálgicos de Camilo levantando el vaso de vino cuando yo lo levanto el mío y los dos nos reconocemos sabiendo que en un día cualquiera del planeta nos íbamos a encontrar.

viernes, 4 de julio de 2008

Instrucciones para la creación

Para crear realmente habría que quedarse quieto, no hacer nada, y ni pensar en intentar crear. Habría que empezar por la mañana solo observando la pasta de dientes tricolor que sale como un gusano por el tubo, oír el ruido del cepillo en los dientes, ver el sol que entra por la ventana de la cocina llenando de luz la espuma del jabón que lava los platos, y allá las hojas del siempreverde se mueven en una coreografía marcada por la brisa. Habría que oír con atención el café que bulle como un avión que pasa y las tórtolas que se enamoran hasta por el techo, ver el impresionante color de una simple taza blanca y el mágico juego de las estampas del mantel, ver como uno sigue caminando aunque este completamente quieto y observar esas piernas que se mueven con vida propia, esas manos que hablan como dos hermanas, observar el color del frasco de miel, el azul de la cacerola, el marrón rojizo del cojín en el claro sofá, los personajes que aparecen en los relieves de la pared y la fantasía de sombras que danzan en la galería, y así seguir y seguir la dirección del ojo y el oído sin despegarse de las cosas hasta que de pronto…
¡SUCEDE!
¡SUCEDE!
La creación surge como una fuente y lo deja a uno encantando como niño en el espectáculo.

viernes, 27 de junio de 2008

Alfonso Alcalde

Esto ocurrió en 1979, Salvador Allende puso un puesto de cuadritos frente a mi puesto cuando yo vendía camisas en el tristemente célebre mercadillo hippie de Es Caná.
Es igualito, dijo Ana, y yo dije, si no se lo hubiesen cargado en la Casa de la Moneda seis años atrás diría que es él. Igual es el doble, dijo Ana, por ahí es el mismo Salvador Allende y el que mataron era un doble, y que hace aquí con ese puesto de cuadritos, no va a vender nada, pobre tipo, ¿será una tapadera?
Pero ante nuestra sorpresa los turistas se acercaban curiosos, Salvador Allende le enseñaba el cuadrito, entonces soltaban una carcajada, metían la mano en el bolso y se llevaban el cuadrito. ¿Cómo puede vender eso?, si son estampas de ánforas púnicas con colores horribles, me dijo Ana.
Me acerqué a investigar.
Buenas, que colores raros ¿no? tienen estos cuadritos.
Estas ánforas guardan un secreto en su interior, pero solo para los que lo saben ver, claro que nadie lo descubre a primera vista, pero yo me encargo de decírselos, (¡tenía acento chileno! ¡Era Allende!,) mira pues, recogió un cuadro y lo puso frente a mis ojos, los horribles colores del ánfora resultaron un collage de fotos porno, tetas, anos, miembros, pelos, vaginas, todo en tal armonía comprendían los grabados púnicos del ánfora.
Que buena idea, le dije.
Ese fue el principio de mi amistad con el genial poeta, escritor y dramaturgo chileno Alfonso Alcalde, y a quien tengo que agradecerle su consejo y su presencia en aquellos días de tanto sol ibicenco. Esa vez le hice saber su parecido con el presidente asesinado. Todo el mundo me lo dice, soy como su gemelo.
Había llegado con Ceidy su mujer, y sus dos hijos de Israel, donde vivieron en calidad de refugiados. Años antes habían estado en Bucarest. Cuando tuvo que huir tras el golpe del 11 de septiembre dos de sus obras de teatro llevaban un par de años en cartel, había publicado libros de poesía, libros de cuentos, poemas, y dos novelas.
Ceidy era judía y pro palestina como algunos pocos israelitas, y al fin un día decidieron marchar a Ibiza cansados de la represión a los palestinos.
Y en Ibiza fueron noches de verano en el jardín de la casa que habían alquilado, noches de luna y aire fresco y vino frío blanco y mas vinos y quesos, y también tardes de cerveza helada, y algunas cena con gran fuente de espaguetis con gambas y sopas de pescado y más cosas, en que las anécdotas de Alfonso llenaron mis días.
Me enseñó un día su primer libro de poema “Balada de una Ciudad Muerta” en cuyo largo prologo Pablo Neruda lo trata de “Alfonsito tú que vienes de los bosques”. No me habló, más, Neruda no quiso hablarme más, y así siguió sin hablarme hasta que se murió. ¿Pero porqué? Porque me vino una crisis de las fuertes y quemé todos los ejemplares menos algunos pocos como éste que se salvó, pero la mayoría fueron a dar a la hoguera, entonces Neruda vino y me dijo; ¡Los nazis queman los libros! Y no me habló más pues José, no me entendió, no entendió nada el huevón.
Otra anecdota en sobremesa:
Una vez en la cremación de un amigo yo estaba con su viuda en la sala y teníamos los hornos a un lado y nosotros sentados en sillas de mimbre. La viuda habló de su marido, mi amigo, descargando un chorro de sentimientos confusos, pero resulta que había un agujero o una salida por donde se colaban las cenizas hacia el techo de la sala y caían sobre nosotros mientras ella me hablaba de sus primeros años llenos de pasión, de las veces que su marido la había engañado, de las peleas, de las tantas tentativas de separaciones , de los abrazos llorando y de ese lazo de hierro que los había unido a pesar de tanta tormenta, y mientras recorríamos tantos años de su vida, mi amigo, convertido en copos grises de ceniza, descendía sobre nuestras cabezas y nuestras ropas.
Otra tarde con cerveza:
El Che Guevara era un hombre que irradiaba un poder fuera de lo normal. Cuando le conocí, sentí ese respeto que me dijeron, le tenían sus enemigos, ese miedo de matarle. Me contó un cubano que estuvo en Sierra Maestra que en medio del combate el Che se largo a caminar tranquilamente por el medio y las balas caían a su costado sin pegarle, no por milagro sino por el miedo que tenían sus enemigos de matar al Che.
Otra noche fumando hacia las estrellas:
Una vez en el amazonas volaba yo en aquellos aviones Catalina cuando de pronto empezamos a dar saltos en el aire, el miedo huevón, me subió hasta los pelos, y peor cuando nos avisaron que íbamos a hacer un aterrizaje forzoso, ahí mismo nos dimos por muertos, la mujer que estaba a mi lado me abrazó, y yo a ella, y ni siquiera nos habíamos visto las caras. Por suerte el avión enderezó el rumbo y aterrizó normalmente en la pista. Entonces, sin decirnos nada, sin preguntarnos los nombres, la mujer y yo pagamos un cuarto en un hotelucho y nos pusimos a hacer el amor desesperados sin parar como si el mundo fuese a explotar en pocos minutos, y recién al amanecer nos sacamos ese instinto salvaje de la conservación del la especie.
Un día en la playa;
No dejes nunca de escribir, te falta poner mas atención en la historia y el contexto de de la época, cada día vas a ver más errores, errores que son maestros pues, tus personajes están vivos, y tienes que ir mas adelante, lo principal es que no dejes de escribir, si dejas de escribir el escritor se atrofia como un musculo de esos que ya no funcionan.

Comprendí lo que me dijo Alfonso cuando leí su libro “Historia de Salustio y el Trúbico” Vi claramente sus personajes no por sus actitudes ni sus formas sino por lo que buscaban en el fondo del corazón, pero también en lo vivo que estaba cada párrafo, y en la poesía veraz, dura que deja a uno pensando con el libro sobre el regazo
Y así siguieron los días, a veces con fiestas como aquel asado con Vigleitti en la casa payesa de Julio, o con los ponches de uva con tinto en la casa del Ronald, nuestro amigo chileno que había sido alumno de Alfonso, y lo veneraba.
Me acuerdo aquel día nublado que avecinaba tormenta cuando lo llevaba en mi coche y me dijo, aunque me veas siempre sonreír, yo vivo en una burbuja de tristeza, el destierro es duro ¿sabes’ llueve y no es mi lluvia, sopla el viento y no es mi viento, sale el sol y no es mi sol.
A un apátrida como yo le resultó difícil entender esto, con tantos años dando vueltas no hay mas afuera de ningún lado, la lluvia, el viento y el sol no serán nunca míos ni de nadie, pero me bastó volverme y mirar su perfil para entender esa tristeza profunda, porque estaba viendo a un pingüino sin la alegría de su frio, a un zorro metido en cajas de plástico, a un tigre que lo trasladan por distintas jaulas de Europa, y creo que sentí envidia por el amor que le tenía a sus lluvias.

Ese año, 1979, en Chile le dieron luz verde a Alfonso Alcalde. Fuimos al aeropuerto a despedir a Ceidy, Alfonso y sus dos hijos.
Nunca más supe de su vida hasta 1993 cuando vi al Ronald en el mercadillo y le pregunté; ¿sabes algo de Alfonso? Se colgó de un poste en su casa en Tomé, dijo como en secreto, tenía la glaucoma que lo dejaba ciego, no podía leer ni escribir, no pudo soportar la depresión.

Me costó ubicar esta muerte con la sobredosis de vida que hay en sus escritos, con el Alfonso que tenía en mis recuerdos, me costaba, lo intentaba y le daba vueltas y no podía borrar ese cuarto de Tomé, hasta que por fin logré revivir a Alfonso, traerlo de nuevo a Ibiza, darle una copa helada de buen blanco y que me cuente.
Uno de los trabajos más interesantes que tuve fue el contrabando de cadáveres pasándolos por las fronteras de Brasil y Argentina. Al muerto lo teníamos bien elegante, con su corbata y camisa de cuello almidonando, un buen maquillaje, yo conducía y el muerto iba a mi lado muy recto y altivo, y cuando el gendarme se asomaba por la ventanilla yo le hablaba como un loro al muerto y entregaba los pasaportes. Una vez me puse a discutir con el muerto y le grite con ganas “¡si no hacemos algo huevón los japonés nos van a dejar sin ballenas” y como mi amigo muerto no contestaba el gendarme me entregó los pasaportes y dijo sonriendo “su compadre está de acuerdo con los japoneses”

jueves, 19 de junio de 2008

El animal escritor

A principios de la década de los ochenta después de vender bisutería con un tapete en la universidad de Nanterre pasé la frontera de Port Bou con un contrabando de chales horteras comprados en la Rue de Temple que, según parece, se vendían como agua.
Conseguí un puesto en el mercadillo de Girona, hasta el seis de enero, día de reyes.
Hoy para vender el mercadillo de Girona hay que presentar hasta el análisis de orina y colocarse en una lista de espera de 634 desesperados.
En ese entonces, ¡que tiempos!, pagué 300 pesetas a un francés que se encargaba de los puestos y expuse los chales que sí, salían uno detrás del otro.
Contento con el éxito de mi venta, lo festejé en un recorrido de vinos por los bares de la judería hasta terminar en una taberna romántica, de muro medieval, fogón, vinos, humos, voces y una diana para tirar los dardos, pero mis dardos apenas rozaban el perímetro y otros daban en la pared “¡por la rechuchca no pego una sola de esta huevada!” exclamé con fuerte acento chileno.
Se me acercó un tipo despeinado con cara de dormido simpático.
¿Tú eres chileno?, preguntó con el mismo acento.
No, yo soy argentino pero por culpa de mis amigos chilenos y de una polola que una vez me cayó del cielo, cuando me coloco hablo chileno pueh.
Le dio mucha risa ese hibrido, y me invitó a unos vinos. Se llamaba Roberto, dijo ser poeta, había huido de Pinochet y había vivido un tiempo en Méjico, y pensaba afincarse en Cataluña. Dijo que con la poesía no comía y tenía pensado pasarse a prosista, que por el momento practicaba recortando las noticias más diabólicas e inverosímiles de los periódicos para sacar una prosa mas real y viva, (entre las noticias estaba el caso de aquel desgraciado que murió aplastado por una roca cuando estaba enculando una gallina) (la gallina murió antes)
Durante esa semana con Roberto tomamos distintos cafés por todas partes hablando de libros y autores, Malcolm Lowry, Kafka, Cortázar, Borges, Nicanor Parra, Allen Ginsberg Jack Keruac, Corso, Burroughs, Faulkner, Jack London, Joseph Conrad, Jonathan Swift., Macedonio Fernandez. Él fue sacando del bolso de la memoria autores que ni bien nombrarlos se desvanecían en el sonido de las cafeteras, en el resplandor de la barra, y en la estúpida música de los tragamonedas.
Una mañana me dijo estoy perdidamente enamorado de una uruguaya que vende frente a tu puesto, pero el gallo de su marido con pañuelo de Krishna al cuello se queda ahí dando vueltas como guardia de presidio, entonces hago media hora de árbol. ¿Qué es eso? La miro desde el árbol durante media hora y después me voy con el corazón compungido.
Roberto tenía fuertes dolores de estomago, y un artesano peruano, con forma de indio gigante que dijo ser digitopuntirista, le aplicó un apretón entre el dedo índice y el pulgar. Cuando soltó Roberto le dijo, creo que me has curado pero ya no voy a poder acariciar a nadie.
Lo que hemos hablado en esos días encaja en un mes del tiempo corriente, y las imágenes y situaciones de las novelas que se presentaron en esas mesas encajan en años de literatura

No lo volví a ver, y en los años que pasaron no tuve ningún encuentro con un tipo como ese que sienta el escribir desde ese abismo en el que sondea. Me faltaba alguien que pueda ver lo que hago y la nostalgia me recluía en una soledad con algo de protesta y esa falsa impresión que estoy escribiendo en secreto.
Y un día, hojeando una librería vi un titulo "Llamadas telefonicas" lo recogí y al abrir la primera pagina lo encontré al amigo Roberto en la foto de la solapa.
¡Bien! ¡Publicó el huevón! Pasó el tiempo, otro libro “La Pista de Hielo" y otro; “Estrella Distante”
Muchas veces imaginé encontrarlo en una feria del libro y recordarle los dardos, la diana, la uruguaya, las conversaciones en el café, la inyección de vitamina que le daba al hablar de aobras tan dispares como “El Castillo” de “La Sinagoga de los Iconoclastas” d "Bomarzo" "El Almuerzo Desnudo" y una serie que mejor obviarla para no llenar la pagina.
Y siguieron rodando los días hasta ese 2 de noviembre de 1998 cuando vi en la Babélia del País que Roberto había ganado el premio Herralde con “Los Detectives Salvajes”
La foto era simpática, el finalista era un tipo elegante de chaqueta y corbata. El ganador se sentaba encorvado con un cigarrillo en los dedos, grandes gafas y el mismo pelo revuelto de cuando me preguntó si yo era chileno.

Sin embargo no lo compré, leí algunos párrafos en una librería y me parecieron tan auténticos que podían influir en lo que yo estaba escribiendo. Cuando termine lo mío, me dije.
Un mañana del 2003 en esa misma Babélia leí la noticia de su muerte por un cáncer al hígado
Entonces compré “Los Detectives Salvajes” y me lo llevé a la India y lo leí en el ashrram de Ramana Maharshi al pie de la montaña sagrada de Arunachala.
Cuando el resto de los huéspedes leían las iluminaciones y los ejemplos de los santos y los yoguis, yo leía hasta las cuatro de la mañana las benditas bestialidades de Arturo Belano y Ulises Lima, y no sé si fue por la vibración de la montaña o vaya uno a saber, el temblor que me dio al verme frente a una obra maestra. Entonces encontré el amigo que buscaba.
Volviendo a 1981 en uno de esos cafés, yo le digo que me impresiona la prodigiosa memoria de Keruac porque escribió On the Road mucho tiempo después sin tomar apuntes de nada y sin embargo los detalles están como si lo hubiese vivido unos minutos antes.
¿Sabes por qué?, dijo Roberto, porque Keruac tenía incorporado el animal escritor. Mientras tú viajas el animal escritor registra tomado nota de todo lo que ve y lo que siente, luego está en ti la capacidad de despertarlo y algo muy importante, hay que dejarlo que escriba, no se te ocurra interrumpirlo o darle un consejo porque te mata de un mordisco.
Años después lo entendí mejor:
El animal escritor es un animal salvaje que trota en la inmensidad plagada de espejismos, devora los papeles y escupe personajes, furias, vinos, trenes, carreteras, lagrimas, el desequilibrio de un cerebro como ropa de lavadora, amores en la penumbra, gritos, fuegos en las ventanas, sabanas retorcidas, caballos con locura en los ojos, maremotos que arrasan las palmeras, puntitos lejanos en una playa solitaria, y escupe todo un universo de colores y de blanco y negro y de sepia y salta por encima del lenguaje, trota solitario rumiante de palabras y preposiciones que puede repetirlas hasta el cansancio por orden de su propia naturaleza.
Huye de las poblaciones intelectuales. Se larga a toda carrera sorteando abismos, lejos siempre de los escritores ovejas de los escritores camello de los escritores cabra de los escritores bueyes, o los escritores gatitos o gatas o perros falderos.
El animal escritor suelta la baba delante del océano y tiene un olor fuerte a vida curda y salvaje. Olor que algunos lectores rechazan y otros enloquecen y deciden romper sus casillas y salir a la llanura y ponerse a escribir.
Y ese olor que se siente en algunas librerías viene de aquellos estantes donde están “Los detectives Salvajes” y “2666” de Roberto Bolaño.



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sábado, 7 de junio de 2008

MAMA AYAHUASCA

Reanudando blog después de un tiempo por ciertas ocupaciones secretas.


Y volvió después de 30 años.
No.
Fui yo el que lo encontré allí donde estaba. Y estaba igual. Y decía cosas parecidas a las de antes, pero actualizadas.
La locura era la misma porque la locura vive a 10000 metros sobre el tiempo.
Entonces, a esa altura. Volvimos a ser los de antes cuando trabajábamos el cuero en lo del chileno Alfredo, cuando la mujer desnuda pasaba caminado entre los grillos. Cuando Maco desapareció.
Este encuentro tenemos que festejarlo con una ceremonia de Ayahuasca, dijo Maco.

En la vieja sala, bajo la penumbra de una débil bombilla, los participantes con sus sacos de dormir y sus cubos para el vomito, se acomodaron en hileras contra la pared.
El chaman era un indio del Amazonas peruano, tal vez un aguaruna, o un huambisa, de ojos achinados y mirada de felino, una bincha roja le sujetaba el pelo azabache, y llevaba un poncho de lana espesa que lo cubría hasta el suelo.
Su mujer, amazónica, o mejor dicho una amazona de cuerpo grande y cilíndrico. Ni bien la vi le dije a Maco, es una Durga, es la Madre India reuniendo todas las madres con coraje de la tierra.
El ayudante, un tipo de 30 años, que tendría 675 años de brujo, ayudó al chaman a preparar el líquido, y mientras el chaman bendecía la botella con el humo del tabaco sagrado, el ayudante preguntó a la sala.
−¿Quieren suave o fuerte?
−¡fuerte, fuerte! –respondió el coro.

La copa de madera contenía el líquido oscuro que, al pasar por la garganta daba la sensación amarga de haberse bebido una parte de la selva.
Apagaron la luz.
Maco fue el primero en empezar a corcovear como si se hubiese subido a un potro, ggu, gguguaac, guuuuuccc. Y por allá en un rincón incierto sonaban vómitos en arcadas alegres y bestiales.
Yo me acurruqué en el saco de dormir, cerré los ojos, sentí algo raro alrededor. Abrí los ojos y un ejército de demonios con los colores más radiantes que vi en mi vida se me echaron encima zumbando como miles de abejas, chillaban con ruido de uña en el pizarrón, y abrían las bocas amenazando con dientes de cristal. El miedo me acompaño cagándose de risa. Los demonios parecían aviones americanos ensañándose como siempre contra un pobre paisito. (que era yo)
Negocié entonces con la planta de la que cuelga la liana, la sentí como madre y empecé a hacerle la pelota, te quiero, te quise siempre, (esas cosas), y si quieres que vomite, vomito y hago lo que quieras con tal de limpiarme de una buena vez. Y muchas cosas más le dije y hasta le quise dar un besito. Y Mama Ayahuasca como toda buena madre respondió.
A los pocos minutos estaba yo sentado en el wáter de un baño colonial. De repente una lava verde manzana me subió desde el muladhara chakra, pasó a alta velocidad por la garganta y explotó en un genial vomito contra el bidé, uuuuaakkkkkkkkkkkkkkkk!!!!!!!! y repitió, uuuaakkkkkkkk y cada vez que explotaba los demonios saltaban alegres y me saldaban con sus 25 manos, uuaaaaaaaaaaaffffhhhhhhhhh.
Por una fracción de segundo mis piernas eran delgadas y ese cuerpo no era el mío.
La voz del ayudante parado en la puerta del baño.
−¿Estás bien?
−¿Qué te parece?− respondí con mirada de sapo

Volví a la sala pisando fuerte el suelo, desafiando el equilibrio, y me metí en el saco. Entonces Mama Ayahuasca me bendijo, no pude saber de dónde venía esa pazfelicidadamrorisacontentonaturalezaexpanciónasaborselvaescencia ........
Donde me sentí más vivo que nunca.
La mente estaba a un lado diciéndome cosas a la oreja, después esto se lo tenemos que contar a Agustín que es cura y lo entenderá y mañana voy a decirle a Maco que esta fue más fuerte que la ultima y…..y…..y……..
Eran voces fuera de mí porque yo estaba en medio de la selva. Sonaban sonidos, vómitos, susurros de los ayudantes acudiendo al personal. Pronto la oscuridad dio lugar a un rumor de maracas y la sublime canción del Icaro en la voz del Chaman.


Evangelino Murayay - Icaro de la Ayauasca - 6:46


“Ayahuasca Ayahuasquita, mamakumi mamakumi, laralala, laralala”

La mujer amazónica se me echó encima con un peso telúrico, sentí que me paría una catarata, todo olía a piedra con musgo, a vida cruda y ardiente. La mujer me dijo, eres un bebe, dije sí, sí, y me chupé el dedo gordo y ella me acarició suave la cabeza. Ella supo antes que Maco y yo éramos hermanos, y supe que en otra vida éramos bandidos acostumbrados a huir a todo galope, y me vi, a todo galope, llevando a Maco en ancas huyendo del marido furioso de una esposa infiel.
−Siéntate ahora compañero –me dijo la mujer− que el maestro te va sanar.
Me senté
Maco sentado a mi lado era Marlon Brando en Apocalipsis Now.
El chaman sopló el humo del cigarro sagrado sobre nuestras cabezas y aun hoy cuando escribo esto siento la suerte de ser bendecido por la selva que, aunque los asuras esbirros la exterminen en un próximo futuro, seguirá siempre dentro de mí, bailando, y cantando el Ícaro inmortal.

“Ayahuasca, Ayahusquita, mamakumi chuia, chuia muski, laralala, laralá”

domingo, 1 de junio de 2008

Sofía 68


sofía 68 - 7:28

jueves, 29 de mayo de 2008

La Orilla

Estaba sentado en la arena con las piernas cruzadas cuando los vi llegar con su niño. Dejaron las bolsas en una hamaca y se metieron vestidos en el agua como suelen bañarse los indios, la pareja tenía los mismos pantalones y el niño un "short" oscuro. Se tomaron de las manos y entraron riéndose y chocando contra las mantas de espuma que llegaban de las olas.

Ella que tendría 27 o 30 años, por ahí, se empezó a enloquecer tirándose al agua dando alaridos como una niña que juega a asustarse, la risa de esta mujer parecía combinar con el fuerte ruido del mar. Se echaba en la orilla y se dejaba arrastrar riéndose a gritos, se levantaba, corría hacia la arena y volvía a echarse con todo el alma embistiendo las espumas y se revolcaba y eran agua camisa espuma pantalón arena y los pelos empapados pegados a la cara con ojos de "Merry Melody" que se abrían redondos por el encanto de lo que le estaba ocurriendo. Y otra vez levantarse para saltar sobre la ola y perderse lejos hasta quedar muy por encima del cochino mundo o del maravilloso gran mundo que quitándose la basura de encima rescata unas pocas almas que siguen fieles a su principio natural .

Pensé en los millones de ejecutivos, abogados, artistas, sacerdotes, políticos, comerciantes, informáticos, revolucionarios, terroristas, borrachos, drogadictos, amas de casa, pintores de paredes, buscavidas, cabareteros, funcionarios de banco, ferroviarios, y una interminable lista de etcéteras que buscan por caminos equivocados la meta que esta mujer niña había encontrado por tener la suerte de conservar su capacidad de asombro.

Y así nomás señores me quedé con las piernas cruzadas en la arena durante largo rato, contemplando la felicidad que se bañaba en la orilla.