Porque esa noche nos emborrachamos en un bar de Saint Jaques atestado de humo y gentío y a la cuarta jarra las chicas se empecinaron en ver en la cerveza los perfiles que había hecho a la tarde. Mercedes vio una señora que le pareció una avestruz, ¡por el pico que le hiciste siletista del carajo!, gritó entre carcajadas. La Chancha vio un viejo de sombrero de pluma con nariz como un palito y labios de goma. Yo intenté ver esa pareja de perfiles enfrentados en el mismo papel. Y los perfiles inventados en los reflejos de la cerveza nos llevaron a pedir más jarras y volver en el último tren del metro cantando viejas cumbias como por ejemplo “Ahí viene la negra Celina” y “Era Marta la reina…. Que del cielo bajaba”.
Por la mañana, tras el cristal onírico de la resaca la torre de Eiffel era el mástil de hierros torcidos pendulandose en las nubes y una fila de hormigas con bufandas se deslizaban por los hierros verdes. Las hormigas eran turistas que venían de ese autobús y al otro lado había un tanque de la segunda guerra. Ah no. Era el camión de la basura. Ay, esta resaca, mejor no hacer alarde de borrachito porque los polis están entusiasmados en sus tertulias y siguen sin vernos
¡Entonces será cosa de lavarse la cara en el chorrito de la fuente mirando a los lados por si nos espía algún ciudadano alcahuete; ir al urinario público y después, el desayuno; los cruasanes que compramos en esa boulangerie que huele a pastel de manzana; la baguette con mantequilla bañándose en los tremendos tarros de café con leche.
Aquí el siletista escribe una crónica confusa entre perfiles que vuelve a hacer en el puente de Alexandre III mientras las chicas lo esperan en el parque, En una página suelta bajan a la línea 4 que va a la Porte de Clignancourt donde está el mercado de pulga.
Qué lástima, dice, teníamos que haber traído al Fantasma porque tal vez era éste el París que había imaginado. Un carruaje gris triste tirado por percherones tordillos, detenido delante de una interminable fila de percheros atiborrados de abrigos largos de la primera guerra. Hay cascos de soldados que habrán caído en las trincheras. Hay pieles bajo toldos de lonas verdosas y lonas grises y ollas humeantes con cocineros gordos en camisetas a pesar el frío. Un túmulo de burgueses que se salvaron de la guillotina caminan con pasos de lechuguinos, y allá la hermosa plebe pariesen, borracha de vino y desprecios, gritan en francés basto con sonido áspero e insultante, Un trombón, un tambor, un viejo turco acariciando las cuerdas de un Laúd, el desfile de personajes abarca tres siglos y allí hay medias de lana, vamos, queremos medias, dicen las chicas, que el banco de la tijera saque diez francos. Mira, la Chancha ha comparado una vieja carpeta para sus dibujos.
El siletista admira a la Chancha. Ve en ella una artista de las malditas. Lo ve en sus ojos, como dormidos de pasión contemplando los impresionistas del museo de la Gare d Orsay,
Son instantes eternos paralizados en el tiempo, el mar de Monet y los humos del tren de Saint Lazare, y Madame Monet con su sombrilla entre las nubes. Los colores puros de las tahitianas de Gauguin y la gente, la gente compuesta de puntos en la orilla de un Sena de Seurat, los bocetos de Rodín, mas impactantes para la Chancha que sus esculturas, la quietud en movimiento de las bailarinas de Degas en medio de una música que sonaba para ser captada por un oído imaginario.
Chancha se paralizó frente a “La noche estrellada” de Van Gogh. Se mantuvo a prudencial distancia abriendo las brazos en una amalgama de fascinación y pavor porque el torbellino que rodea a los astros se le estaba metiendo en el estomago y eso alcancé a verlo cuando la Chancha se llevó la mano abajo del ombligo con un gesto tan evidente que me puso los pelos de punta.
La Chancha mira con ojos de enamorada, pero de un amor erótico por las formas que dibuja en silencio con la misma pasión tranquila que contempla lo que va saliendo en las hojas de la carpeta. Hay pájaros con alas como ramas, árboles que sobrevuelan sobre ciudades vacías. Amarillos fuertes que resaltan en una rabia magnifica, una red de líneas que se convierten en rostros de espíritus apenas marcados como hilos de nubes.
Buscaba hablar con ella sobre esto, decirle que el safu que tengo en la furgo para meditar en zen me da mucha batería para escribir, sabes, porque dejo que el boli vaya trazando letras hasta que empiezo a ver una mujer por ejemplo, una mujer que nunca conocí y que ni siquiera está en mis sueños, sin embargo al escribirla la puedo ver como si fuera más real que cuantas mujeres he conocido. Al oírme la Chancha me dijo, vamos al centro Pompidou, ese es lugar para que los dos dibujemos porque lo tuyo al escribir es como lo mío y los dos podemos internarnos en una selva para encontrar lugares mágicos sin tener ni idea de lo que hay detrás de esa franja de árboles o de la tierra que empieza a la otra orilla del río. Y ahí se metió Mercedes a preguntar ¿de qué están hablando? Y la Chancha le miró con los mismos ojos que pone cuando dibuja y le dijo “qué te enganchás pescado”.
Después de esto Mercedes tuvo los primeros ataques de celos que yo negaba porque le decía que lo mío con la Chancha es un encuentro con otro tipo de canales que van por encima de lo que aburridamente se vive en el día, pero no le quería decir que amaba a la Chancha también y que si fuéramos mas sinceros y libres podríamos amarnos los tres en esa cama tan grande de la furgo y en ese caso nuestro viaje se hubiese elevado como subiendo a otro planeta donde también los tres podíamos hacer el amor con mi querido Fantasma, aunque fuese un vehículo. ¡Y qué!
Intuyo que el siletista escribió esto después de haber estado en la casa de Hernán Estrada en la rue Sedaine cuando fueron a comer y su novia francesa les preparó espaguetis con nata y gorgonzola y Hernán les dio dos porros de un hash afgano muy potente y tomaron no sé cuantos vasos de pastis, y luego sucedió lo insólito: Al volver en el último metro de la noche, la Chancha, con tal carga de estimulantes dibujó un rostro. Él siletista dice que era un rostro medio borrado con apenas pocos trazos en los que resaltaban los parpados cerrados en un tono tan tétrico que no cabía duda que era el rostro de un muerto.
Al día siguiente paseábamos por el Sena a la altura de la Ile de la Cité. La Chancha se quedó en los puestos de pinturas que bordean el río y yo seguí mirando los reflejos de los árboles en las aguas turbias. No sé por qué apreté la tijera como si fuera a escribir un poema recortando las formas del río cuando de pronto vi una cantidad de gente que se agolpaba en el próximo puente. Había una ambulancia a la izquierda. Todos miraban el agua. Súbitamente emergieron tres cabezas que nadaban como en una coreografía acuática, las cabezas de los extremos eran de los hombres ranas que llevaban la cabeza pálida del desgraciado que acaba de suicidarse. Cuando pasaron por debajo de donde yo me hallaba pude ver con claridad exacta el mismo rostro que anoche dibujo la Chancha en el metro.
Pensé entonces en el amor o lo que todos llamamos amor que por ahí no lo es y es otra cosa como una droga que al principio nos lleva a un cielo indefinible y después puede escupirnos a un infierno cualquiera. Y pensé que el Sena con la voz de Edith Piaf se vuelve una suerte de Ganges para los que quieren libarse de la tortura del desamor, pero me vino a la cabeza que ese hombre del dibujo estaba fuera del tiempo y anoche la Chancha habría alcanzando la altura que captó el rostro de un siniestro futuro. Entonces tengo la sospecha que en el momento menos pensado (cuando ya no hay ni cenizas del pensamiento) se nos abre una entrada a ese universo donde se repiten los infinitos nacimientos.
Así acaba esta crónica. Según me contó, la mañana siguiente de este suceso el Fantasma le dijo que estaba hasta los rulemanes de ese parque y que ya no podía aguantar la torre, que en sus pesadillas la torre lo pateaba lejos del parque como se patea un bollo de papel, y dijo que tenía unas ganas tremendas de salir a la carretera. Entonces el siletista fue al puente de Léna, y con siete caras que hizo en un record de media hora, consiguió los suficientes francos para llenar la despensa de comida y para el gasoil que lo cargaría en la mañana.
Chicas mañana salimos a Bélgica, próxima parada: Brujas. Los tres tomados de la mano en círculos bailaron como indios comanches. Esta vez sí que los policías los vieron pero no se acercaron, ¿Habrán tenido miedo?
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Próximo : El Norte.
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