viernes, 6 de enero de 2012

Los Viajes del Fantasma (noche de Clermont)


Los años pasan, el siletista vive de sus perfiles en Ibiza, y tiene una novia.
No. Me dice que no, que la palabra novia le hace ver un vestido blanco con la cola larga que deplora. Bueno digo, una compañera. No, tampoco, dice que suena muy PC. ¡Bueno, entonces qué!, pregunto, y me dice: Mercedes era la chica que compartía conmigo risas y amores… y alguna que otra hierba con hielo.

El siletista tiene ya 42 años, Mercedes tiene 22. ¡Que barbaridad! En la cama nadie nos pide el carnet de identidad. Mercedes es la amiga intima de una sobrina del siletista y decidió un día salir de su mundo estructurado de Buenos Aires para hacer la carrera de hippie en Ibiza y en menos de un año ya ha fumando cannabis de todo tipo, algún acido suelto, lleva falda india y cinta siux en sus hermosa cabeza redonda. Su amiga Ana, alias la Chancha, (el mote no responde a su cuerpo esbelto) tiene algo de niña. Las dos tienen mucho de niñas salvajes y descalzas que les importa un pito ningún tipo de futuro y buscan viajar por el mundo de sus sueños. Por ese entonces el siletista consigue una furgoneta Pegaso, de las grandes, y con su amigo Luis Ojeda (aquí menciono un personaje celebre) “el manitas”, convierten esa furgoneta de repartidor de ladrillos en una especie de Tianic con ruedas. Luis la recubre por dentro de poliestireno tapizado con moquetas verdes. La furgoneta se bautiza como “El Fantasma”; tiene librería, una variedad de puf que se convierten en mesitas, cocina, cuadritos, máquina de escribir, almacén, dos baffles para la música, y una cama que se mete y se saca como caja de fósforos. Ah, y lleva atrás una bicicleta oxidada.

Y he aquí la historia que cuenta.

L O S V I A J E S D E L F A N T A S M A

Mercedes y la Chancha habían terminado de trabajar recogiendo manzanas en el Trento y me esperaban en un alberge de Berna. El fantasma acababa de bajar en la rampa del puerto de Barcelona después de una travesía de ocho horas mediterráneas. Era una mañana de otoño, y el sol tan fuerte invitaba a seguir rumbo al este, pasar rápido la frontera de Por Bou, llegar a Narbone, encarar la ruta A20 hasta Montauban y subir hasta Bive-la-Gailarde donde entraría en la A 89 pasando por Clermont Ferrand destino a Lyon donde ya estaría cerca de Suiza. Las carreteras francesas custodiadas por filas de arboles reflejaban una luz en el horizonte mientras Bob Dylan cantaba el She belongs to me y era la canción del amor libre verdaderamente libre por el Fantasma cuyas ráfagas de libertad, mientras pasábamos por lejanas casas campesinas, son tan difíciles de describir que con solo el pensamiento de intentarlo ya lo estaría mintiendo.

Aquí podemos parar, ¡eh Fantasma!, abrimos una lata de garbanzos dulces, partimos la baguette que cruje de alegría por ese queso camembert ¡qué rico! y después una siestita mínima: “no podemos perder mucho tiempo, no”, me dice el Fantasma, “pero ponme más de esa música sino no sigo”.

Entonces Grace Silck canta Somebody lo love mientras atardece en esa ruta que sube al norte y la felicidad se vuelve locura cuando el conductor salta cantando prendido del volante y grita fuera de sí partiéndose en carcajadas por la alegría que le da su vida.

Mi idea era dormir en algún paradero antes o después de Lyon, pero el Fantasma era lento para las cuestas, y retrasó el viaje. “Pon la segunda y no se te ocurra meter la tercera”, me decía, “ya no doy más”. La noche envolvía los inquietantes bosques de Clermont Ferrand y me vino a la memoria una novela amarilla de Gastón Leroux, que era mi favorito para el miedo, donde un misterioso monstruo con patas de chimpancé mataba franceses colgándose del cielo raso de las casas. La descripción de los lúgubres bosques de Clermont era la que ahora estaba viendo por el parabrisas. En la cima de una cuesta el fantasma me dijo: “O pasamos la noche en un lugar de estos o reviento”.

En el paradero no había nadie, ni un camión parado, ni la mínima luz lejana de alguna casa. El lugar encerraba el mismo miedo que aquellos bosques. Los árboles gigantes y lúgubres crujían con el viento como lamentos de almas perdidas.

Mierda, dije, esta noche voy a poner seguro a las puertas de adelante y a la puerta corrediza. La furgoneta quedó un tanto inclinada de trompa.

Tomé una sopa de tomate con lo que quedaba de la baguete, acabé el queso y me costó dormir pensando en ese chimpancé. Al fin caigo en un sueño corto y despierto de pronto con ganas desesperadas de mear. Enciendo la luz, me bajo en calzoncillos. Muerto de frio. Echo un chorro caliente de orina y de pronto escucho un ruido de cremallera y veo desesperado la puerta corrediza que se mueve con el declive y se cierra sola, ¡con seguro!, dejándome afuera sin posibilidad de abrir por ningún lado. ¡Nooooooo! El grito se habrá oído por todo el bosque. La furgoneta con las luces encendidas y yo afuera golpeando desesperado la ventana, ¡ábreme hijo de puta! “No puedo”, respondió el Fantasma, “si qué eres idiota, busca alguna piedra y te permito romper la ventana del acompañante”. Temblando de frío busco y busco por la tierra del parador pero no hay más que piedrecillas de grava. ¡Qué frío! Voy a morir congelado, pienso, y al día siguiente saldrá en los periódicos franceses “Súbdito español oriundo de Argentina muere congelado en las colinas de Clermont Ferrand. El cuerpo se encontró vestido solo con calzoncillos de rayas verdes”. ¡¡¡Nooooooo!!!, volví a gritar. Y de repente, el milagro, encuentro a unos cien metros un tremendo poste cortado. Y allí voy trotando con el poste al hombro como un lancero. “Con mucho cuidado”, me dice el Fantasma “no hagas barbaridades”. Lanzo el primer postazo. ¡¡PlafF!!, pega en la ventana. Nada. El segundo embate con más fuerza ¡¡Paff!! Qué vidrio tan duro. Y ahora qué hago. El Fantasma me dice, “grita un kiai de karate o aikido, de esos que tú haces”. Inspiré con fuerza hacia el estomago y YYYAAAAAAAAAYYYYYYYYYYY, el poste reventó la ventana del acompañante, pasó de largo y estalló rompiendo la ventana del conductor. Silencio total. La voz del Fantasma salió de lo profundo del motor, “ahora sí que la cagaste”

Los policías de la frontera de Ginebra en la A40 ven pasar coches ultimo modelos, a veces una Ferrari, un brillante yaguar rojo, Citroens Prestige, un lujoso Renault, Peugeot 205 convertible, todas carrocerías flamantes, y de repente… ¡¡Peligro!!, se acerca una especie de nevera oxidada con ruedas, lleva una bicicleta mas oxidada colgando atrás, y tiene las dos ventanas rotas y va un conductor totalmente cubierto por un pasamontañas de inspiración etarra.

Dan la voz de alarma y la toman por asalto siete uniformados de azul

Me revisaron hasta el ADN. Toda la furgoneta afuera. Pobre Fantasma, las humillaciones que tuvo que pasar, “¡y cómo viaja usted en esta cosa de mueso, "ésto es como un contenedor de porquerías”, “qué tiene en los bolsillos”, “qué esconde en chasis”, “qué va a hacer en Suiza”, “dónde piensa seguir”: Preguntas que significaban , “porqué vive así”, “porqué usted no es como los demás ciudadanos”, “ustedes son los que detiene del progreso de la civilización”.

Mercedes me recibió con un abrazo largo, y la Chancha se unió al abrazo. Las dos preguntaron dónde está el Fantasma, les dije esta en el hospital, un mecánico que le va a colocar las ventanas, ¿Por qué? Se asustan, ¿Qué paso?… conté la historia. Cuando las chicas acabaron de reír, les dije, necesito guita sino no lo puedo sacar. Hoy, presamente hoy, dijo la Chancha, es domingo y se junta un mercadillo en una calle de Berna, así que saca la tijera y saca el sombrero.

Una fila de artesanos, músicos, y estatuas, las primeras estatuas que se venían, estaban de un lado en los soportales. Fue fácil ubicarse, no había que pedir permiso ni nadie venía a decirte este es mi lugar. Ni bien empecé con un gordo de nariz de gancho, se juntó un corro que fue aumentando con curiosos que querían ver qué está pasando ahí. Y ahÍ está el tipo con la tijera sacando los perfiles, yo quiero una, yo otra, hagan cola por favor. Un niño con gorro de invierno, un árabe con nariz de Ali Baba, nuevamente esa mujer del siglo XVII, y detrás perfiles y perfiles que se repiten siempre con un rasgo diferente.

Cuando acabé tenía suficientes francos suizos para pagar las ventanas, llenar el tanque de gasolina y hacer la compra en el supermercado, espaguetis, arroz, quesos, jamón, vino, mantequilla, mermeladas, chocolate latas de todo tipo. Fue como esos pescadores cuando tiene suerte y llenan sus redes. ¡Ah!, también me alcanzó invitar a tres pintas de cerveza a las chicas (tres pintas por cabeza digo).

Entonces los tres, en el sopor de la cerveza bajo ese sol de otoño, gritamos al unísono.

¡¡¡Nos Vamos a París!!!

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(Próximo: esto es París)

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