lunes, 23 de enero de 2012

Los Paises Bajos


Los países bajos

Viajamos de noche hasta Jabbeke pasando por bosques sombríos y viejas aldeas alumbradas por luces fluorescentes. Pasamos por un campo con invernaderos y largos tinglados, y un vasto sembrado, la agricultura belga, tal vez lúpulo de cerveza. Tenemos que tomarnos unas buenas cervezas, la de los monjes, decíamos mientras la música de Woman of Ireland parecía sonar desde el otro lado de la carretera. Dormimos cerca de Oostkamp que estaba cerca de Brujas. Yo acostado en el medio, abrigado por dos mujeres a cada lado y entrando en un maravilloso insomnio acompañado por las respiraciones de las dos y los pensamientos malignos que me hicieron sonreír hasta que de pronto vi en la pantalla que está dentro de la frente una playa larga que se perdía tras una suerte de espejismos radiantes. Hacia la costa la arena finalizaba en un cerco de palmeras y de repente un elefante, sí, sí, vi un elefante asomándose, levantando la trompa, y ya oía el ruido de las olas del sueño cuando… ¡lástima!, todo se cortó con un trompazo que me dio de la Chancha que dormida se estaría peleando con alguien. Pensé que le estaba pegando a Mercedes en una de sus discusiones, y luego pensé que me estaba pegando por pasarme de listo. Pero la Chancha murmuró algo en sueños y entonces me volví hacia el lado de Mercedes tratando de volver a la playa y no hubo caso. En el sueño se veía ahora un paisaje oscuro y sórdido como la carretera que habíamos recorrido.

El verdadero nombre de Brujas es Brugge, que en Belga significa “puentes”, que define una cuidad cruzada por canales de aguas turbias que reflejan casas de cuentos con sus largas chimeneas y puentes, puentes, puentes por todas partes a lo largo de los canales que serpentean entre las calles.

Pero el español que la tradujo por Brujas dio aun más con la personalidad de este lugar donde las brujas se asoman por los tejados y te miran como si se hubieran fumado algo. Tras los cristales opacos de las ventanas se adivinan las brujas atisbando al que pasa, en ese caso nosotros tres caminado con el sentimiento profundo que nos hemos trasladado al siglo XVI y que si no salimos de esta ciudad antes de la noche las brujas enviaran a sus cuervos que nos van a arrastrar a la fogata donde en otras reencarnaciones ellas habían sido quemadas.

El siletista primero recortó una bruja con su sombrero largo volando en una escoba y la pegó en la puerta del Fantasma. Después les dijo a las chicas: acompáñeme al banco de la tijera a ver si sacamos algo para las cervezas.

Me puse al pie de un puente y la utilice a Mercedes de gancho. Su perfil lo tenía de memoria. Cuando iba por la nariz me sentí rodeado por un corro silencioso y pronto empezaron los murmullos, exclamaciones raras como graznidos de cuervos, lo que me hizo pensar que las brujas habían enviado a su gente. Ni bien acabé el pelo de Mercedes, se colocó de perfil un flamenco rubio de nariz bergerac y la tijera saltó contenta por el mentón, subió por los labios y al doblar por tal napia se escucharon más exclamaciones, ohh, ohh, grustt, orrhh, y después vino una de las autenticas brujas disfrazada de ama de casa con sombrero de piel y después un niño posiblemente hijo de sacerdote calvinista, y después un gordo de carrillos descomunales con el que la tijera se entretuvo marcándole las gafas de aumento, y después otro, y después otra , y después y después mucho después estábamos en un pub volando con lo que decretamos que era la mejor cerveza del mundo elaborada por el genio de tantos trapenses borrachos. Por eso le encuentro un tiro espiritual, les dije a las chicas, ¿no lo sienten? La Chancha se me acercó casi al cuello con los ojos dormidos y me dijo, siento una cosa como si fuera otra mujer o sea la que verdaderamente soy, ¡estoy hasta las tetas de ser Chancha!, quiero ser algo así como Elisa, la que volvió loco a Beethoven. Mercedes la miró con susto, dio un trago y dijo, yo siento el monasterio a cada trago, ¿no lo escuchan? Oigan: puso el oído sobre la jarra, puer natus est nobis, y de otro trago impresionante dejó el fondo blanco. Tres jarras más camarero. El flamenco sonriendo con tal picardía estrió los ojos como dos rayas brillantes y llenó las próximas jarras. La Chancha insistió en que no quería chanchear más y ahora lo suyo era elisar como queriendo renovarse en una suerte de ave fénix, ¡al que me vuelva a llamar Chancha le rompo los huevos! Tras el cristal de vitro del pub que daba a la calle vi una vieja que se comía la boca mirándome con ojos perversos. El color de la cerveza trapense se vuelve de un cobre claro y en un trago con los ojos cerrados el alma de ese liquido embrujado llega hasta la parte más intima del ombligo, pero con la obsesión de los monasterios oímos un gregoriano que se cuela entre las voces y las risas del pub. Retumba el coro de monjes rebotando en las paredes del atrio y estallan risas de flamencos junto con el yo quiero ser Elisa de la Chan… mejor no digo nada. Con otro trago podemos ver dos monjes que corren por los pasillos levantando sus hábitos marrones para no tropezarse. Tres jarras mas s´il vous plâit. El flamenco frunce la nariz mientras llena las jarras mirándonos de soslayo. Es verdad lo que dijo Mercedes, se escuchan los pasos del monasterio, dije, y podría ser que esta sea la cerveza para alcanzar la divinidad de una puta vez.

La divinidad podía estar en medio de ese espejo descascarado que refleja tantos sombreros y pelos del personal que bebe en ese pub. La música parece de violín, no, de violonchelo, también hay flautas traveseras, creo, y hay, hay, ayayayay hay que agradecer a los monjes que nos dan una comunión de cebada y lúpulo, hay que agradecer a la tijera ¡que joder! ¡Eso!, brindemos por la tijera, ya esta, otras jarras, sí, tres más, cantemos, cantemos alabanzas al Señor, que hizo mil maravillas, como la furgo. ¡Brindemos por el Fantasma! ¡Saluuuud! Hizo maravillas como esas jetas que se acercaron regalándome los perfiles que a su vez nos regalaron el elixir soñado de los monjes. El Señor hizo maravillas como estas dos chicas que ya están borrachitas y… que más, díganme.

Amen. Dijo la Chancha somnolienta.

Amen, dijo Mercedes, volvamos o nos van a tener que llevar.

Regresamos cogidos de los brazos dando bordos por las calles siniestras. Teníamos terror de caer al agua que la sentíamos por todas partes. Mercedes se fue bajo un supuesto árbol o farol o qué sé yo y dijo, háganme campana que vomito. En el momento que escuché su ¡uuuakkk!, vi una bruja, lo juro, la vi detrás, esperando como una sombra ¡tan quieta! y una corriente de hielo remontó por mi espalda hasta el cerebelo, al colmo que quise volver al pub y terminar allí mis dias.

Después de semejante noche no tenemos idea de cómo llegamos a la furgo. Nadie se acuerda, ¿te acuerdas tú Chancha?, Ni idea, ¿Mercedes? Yo sí, me acuerdo de los reflejos del río cuando vomitaba. O sea que… peor.

Por la soledad de esa calle y el cielo nublado calculamos que podían ser las ocho de la mañana, los dias de luz en el otoño del norte son cortos. Le preguntamos la hora a una mujer que caminaba mirando el empedrado. Eran las doce. El desayuno fue café americano y pan belga en la furgo y varios cafés para espabilarse. Al término, decidí seguir viaje a Holanda,

Pero vas a conducir con esa resaca, me dijo Mercedes. Si uno se pone a favor de la resaca y la considera un regalo, puede llegar al fin del mundo.

Próximo: Nostalgias de Ámsterdam

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