jueves, 19 de enero de 2012

EL NORTE

E L N O R T E

Con el mismo placer de un buen desayuno el siletista escucha el ruido del motor diesel que anuncia la partida. Se queda atento, refregando las manos mientras las chicas acomodan la cama y cierran el armario con gancho no sea que se caiga todo en una curva como en la otra vez. El Fantasma sale con esa lentitud de despedida. Adieu Tour de Eiffel, adiós, adiós. Las casas de París de tejados negros pasan por las ventanillas. El Fantasma ya no las quiere ver; sigue las señales que indican la salida al norte. Hay semáforos, atascos, vueltas absurdas. Por fin cerca de las diez de la mañana se despejan las prefirieras y el Fantasma dice, tengo sed.

Hay una gasolinera ante la entrada de la A3, el Fantasma va a llenar el tanque con la ganancia de siete perfiles. Un hombre uniformado enchufa el surtidor y mira hacia adentro de la furgo y ve a las chicas.

Y después me miró con los ojos entornados, tenía pupilas de un gris transparente, me preguntó “¿Estas con las dos? Y yo creo que sonriendo respondí con un hummm, esperando su reacción, El hombre puso mirada de estar masturbándose detrás de un árbol, “¿Y qué?.. está bueno hee? Yo le dije, Ummm. El hombre apretó el surtidor “Cómo como es, ehh, cuéntame” yo dije Hummm. El hombre ya había llenado el tanque pero no soltaba la mano del surtidor. “Ah bandido no quieres hablar ehhh, ustedes los hippies saben vivir y nosotros los currantes somos todos idiotas perdidos ahhhh”

Por toda respuesta dije, hummm”.

Entonces tomamos la ruta A3 dejando al pobre hombre en medio de una inesperada tormenta de delirio sexual. No debí haberles contado esto a las chicas porque la bronca que me echaron duró hasta que la carretera A1 entró por los campos tristes del norte.

Era un paisaje nublado que marcaba un horizonte de línea rojiza. Había que poner música clásica, Brahms por ejemplo. No, protestaron las chicas, pongamos a Bruce Springsteen. No, les dije, no pega. La negociación sobre el fondo que merecía esa zona llegó a un acuerdo: Los Chieftains con Van Morrison

Bajo las flautas irlandesas la carretera pasaba por parajes secos salpicados de casas tristes en torno a una monstruosa fábrica de tubos gigantes que parecían enredarse. Salían humos de un gris y violeta aceitoso. “La gente de esas casas vive pocos años” dijo la Chancha “Ese humo es horripilante” dijo Mercedes “Mueren de cáncer o de lo que sea” insistió la Chancha “Y encima están contentos porque tienen trabajo” dije “O por ahí mueren borrachos porque la única salida es el coñac a botella diaria” dijo la Chancha.

Más adelante pasamos por poblaciones de pocas casas cerradas y oscuras, como si llevaran siglos vacías, como si las hubiesen abandonado tras una tragedia antigua. “Seguramente si te quedas a dormir en una casa de esas escuchas voces por todas partes, qué miedo” dijo Mercedes.

El norte seguía bajo un melancólico gris sucio con terrenos secos y poblaciones heladas de edificios cuadrados que parecían de una vieja película en blanco y negro. Conduje yo toda la mañana. Mercedes se encargó de la música. No faltó Tracy Chapman. Yo insistí en la banda sonora de Barry Lyndon.

Paramos en un campo pelado y nos hicimos una sopa con cubito de gallina, y verduras. Acabamos las baguettes mojándolas en el caldo. Un grupo de personas nos miraba desde un tinglado algo lejano. Las vibraciones de desconfianza que trasmitían se detectaban en el aire. Comamos el postre en el viaje, rajemos de aquí, dije y encendí el motor. Cuando el Fantasma retomó la carretera los tipos se metieron dentro de ese pabellón de techo de cinc.

Hacia las cuatro avistamos el edificio largo y chato con la bandera tricolor francesa que marcaba la frontera con Bélgica, y maldita sea, lo que todavía no puedo entender es por qué los polis franceses nos paran a la salida del país y no en la entrada, como si lleváramos algún patrimonio histórico escondido en el chasis. Eran tres policías, dos parecían hermanos por el mismo bigote como cola de ratones. El tercero era el clásico cara de caja con gafas de aumento y mejillas rosadas… y pechito salido de “la ley es la ley”.

Nos separaron. Uno de los hermanos y el cara de caja se llevaron las chicas a interrogarlas dentro de una oficina, y conmigo vino el bigotito a revisar la furgo. La verdad es que me trató con cierta ironía agradable que se prestaba a respuestas igual de irónicas. Abrió los cajones de la comida, con un oh lalá lalá, se mange bien ici. Se agachó como un perro para mirar debajo de la cama y luego se sentó en ella como fatigado. Después, curiosamente, me empezó a hablar en un castellano pasable. “Dónde está el hachís” “No está” respondí listo para el juego “¿La marihuana?” “Se acabó” “Ahhhh, cómo eso” “Ni hachís ni cocaína, ni heroína, ni maría, ni whisky, la única droga que va a encontrar es una botella con un poco de vino, y algún atado de cigarrillos” “Eso no es droga” “¿Ah no… y que es?” “Eso está permitido por la ley” “¿Y usted cree en la ley?” “Si porque soy policía” “Pero como yo no lo soy no creo en ninguna ley” Sonrío estirando los bigotitos y dijo “Usted es lo que en América llaman un outlow” “Ojala lo fuera” “Hummm” exclamo mirando el safu “¿Qué es esto” “Un cojín pasa sentarse en zen” “¿Quién es zen, otro amigo?” “No, yo me siento ahí y me quedo solo conmigo respirando ” “Es Meditación, ustedes siempre meditan y no hacen nada por el mundo” “No es meditación” “Entonces qué hace con esto” “Me siento y respiro” “Y qué consigue con eso” “Nada” “Entonces ¿para qué lo hace?” “Porque da un gran placer por fin hacer algo para no conseguir nada” “Ahh, entonces lo hace para conseguir ese placer” Me reí con una corta carcajada y él sonrió mostrando la fila de dientes, orgulloso de haberme estocado. Me dijo “Se da cuenta que usted es una contradicción” “una no, soy varias contradicciones”. Se puso serio, alzó el mentón con un gesto de molestia y abrió el armario que hay encima de la cabina. Sacó las ropas y descubrió la máquina de escribir con una alegría que me asombró. “Usted escribe” “Si” “Hace poemas” “Alguna que otra vez” “Ohhh, yo adoro la poesía” No respondí mudo de asombro ante el cambio de semblante del poli, de pronto me trató con un respeto que incomodaba. “Veo que no tienen nada, disculpará usted pero con las cosas que pasan hoy, tenemos que hacer este trabajo, no se moleste, yo pongo la ropa que saqué, usted es un escritor”

Voy a llamar a sus amigas”, dijo una vez que acomodó con todo orden lo que había sacado. Subí a la cabina y las chicas salieron del edificio con miradas de susto. Se subieron las dos a la cabina.

El poli se acercó a mi ventanilla y me dijo “Quiero que me escriba un poema y cuando regrese por esta frontera me lo da” “Eso está hecho” “Me lo promete” “Se lo prometo”.

Salimos cuando ya oscurecía, las chicas se peleaban por contarme el interrogatorio que habían sufrido, eran todas preguntas sobre mí. “Donde conocieron ese tipo”, decían, “no mientan hay pena grave por ocultación, ese hombre tiene la clásica cara de delincuente”, había gritado el cara de caja, y el otro decía, “están seguras que es español argentino, parece de por aquí”, y Mercedes les decía, “conozco a su familia”, y la Chancha, “es un buen tipo, nuestro mejor amigo”, y aun así seguían desconfiando hasta que mi poli fan de poesía las llamó.

Pongamos los nocturnos de Chopin, dije. Las chicas me tomaban el pelo, “A ver ¿cómo vas a empezar el poema del flic?”

“Dos colas de ratón pegadas a una nariz en punta. Una boca vomitando la Marsellesa. Caca en la liberté égalité fraternité. Y el ratón ahogándose en la sopa, agitando la bandera francesa para pedir auxilio”.

El Fantasma asustado me dijo: no volvemos por esta frontera ¿verdad?

No, nunca, no te preocupes.

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Proximo: Los países bajos

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