viernes, 30 de diciembre de 2011

Marbella y Alberto


Cuando el siletista llega a Marbella siente que tanto la magia de Granada como la de Sevilla ha quedado atrás. Ahora se interna en un hibrido de bloques turísticos y casas cerradas exentas de fantasmas que podían darle algo de encanto. Y el mar que tanto buscaba es una especie de decorado azul pálido detrás de un marco de malecones y playas cercadas por muros. Es marzo, eso lo sabe y acepta la poca gente y la poca esperanza de encontrar algún humano que quiera ver reproducido su perfil en papel negro

El siletista cae en una profunda desolación.

Tras un recorrido de pensiones cerradas me resigné a la única pensión barata con habitación compartida. Es un argentino como usted, me dijo la señora alzando la nariz como intentando olfatearme, bueno, es más alto que usted.

La habitación tenía dos camas cutres, un baño diminuto, y olía a guiso de repollo frío. El sujeto apareció muy tarde. Yo ya estaba metido en la cama, me hice el dormido y lo observé de reojo. Dejó un ramo de flores en la única mesa al frente, se quitó una ropa negra, se puso un pijama marrón caca y se recostó de espaldas. Inmediatamente quedó frito. Podía distinguir su perfil de boca abierta por una claridad que se filtraba de alguna grieta en la ventana. No roncaba, y parecía no respirar, al colmo que pensé en las respuestas que daría yo al forense cuando venga por la mañana.

Pero en la mañana estaba vivo, se levantó con ojos dormidos y me dijo Buendía, me llamo Alberto, ¿y vos?, ah, también sos de Argentina, bueno aquí ya no somos de ningún lado, y casi diría que no somos.

Alberto trabajaba a la tarde y a la noche. Era uno de esos ángeles que ofrecen flores por las mesas de los bares y restaurantes. Yo le comuniqué mi oficio y se asombró. Ya me harás uno, dijo, y luego continuó con tristeza: pero no tengo a nadie para enviárselo. Una vez en la calle calculé su altura, me sacaba una cabeza, era tan flaco y espigado que su ropa de luto parecía pegada a sus costillas y su cara databa de dos siglos atrás; pálido al borde de la tisis, mentón largo con barba raída, pelo negro tapándole las orejas, lánguido y triste, era sin dudas un tipo arrancado violentamente de un cuadro del Greco.

En el desayuno, pan con mantequilla y café con leche, pagué yo, me propuso ir juntos por los bares y las terrazas, “yo con las flores y vos con tu tijera”. Acepté de buena gana, parecía un muy buen tipo, le dije que si hay suerte podíamos ligar un par de andaluzas. ¡No!, respondió grave, yo no puedo, no tengo el corazón roto, lo tengo hecho puré. Tuve hasta hace poco una mujer y dos hijos, nena y nene, (dijo tan triste) y la muy puta se fue con un asturiano y se llevó a los chiquitos, y al día siguiente me llegó la noticia que dos semanas atrás mi madre había muerto en Rosario, y yo ahora me quiero morir también porque con estas flores del carajo no tengo ni para ir a buscar a mis hijos.

El pobre Alberto era un tango con patas.

Y allí íbamos recorriendo las terrazas habitadas por dos o tres parejas en espacios de varias mesas vacías, Alberto con su capa negra y su cara de fantasma, y yo que por desgracia tenia roto el tabardo, iba revoleando la tijera que parecía la amenaza de un loco, de modo que los turistas, apenas nos veían, sentían tal pánico que negaban con la cabeza rogando por piedad.

La cosa estaba cada vez peor. Si no pago mañana la gorda me va a echar del cuarto, dijo Alberto bajando la mirada, vayamos a ver un amigo que tiene un bar nocturno, le voy a pedir guita.

El amigo se llamaba Rubén, nos recibió tomando mate en el porche de su casa. Era un tipo bajo algo rechoncho de piel aceitunada, y al hablar sacaba de las entrañas un argentino profundo, de barrio o rioba como se dice ayyaaá.

¡Que bueno lo que haseeesss querido! −me dijo atontando la cara− y ¿cómo lo hasssesss?, sos mago sos, mago, y con la tijeeeera, directo, sin dibujar nada, ¡qué- lo- parió! Alberto, llevalo a tu amigo a mi boliche esta noche y venite con las flores, hoy recibo a un grupo de argentinos de esos que rompen las bolas, pero por ahí tenemos suerte, ¿Qué? ¡Uy Alberto! otra vez, no te curás más pibe, decile a la gorda que le pagas el mes que… bueno, bueno, por no verte en la calle…¿Cuánto querés?

La humillación de Alberto recibiendo un par de billetes daba frió en la vejiga.

El “boliche” era un antro oscuro, pero de un oscuro violeta y espantoso. Un aroma de algo plástico con eso que tiran en los baños públicos, ahogaba el aire. Los únicos clientes un grupo de mujeres y hombres cincuentones ocupaban una mesa larga en el centro del espacio. Las otras mesas vacías, apenas se recortaban en la oscuridad, y al fondo la sombra fantasmagórica del tal Rubén delante de un piano.

Cuando entramos con nuestras pintas sentí que nos miraron con ojos entornados de total desconfianza. Alberto, muy tímido, dio dos pasos indecisos, extendió el ramo y dijo: si alguno quiere regalar una flor.

El silencio fue como un golpe, y de pronto surgió el grito de una voz gangosa y burlona.

¡Flor de ojete!

Seguidamente estalló una carcajada general y agresiva, la carcajada del que ve un gato muerto y le da risa. Alberto retrocedió hasta esconderse en un rincón de total penumbra.

Me acerqué a la mesa y vi los personajes dentro de ese alumbrado violeta; tipos de caras equinas con caras de ratas enromes, grasosos, de pelo azabache con diez kilos de fijador, pondría las manos en el fuego que eran policías argentinos buscados por crímenes y torturas. Las mujeres, clásicas del arrabal pesado, algo así como avestruces avinadas con odio en los ojos y en los labios. Rubén desde su piano gritó; “¡este pibe hace unos perfiles impresionantes, es como un mago”. Nuevamente el silencio y uno de estos torturadores que se inclina pesadamente para soltar con tono de insulto ¡Yo no tengo perfil! La misma carcajada que sacudió a Alberto estalló ahora tras la gansada que acaba de oír. Rubén, desde su piano se jugó la última carta, “vení acá pibe y hacéme uno, para mostrale a esta gente”.

Me acerqué hasta una corta distancia pero su cara aparecía y desparecía tras la oscuridad mientras se movía tocando el piano. ¿Y ahora cómo la hago?, me dije.

Intervalo para una explicación técnica: “La siluetas se logran tras una combinación en equipo del ojo con la tijera. El ojo mira el perfil del sujeto/ta, si es recto o curvo y va siguiendo la línea mientras da órdenes a la tijera, casi simultáneamente los dos se encargan de recortar no solo la cara sino la personalidad.

Pero en este caso, yo les dije: hagan lo que puedan. Y el ojo dijo, “yo no veo un carajo, tijera, hazlo tú”. La tijera se armó de valor y sola fue moviéndose como ejecutando un danza en el papel finalizando la silueta de menos de un minuto.

Cuando la vi no pude creerlo, era la mejor que había hecho en mi carrera de siletista, no solo era Rubén sino también sus problemas, sus alegrías, y sus angustias. Rubén al verla, detuvo el tango que tocaba y gritó:

¡Soy yo, soy yo! ¡Miren esto! Se levantó atropelladamente y acercando la silueta a un foco, la mostró a los de la mesa.

Volvió a repetirse el silencio seguido de una voz arrabalera de mujer

¡Dale negro, dejate de joder, estas mejor de ñata!

Y la carcajada, esa carcajada como latigazos repercutió por el resto de la espesa atmosfera violeta. Entonces descubrí que el olor a muerto que se colaba en el aroma de plástico venía del aliento de estos espectros babosos en estado de putrefacción.

Salimos disparados a respirar el aire del mar. Nos sentamos en silencio delante de las olas y buscamos las pocas estrellas que detrás de los reflejos de la ciudad nos ayudaban a olvidar el mal rato.

En los dias siguientes Alberto pudo dar solo cuatro flores para comprar pan y un chorizo, y yo las siluetas suficientes para comer y pagar el billete del próximo autobús.

Nos despedimos con un abrazo en la puerta de la pensión. Alcé la bolsa, crucé la calle, y al ver en la otra acera la patética inmovilidad de Alberto inclinado mirando al suelo, sospeché que había decidido volver como hijo prodigo al seno de su creador, y di por seguro que el Greco lo recibiría con los brazos abiertos, para colocarlo en algún lugar del entierro del Conde de Orgaz.

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Próximo: El principio en Canarias

martes, 27 de diciembre de 2011

Viajes del Siletista SEVILLA



Cuando el siletista llega a Sevilla le parece haber entrado en una estampa pintada en el siglo XIX. Siente como un viaje astral al pasado en esos balcones con barrotes labrados, en los colores pálidos y rojizos de algunas casas, en los empedrados de las pendientes, en sus patios interiores provistos de arábigos aljibes, y el alminar de la Giralda y las grandes avenidas con parques recorridos por cercos y puertas de rejas. El barrio de la Cruz lo devuelve a una reencarnación de ese siglo, y como un caballero de entonces que desenfundaba su espada, el siletista debe sacar la tijera y ponerse el sombrero.

Sevilla

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Pero de entrada no, no, mejor enfundar la tijera y ponerse a callejear, eso, callejear por ahí distraído mirando todo no solo con los ojos de la cara sino con el gran ojo invisible que mira desde los pies a la cabeza. Y dar una vuelta con aire vagabundo, viendo colores por todas partes, y las filas de árboles que recorren las aceras y que generalmente nadie las ve.

Un estudiante de barbita en punta descubrió que yo era de “pajuera” y me llevó como guía por algunas iglesias recargadas de Cristos sangrantes, de vírgenes dolorosas, de tules morados y espacios enormes que apestaban a incienso.

En una de esas iglesias había un museo donde se exhibían las vírgenes que luego sacan en la Semana Santa y en el Rocío. Esta es nuestra Macarena, dijo el estudiante, ves, para nosotros es muy importante, como la vida misma.

La hermosa virgen tal vez obtenida de una modelo de 17 años sostenía en sus faldas un Cristo muerto, pálido como el marfil, con la frente sangrante, tal vez obtenido de un modelo de 40 años.

Aquí hay algo raro, le dije al estudiante, este Cristo parece el padre de la virgen o tal vez su abuelo.

El estudiante aulló:

¡No te permito esta falta de respeto a nuestra señora y al Cristo de nuestra cofradía! No quiero verte mas, no eres digno de entrar en nuestros suelo sagrado!

Seguí camino, tanteando la tijera que ya estaba en el bolsillo.

Un tipo largo con gesto afligido me indicó el mejor lugar para hacer siluetas era la plaza de los Naranjos, que allí solían ir los caricaturistas y retratistas, pero que esté al loro por si aparecen los “shivileh” (guardia civil) que te llevan con tijera y todo.

Por suerte no había artistas, solo bancos y árboles de esa naranja acida que viene bien para espabilarse. Me puse el sombrero, saqué la tijera y la hice girar como una hélice en mi dedo.

Primero fue un funcionario que iba de corbata y portafolio, su perfil árabe, nariz curva, cejas salientes, labios frontales, ¡facilísimo! El segundo fue una mujer rolliza que hablaba hasta por los tobillos. Me costó su pelo con forma de helado con cucurucho. El tercero un niño que su abuelo le repetía que se quede quieto hasta que lo dejó paralizado.

Después me fui a comer a una fonda donde me dieron sopa con una hoja de hierba buena y una paella llena de grasa. En la televisión por encima de las cabezas de los comensales Felipe González gritaba desesperado la urgencia por meternos en la OTAN. En las elecciones había prometido sacarnos de ese pozo si lo votaban. Por el ventanal discurrían carrozas con sus cocheros, señoras multicolores con sombrillas blancas y el sol de Sevilla repartiendo flores por todas las calles. Felipe González me amargaba la sopa.

Al atardecer me quedaban las pesetas de dos perfiles y di una vuelta por las tascas del barrio de la Cruz. Al anochecer tomaba mi quinto vaso de vino con un grupo que me había invitado, al parecer estudiantes, cinco mujeres y seis tipos, al parecer clase media muy acomodada, que en el fragor de tanto etílico les pareció una buena cosa la compañía de un argentino que se dedicaba a tijeretear perfiles, y obviamente me vi obligado a hacerles perfiles gratis a cada uno, (o sea pagué el vino, y tanto) que en la sana borrachera las caras salían mejor, casi rayando en la perfección. Una de las chicas, de una belleza ente árabe y griega, se me pegó con mucha risa y calor tomándome de la mano para decirme que dentro de una semana se casaba con un cordobés, pero que en ese momento, borracha, le parecía que no estar enamorada, algo que le asustaba verdaderamente teniendo en cuenta que los borrachos dicen la verdad.

De ahí, me metieron en un seat y todos apretados como gatos partimos hacia el otro lado del Guadalquivir. La chica, creo que se llamaba Felisa, me abrazó la cintura y se recostó en mi hombro. Me acuerdo muy nublado (los vasos de vino fueron más de cinco”) de una discusión en la oscuridad del coche. Me preguntaron por las Malvinas y yo dije que nunca le pegaría un tiro a un inglés que lo está esperando su madre y sus hermanos, por un territorio. Recuerdo el ruido de voces que se levantó, los gritos que darían la sangre, los huesos y la piel por la patria y por la bandera mas los gritos que explotaron cuando declaré que quemaría todas las banderas del mundo porque eran la chispa de la muerte a lo largo de la historia. Aquí hay un corte en la memoria y el recuerdo en blanco y negro de un lugar triste; una especie de anfiteatro de gradas sucias, papeles por todas partes; y una música espantosa que sonaba en el escenario de abajo donde no había nadie.

De pronto me veo enlazado con Felisa de piernas y manos en un beso interminable. Uno de esos besos que penetran para sentir a fondo las fibras del alma. Un beso asistido por los fachas de sus amigos que me rodeaban desaprobando mi actitud. ¡Apartemos al antipatria que esta enredado con nuestra amiga que se va a casar la semana que viene! Otro corte de memoria y el grupo huyendo, arrastrando a Felisa de los brazos.

El último recuerdo no sé si es real o me lo inventé como pasa con los sueños; Felisa tironeando, intentando zafarse para volver conmigo y dos de estos energúmenos que la meten en el coche como si la raptaran.

Lo que siguió fue el silencio, ya no sonaba la música, el viento del amanecer ocupaba la soledad total de las gradas donde yo era el único que estaba sentado.

Ya no tengo que hacer nada que hacer en Sevilla, me dije.

Bueno, sí, unos cuántos perfiles más para tomarme el autobús al sur, a ver si en el mar tengo más suerte.

sábado, 24 de diciembre de 2011

los viajes de un siletista (granada)

.Inicio en este blog interrumpido relatando los episodios de un siletista.

Por si no lo saben el siletista es uno de esos tipos que andan con una tijera recortando perfiles de turistas en un papel negro. Los más hábiles habitan en el barrio de Montparnasse de Paris, pero hay otros que deambulan por las ciudades buscándose la vida a tijeretazos.

Esta es la historia de uno de ellos. Que, sinceramente, no lo conozco del todo.

Granada

Y por fin me decidí a dar una vuelta por la península con mi tijera, o sea, viviendo de mi tijera, que alguna vez dos amigas dijeron que era mi banco particular porque cuando se me acaba la guita me pongo un sombrero de copa y salgo a recortar perfiles en un papel negro cobrando cinco euros por cabeza. Pero entonces cuando llegué a Granada a mediados de los ochenta, cada perfil lo cobraba a cuatrocientas pesetas, y con eso ya podía comer al mediodía. Comer por ejemplo en esa fonda de la Plaza Nueva decorada con barricas viejas de diferentes vinos, comer bocadillos de palmitos con queso, o de serrano con mayonesa casera, y tomarme todo el vino hasta salir lleno de sol y ver el río Darro que corre marrón alegre y la colina por donde se asoma la inmortal Alhambra.

Los perfiles los hacía en la pendiente que sube al Generalife. Ahí mismo entre matorrales y bancos de piedra: el contorno de un alemán de gafas gruesas y cara de obispo, una mujer delegada con nariz de gancho, cejas gruesas, no cejas, múltiples narices, un japonés cuyo perfil era una línea irregular.

Luego me colaba en el Generalife por un hueco que había detrás en un cerco de siemprevivas y paseaba por ese laberinto de cercos verdes y fuentes solitarias escuchando el concierto de las aguas que corren por un crisol de canaletas. Los jardines del Generalife comprenden un paseo hacia lo íntimo buscando los tiempos de la dinastía islámica con los ojos cerrados para verlo pasear a Averroes, o a Boadil el chico, y a su mujer infiel arrinconada con su amante en el árbol. Y una mañana encontré ese pasado cuando un gitano me dio tres pitadas de su canuto y después lo perdí. Mejor dicho me perdí yo en el siglo XII sentado en un banco escuchando las aguas con música de flautas corriendo por las piedras, y entonces pasaron dos califas de la corte, elegantes, con túnicas bordadas en oro, iban moviendo las manos y dando voces con muchas consonantes, detrás venían mujeres cubiertas con velos de seda que al verme se reían, pero una de ellas de ojos verdes me clavó la mirada como pidiendo entrar en el alma de mis sabanas. Y de repente… en un regreso bestial a esta época, vi pasar un grupo de colegialas francesas riendo a gritos como las moras del pasado. Una de ellas se quedó mirándome con los mismos ojos que me miraba la mujer del velo, tal vez impactada por mis ojos embrujados tras el porrazo gitano.

Al bajar la pendiente me dio el hambre. Entonces me puse el sombrero de copa y saqué la tijera. Una familia de ingleses se detuvo para pedirme que les haga el perfil a sus cuatro hijas lánguidas y transparentes. Iba por la tercera cuando escuché botas militares que retumbaban en la pendiente, y qué vi: tres guardias civiles con tricornio, (me acordé de Lorca) y las caras demudadas, que venían trotando a por mí. Se detuvieron a un palmo de mi cara y me gritaron con fuerte acento andaluz “¡¡¡Y esto que ehhhh!!!” Recorto caras, les dije. Más confusos y rabiosos volvieron a gritarme que ¡ehjto no se puede haceh aquí, o se retira o le confiscamoh la tijera!

La cuarta hija se quedó llorando sin perfil.

Desde el lado de los matorrales, Mariam, observaba la escena.

Mariam, inglesa, veintinueve años, de cara risueña con cierta tristeza en la mirada, un cuerpo grueso y sensual.., viajaba con un chico, no dijo que era su chico, dijo que sólo se trataba de un compañero, mi único chico se fue con otra cuatro años atrás dejándome embarazada, y luego el niño se murió, pobrecito, murió a los dos años y todavía me vista en sueños.

Comimos en aquella fonda larga, bocadillos de chorizo y jamón serrando, de queso con palmitos, los palmitos se repetirían hasta el hartazgo. Pero del vino de barrica nadie se harta, ¡¡ahh!!, chin chin, por nosotros. Mariam se reía brindando y bajaba el vaso de un solo trago. Más, tomemos más, gritaba. Esa tarde, borrachitos, dimos vueltas por el Albaicín. Recorrimos las viviendas grutas. Escuchamos a los gitanos en un flamenco de cuatro guitarras. Cuando el gitano viejo elevó la voz en un quejido Mariam lloró recordando a su hijo que había partido: está en algún lugar, y está más vivo que nosotros, dijo, yo lo sé, porque lo veo cada vez que sueño, pero me despierto llorando. Las lágrimas de Mariam bajaban acompañadas por la carrera de cuerdas del deslumbrante flamenco.

Nos besamos en un rincón al borde del río, emocionados con las guitarras que oíamos de lejos. Emocionados con el espíritu de Granada. Volví a recordar a Lorca y al amor y en el colmo de la temperatura acepté la invitación de Mariam para ir a su pensión y tomar un cuarto vecino al que ella tenía con su pareja despareja.

Cada noche, su compañero, un inglés bajito, medio pelado, salía a emborracharse como cualquier turista ingles aprovechando ese vino español que no tienen en su isla y menos a ese precio. Cada noche yo me pasaba al cuarto de Mariam. Ella cerraba la puerta con llave, y cuando el bajito volvía con un pedo como un piano, golpeaba la puerta y yo me vestía como podía y saltaba de su balcón al mío con mucho cuidado de no caer desde ese segundo piso. Luego escuchaba voces a través de la pared, escuchaba el vomito del bajito, escuchaba las quejas y después los ronquidos de lobo del borracho. Entonces me dormía con esa frase de cada uno en su cuarto y Dios en el de todos.

El día que los despedí le di un abrazo tan largo a Mariam que al bajito no le gusto nada; al colmo que me saludó sin mirarme; con un corto movimiento de mentón.

Y me fui de Granada porque la Guaria civil de los cojoens no me dejaba tijeretear por ningún lado.

Me voy a Sevilla a ver que pasa.

El autobús partió al amanecer.

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Próximo capitulo: SEVILLA

miércoles, 31 de agosto de 2011

PAHARGANJ



Revisando episodios escritos de India, los cuales podrían armar una novela, encontré en el primer capítulo este fragmento sobre la calle Paharganj de aquel entonces cuando todo era un armónico caos y hasta un elefante se desplazaba de tanto en tanto.


El argentino salió de un restaurante y por poco a él también lo pilla una vaca. Enfiló para el lado de la estación y esquivó dos rickshaw que se le venían encima pero se encontró delante a una bestia como un mamut que avanzaba para aplastarlo entonces dio un salto gritando muy divertido, ¡Esto es como los jueguitos de los bares! Siguió sin acordarse por qué había salido. El mambo que me dio ese shilon, loco, que bueno, y con la plenitud del hash embistió la noche del trafico alucinando con las luces y los humos y las ropas que cuelgan de las tiendas, y… ¿los maniquís?, no, son personas, se mueven loco, no te pases, y el barbudo, (el que le pega a Olivia) le preguntó, you remember me. Le dijo que sí y huyó dando bordos entre la multitud. Casi pisa un cerdo. Se quitó de las piernas un niño que lo agarraba pidiéndole rupis please. Iba feliz y entretenido con las figuras que le asaltaban, sí, sí, como en los jueguitos, un tipo delgado se le reía en la cara, otro motorickshaw lo perseguía, las luces de los STD, y una rubia de trenzas con un culo flotante en esa falda rajastani. De pronto no se dio cuenta que estaba la avenida hasta que vio ese taxi oscuro que aceleró para atropellarlo. Lo esquivó con gesto de torero pero a la derecha lo atacó a muerte un camión enloquecido aullando la bocina. Saltó a una isleta de piedra donde se sintió protegido, y en ese instante le llegaron reminiscencias de un colegio de Buenos Aires, entonces, enredando los dedos gritó, muy fumado, ¡Pido gancho el que me toca es un chancho!

sábado, 23 de julio de 2011

TÍa Alicia número 2

Tía Alicia número 2

Hace un tiempo atrás llegué a Buenos Aires después de una ausencia de cinco años y mi hermano Horacio el que siempre me viene a buscar al aeropuerto, me recibe con un, qué tal José, ¿sabes quien se murió?
¡Quien!, pregunto expectativamente asustado.
Alicia, y se murió ayer, o sea que tenemos que ir al cementerio ¡ya!

Hay dos tías Alicias. Tía Alicia numero 1, y tía Alicia numero 2

Tía Alicia número 1 es la que yo conocí creciendo en aquel lejano país, y esto de lejos lo digo más por el tiempo que por la distancia del enorme mar que nos separa. Hermana de mi madre, tía Alicia número 1, soltera, virgen (me animo a las manos sobre el fuego) sus zapatos de maestra, sus medias opacas, sus falda oscura, mujer de mirada siempre circunstante, devota de las buenas costumbres, comida con educación, risa discreta que fluye por las fosas nasales, dedos muy finos en manos cuidadas, sonrisa con algo de mi abuelo (no de mi abuela que sonreía muy poco) sonrisa con algo también de un país olvidado en lo que comprende la leyenda que ha forjado un niño que crecía encuadrado en una familia que le marcaba callejones por los que se debería ir y túneles por donde no debería entrar. Túneles, por los que al fin me metí atravesando la plena oscuridad para ver la luz al otro lado del mundo.

Tía Alicia numero 2 (tal vez al otro lado del túnel) mujer de ojos abiertos por verse perdida en un planeta donde no reconocía nada ni a nadie, y por lo tanto, ni yo, ni nadie llegó a conocerla. A veces feliz, a veces trágica, a tía Alicia número 2 la llevaban del brazo, con pasos entorpecidos por los grandes pañales, había roto el molde de la número 1 y reía a carcajadas, o lloraba a gritos, circulando en esa demencia senil que podría representar otra puerta.

Llegamos al cementerio. Saludo a mi hermana mayor, seria, ante la normal circunstancia, con su abrigo en mano, sus zapatos de tacones lustrados, mi tío Horacito, hermano de Alicia, sobretodo a cuadros, corbata de seda, también serio, aunque cada tanto deja escapar un chiste que provoca risitas próximas. Mis sobrinas altas y largas mirando el empedrado. Señoras y señores que no recuerdo, comentan pobrecita lo que sufrió en estos años, menos mal Dios la premia llevándosela. Me miran raro, quien es ese con ese pelo. Día de sol de cementerio. Hace frio. Las estatuas de tétricos ángeles de piedra contemplan el circular de los vivos, y por fin llega el coche fúnebre de negro charol. Bajan el ataúd caoba que necesita de manos que lo lleven. Yo, con toda la modorra del avión pegada en el cerebelo, agarro la manija de adelante. Horacio la de atrás mío. De la otra manija primera mi primo Ricardo me mira asombrado y me grita, ¿José, que hacés ahí?
El cortejo se desplaza en silencio. Pronto se escuchan susurros que a media que avanzamos entre puerta y cruces se vuelen voces de charla. Nadie llora, por supuesto, alguien se ríe. Cerca de mí la única mujer con rasgos indios camina mirando como asustada por algo que ha perdido. Llegamos a la tumba. Horacito organiza la cosa. Una prima sonríe con nostalgia, y en cuanto el ataúd empeiza a bajar a la fosa la mujer india rompe en un llanto como una explosión y se sacude llorando en temblores.
¿Quién es? Le pregunto a Ricardo.
− ¿No te das cuenta? Obvio, la mujer que la cuidaba.


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sábado, 25 de junio de 2011

expresionismo hostelero



EXPRESIONISMO HOSTELERO

Vendo bisutería en un hotel plástico. Los turistas también de plástico pasan como tropel por mi mesa derecho al comedor. Pasan gordas en bikinis. Pasan ancianos bronceados. Pasa todo tipo de terrícolas catatónicos con tatuajes hasta en el carnet de identidad. Nadie mira mi mesa. Pasan niños in in in soportables. Pasa una bruja teñida de arcoíris. ((Pasó una rusa que esta buenísima)). Pasa un obeso fofo dentro de una camisa florida. Nadie mira mi mesa. Solo se acerca esa adolecente de pestañas postizas y una minifalda tan prieta que para encajársela se tiró de un segundo piso. Su novio, un idiota de labio colgante y gorro beisbol, espera con los brazos cruzados.
−Cuánto cuesta ese collar –pregunta la nena
−Veinte euros.
−Te doy cinco euros por eso.
−Y yo te doy una patada en el medio del ano.
Se sintió ofendida. El novio se puso de un rojo fruncido, luego se alejaron comentando la mala educación de este vendedor.

¡Es que yo tendría que estar actuando poesía con Claudio!
O escribiendo cuentos de la India.
O viajando por Turquía con la bolsa al hombro.
¡¡Que carajo hago aquí!!

“Cálmate José. Es una prueba que te pone la vida, se trata de hundir al José de siempre para que resurja un nuevo José como el ave Fénix”.
¡No me vengas con cuentos!
¡Uy! Ahora viene una pelirroja con gafas culo de botella.
−How much the wrist.
−Five euros.
−I take it.
¡Bien!, vendi la pulcerita cursi.

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jueves, 26 de mayo de 2011

EL LABERINTO


El Laberinto

Podría poner la mano en el fuego al afirmar que el paraíso es el laberinto de las sorpresas. Sus entradas son infinitas bocas oscuras que conducen al más profundo secreto. Hay que entrar a ciegas y abrir los ojos cuando ya todo está perdido, porque de un lado a otro sucede lo inesperado, los sueños que parecían imposibles salen al paso en cada callejón, lo increíble se vuelve real, vivo, y todo se resuelve ahí, ahí mismo, donde el camino camina con el camínate, donde las flores huelen su propio perfume, y los pájaros son parte de los árboles. Donde lo sencillo es lo único existente….
Pero…
Advertencia: Hay un obstáculo que se debe tener muy en cuenta, y es, pensar que lo que ocurrió puede volver a suceder, ¡prohibido proyectar el acontecimiento!, porque en ese caso se violaría el código sagrado y el laberinto te catapultaría fuera, fuera, expulsado del paraíso. Otra vez fuera, condenado a seguir indefinidamente en este tedio asquerosamente planificado y gobernado por el tiempo.

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sábado, 21 de mayo de 2011

EL LOCO, sueño 3, (lucido)


El Loco
(Sueño lucido)

Podía ser en uno de esos melancólicos parques de Londres, una mañana de sol con setos de tulipanes y grandes abetos y madres alegres con cochecitos de capota negra, mujeres recostadas en el pasto riendo y tomando sol, niños jugando a la pelota que patean contra una portería hecha de chaquetas y bolsos del colegio, parejas abrazadas en los bancos verdes, una enfermera que lleva a una anciana de pelo azul que a su vez se afirma en un bastón ante un estanque de patos, la calma en la brisa, tal vez un lejano violín, Y de golpe. ¡Todo se estremece en una gran alarma! La gente del parque corre espantada. Las madres disparan con sus cochecitos gritando ¡viene el loco, viene el loco!, los niños dejan sus cosas y desparecen dando alaridos, ¡el loco, el loco, viene el loco!, dos tipos flacos pasan corriendo y me gritan ¡cuidado que el loco ya está cerca! Me vuelvo y veo el parque vacío salvo un tipo grandote de rostro borroso y ojos desorbitados, que viene marchando a toda velocidad directo hacia mí. El pánico de la pesadilla me inmoviliza. Intento escapar pero apenas puedo dar dos pasos y siento los pasos del loco que se acercan.
Entonces, el santo instante aparece como salvavidas; “es un sueño” digo “estoy soñando y en mis sueños hago lo que me da la gana”. Inmediatamente enfrento al loco y le grito: “¡Un paso más y te rompo la cara!” El loco palidece, da la vuelta y huye a una velocidad inverosímil.
Desperté.
Y desperté a las carcajadas y después seguí riéndome con el agradable recuerdo del miedo mío y del miedo del loco.

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jueves, 7 de abril de 2011

SUEÑO 2

Sueño 2


Este ocurrió un tiempo atrás en Venezuela. En el sueño me encontraba en una inmensa playa de arena muy clara delante de un mar turquesa y corría en la brisa ese olor a océano en una mañana que brillaba en el mar como si el sol estuviese debajo del agua. A pocos metros en la orilla, mi amigo Chani estaba allí sentado como un Buda con una túnica celeste que combinaba con el turquesa del mar. Todo era tan real y vivo que lo que sentía no entra en el relato por el estrecho límite que todos sabemos, en este tipo de casos, tiene la palabra. O sea que la felicidad podría ser algo aburrido comparado con lo que yo estaba viviendo.

Súbitamente me di cuenta que en pocos segundos iba a despertar y perdería ese paraíso. No podía evitarlo, la vigilia me tironeaba con tal crueldad que le pedí ayuda a Chani, se lo pedí gritando: Chani, Chani, siento que estoy por irme al estado de vigilia!

Chani se volvió sonriendo con todo el enigma en sus ojos.

−Y a ti quien te ha dicho que ese es el estado de vigilia.

Inmediatamente desperté.

O tal vez no. O tal vez perdí el estado de vigilia para caer en este sueño desde donde estoy escribiendo.

domingo, 3 de abril de 2011

SUEÑO 1

SUEÑO 1 Era un guiri, un alemán o un inglés que hablaba perfecto español. Vestía una camisa caqui y un jean y llevaba mocasines de cuero marrón. Era rubio de rasgos pequeños, nariz pequeña, ojos pequeños, boca sonriente, cuello largo, me dijo si creía en las levitaciones. Ah, se me olvidaba, estábamos en un raro parque de pastos amarillos y al fondo el celeste de un cielo que lo había visto en las ilustraciones de un libro de cuentos, tal vez el gato con botas, o algún cielo de los caballeros del rey Arturo, y este guiri que me decía, ¡qué pasa!, crees o no crees en las levitaciones. Yo estaba sentado con las piernas cruzadas y le respondía que sí, que creía pero que nunca había visto una. El guiri me dijo, ahora vas a ver, y cerró los ojos, inspiró, hizo un ademan con los brazos y se fue elevando como un globo de gas hasta quedar con los mocasines a un metro del suelo. A mí mucho no me impresionó, en los sueños uno se comporta diferente, la verdad sea dicha, mucho mejor que en la vigilia. Entonces le dije, que bueno, que bien, sin más. El guiri bajó a tierra y se acercó hasta dejar su cara a un palmo de la mía y me dijo ahora vas a ver esto, acto seguido me tapó los ojos con la mano y mierda con este puto miedo a perder la consciencia porque se abrió delante de mí un espacio inmenso que me aspiraba metiéndome en el centro del sol donde todo era yo sin el cuerpo y sin la mente salvo ese estúpido miedo que no fue extirpado y que me hizo gritar ¡NO, NO, NO, NO! El guiri retiró la mano y todo volvió a ser la aburrida y leve normalidad. Cómo me arrepentí al despertarme, carajo. ¡Ese NO tan absurdo que nunca se queda mudo!

martes, 8 de marzo de 2011

Whooly Communion





El 11 de junio de 1965 el Albert Hall de Londres sonó con un bombazo del underground poético que no tuvo precedentes. Los poetas beats americanos junto con los beats ingleses, dieron un recital que algunos dicen pudo ser la inspiración para los poster recitales de rock tanto de Monterrey como de Woodstock. Se podría decir que fue el Woodstock poético. El teatro rebasó de gente que llegaba de todas partes de Europa. Los asientos fueron las butacas de siempre y el suelo tan acogedor. La electricidad y la fuerza se puede percibir en esta película en blanco y negro titulada Wholly Communion que realizo el director Peter Whithead y que tan poca gente hoy conoce.
En el número uno pueden ver el ambiente que reina, y a Ferlinghuetti recitando, a el genial Adrian Mitchel, y al mitico Gregory Corso.
He añadido el número 4 para que vean a Allen Ginsberg, (iniciador de esta corriente con Jack Keruac) y a la fuerza de bendita locura que se puede dar a un poema de este tipo.
Y una cosa más: ¿A quien de Woodstock, les recuerda, tanto la pinta como la actitud de Ginsberg?

miércoles, 23 de febrero de 2011

EL ALUD

El Alud

Andrés Di Tella en su blog ha tocado un símbolo que se cruzó en mi vida justamente cuando yo ya estaba en los principios de esa ruta que va a todas partes siempre que uno haga la plancha dejándose llevar por ese río de múltiples bifurcaciones que es la ruta del mundo. Ese libro que malamente Losada tradujo como “En el Camino” y que lo tengo aquí en la biblioteca, me dio entonces una inyección que ninguna droga podría dar en el entusiasmo por escribir, no por la armonía o desarmonía ni el orden o el desorden de las letras, sino por ver lo que va ocurriendo mientras los dedos teclean o el boli corre como loco marcando jeroglíficos en un cuaderno que inmediatamente hay que traducir porque si se deja pasar dos dias, no lo entiende ni el autor. Hoy en esta biblioteca tengo también “En la Carretera” otra mala traducción del título “On the Road” que publicó hace poco Anagrama y que según dicen, es el original que Jack Keruac escribió en el teletipo que su amigo Lucien Carr, con la que convivía, lo robó de la oficina de la Unaited Press en la que trabajaba y le trajo una tarde porque Kerouak estaba harto de quitar páginas del rodillo por la velocidad enloquecida con que iba escribiendo. A partir del teletipo (Keruac hubiese entrado en éxtasis de tener un portátil) sucede el acto de aporrar las teclas con ritmo de jazz, con esa magia que llamó “Prosa Espontanea”: “Ninguna selectividad de expresión –define Keruac− sino seguir el libre desvío (asociación) de la mente hacia los infinitos mares del pensamiento, zambullirse en el océano del inglés sin otra disciplina que los ritmos de la exhalación retorica y de la narración protestada, como un puño que cae sobre la mesa con cada sonido completo ¡bang! “
Lucien Carr comentaría mas tarde;
no paraba ni un minuto. Recuerdo que yo trabajaba de día. Me levantaba en la mañana con el ruido de su máquina, y cuando regresaba en la noche, aun estaba escribiendo, y cuando me iba a la cama seguía tan campante. Imagino que a veces ha debido detenerse a comer o dormir, pero yo no lo puedo asegurar”

Los destinos llegan a tener algo de la comunicación que sucede entre las piedras que se precipitan por una ladera uniéndose en esa suerte de estampida que forma el alud. A un lado de “On the Road” en orden bibliotecario, tengo una joya envidiable, “Howl”, el largo poema aullante que Allen Ginsberg declamó en 1955 en la galería Six, ante una turba ebria, no solo de poesía sino de demajuanas de borgaña que Keruac les trajo tras una colecta. Lo encontré hace muchos años en una librería de Londres, a penas como un cuadernito negro donde se lee “CITY LIGHT BOOKS. San Francisco” o sea publicado por el mítico Ferlinghetti cuando la generación Beat estaba sonado en el ambiente de la juventud de los 50. Eran los beatniks, los primeros hipsters. Los que la moralina americana de entonces clasificaría como rebeldes sin causa, que inspiraría el film de Nicholas Ray. Tal vez James Dean daba el tipo de uno de esos personajes increíbles que se rebelaron contra las letras establecidas. El mote beat, golpeado, se le adjudica a John Clellon Holmes, quizá el más tranquilo de ellos que declara “Un hombre esta golpeado cuando queda sin blanca y apuesta la suma de sus recursos a un solo número

Holmes en su novela “Go”, cambia los nombres de cada uno de los celebres beats, Ginsberg, Burroughs, Orlowski, Corso, Duncan. Keruac lleva el nombre de Gene Pasternak, Holmes lo describe como: Un hombre generoso, impulsivo, cándido. No se parecía a ningún otro escritor que yo conociera. No era cauteloso, ni dogmatico, ni cínico, ni competitivo, y si no lo hubiera conocido a través de su gran fama, lo hubiera confundido con un leñador poeta o con un marinero que guardara a Shakespeare en su mochila
Neal Cassady (alias Dean Moriarty), y Keruac se conocieron cuando ambos trabajaban de guardavías en los ferrocarriles del Pacifico Sur. Cassady era un tipo que entraba y salía de las diferentes cárceles de los estados, un genio que regalaba vitalidad allá donde iba, un frentico, endemoniado con lujuria de la misma vida, que a la postre se convierte en el símbolo de la idea beat; todo ha de brotar de un golpe espontaneo, vamos para allá, y nos ponemos trotar en el camino, salimos en coche, y robamos gasolina para tomar la ruta a toda bala , paramos en ese motel, nos encantamos con las estrellas, allí perdidas, fumamos una marihuana, nos bebemos una botella de whisky, nos llevamos tres chicas para los dos, y al día siguiente un buen café disfrutando del amanecer para seguir hacia la costa oeste cuya línea del horizonte esconde la gran sorpresa de la vida.

“On the Road” es rechazado por distintas editoriales un sinfín de veces durante seis años. Tras el estallido de la galería Six, los editores se dan cuenta que “algo está pasando”, y que aquí entre papeles polvorientos tenemos el rollo incomprensible de uno de ellos. Por fin el editor de Viking se decide a publicarlo asustado por las revistas de vanguardia que siguen publicando fragmentos de la novela.
“On the Road”, sale a la luz en 1956. Las piedras del alud arrastrarían una roca que terminara sonado durante años por el resto del mundo.

·On the Road”, tiene también el color de la poesía de Ginsberg, de Gregory Corso, de Peter Orlowski, de Robert Duncan. Cuando están en New Orleans, tras la visita al gurú William Burroughs, la prosa entra en un ritmo de jazz como no leí nunca en ningún texto al colmo que prestando atención se escucha un saxo, una trompeta, y la banda vibrando en el oído. Utiliza magistralmente la onomatopeya creando el ritmo de una prosa escrita en un frenesí enloquecido Y el libro comprende una cascada de anécdotas que luego se volverán inolvidables. Recuerdo ahora un episodio en el que Sal Paradise, y Dean Moriarty se meten en un cine cochambroso porque no tienen dónde para pasar la noche. Ven entre sueños repetirse la misma película. Ven seis veces a Peter Loore diciendo “vamos”. Al amanecer los encargados de la limpieza recogen la basura entre las butacas y Dean observa desde atrás a ver si se lo llevan a su amigo en una de esas bolsas de plástico negro.

La generación perdida tras la Primera Guerra deja lugar a la generación “golpeada” tras la Segunda Guerra y en medio de la guerra de Vietnam, a mediados de los sesenta, los beat abren la puerta al movimiento que inicia otro sujeto fuera de serie, Ken Kesey, con su legendario autobús pintarrajeado de colores psicodélicos lleva un grupo de jóvenes con las caras pintadas y cintas en el pelo. Se hacen llamar “merry prankster”, (alegres bromistas) y portan cajas de ácidos lisérgicos para repartir en el barrio de Haight-Ashbury de San Francisco. Como todavía el LSD 25 no era ilegal, los policías no sabían qué hacer con la gente de ese barrio que parecían de otro planeta por la dimensión de las pupilas.

Estos neobeats son diferentes, tanto en el modo como el búsqueda, y también en la indumentaria a medio camino entre el Medioevo y los colonos del oeste. La revista Newsweek los bautizará como “los hippies”. El conductor de ese autobús es un tipo mayor que ellos pero tal vez más loco, a quien estos nuevos rebeldes respetan hasta la veneración; se llama Neal Cassady, y lleva el volante del autobús cruzando la frontera de las generaciones. Más tarde Allen Ginsberg junto con el poeta zen Gary Snyder organizan el “Gran Festival Humano” en el Golden Gate Park en enero de 1967, abriendo las puertas a estos nuevos hijos más cercanos a la experiencia psicodélica que a la espontaneidad beat. En el festival estallan las guitarras de Grateful Dead, y Grace Slick con su grupo de Jefferson Airplane canta
Una pastilla te vuelve más grande/ y otra más pequeño/ Pero las de tu mamá no hacen ningún efecto.

Volviendo a la década d los cincuenta, cuando Jack Keruac escribía en la casa de Lucien Carr no habrá ni siquiera sospechado que esa prosa espontanea era la piedra que determinaría el alud de los sesenta. (Aunque extrañamente se haya echado contra ellos en algunas declaraciones, cosas que pasan)

Un aproximación a la traducción del título On The road, podría ser “En la Ruta”. Porque ese era el lenguaje del viajero, si no te veo pronto nos vemos en la ruta, me cansé de este lugar, me parece que en pocos dias me pongo en la ruta. Y ¿qué es la ruta?, sino la dirección por la que se va a ese mundo en total libertad, en total presente, viviendo al máximo de los sentidos, en esa búsqueda de experiencias dejándose llevar por el río, atento a la eterna sorpresa. Puedo entender que esta novela hoy en día no llegue a la epidermis de muchos que no vivieron esa época, pero al que piense que On the Road está desfasada, le recomiendo meter una pocas ropas en la bolsa, sacar un pasaje a donde sea, y salir a la ruta sin regreso a ninguna parte. Entonces palparan las letras de ese atleta literario que metido en un cuarto tecleando un teletipo no paró de correr en tres semanas.

PD: Neal Cassady murió en el crucial 1968 de un paro cardiaco junto a una vía de tren. ¿Tendremos nosotros acaso un fin tan simbólico?

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viernes, 14 de enero de 2011

EL FIN

El fin

Como lo había explicado ella el lenguaje de los muckakanos es la respiración, se trata de un lenguaje en el que la comunicación se produce por si sola debido al nivel de emoción cuando se respira. Podría decirse que los muckakanos se entienden a través de una respiración emotiva. Lo curioso es que este lenguaje de apariencia abstracta tiene un simplismo alfabeto y se escribe. Hay largos pergaminos escritos por los muckakanos.

Te explico, el lenguaje no se compone de palabras sino de letras. La respiración se representa con solo cuatro letras H, S, G, A, por ejemplo sssshhhhhhhhhgghhhhhhhhhhaaaa, según la cantidad de haches puede estar pidiendo el desayuno o diciéndote que sale hacia el bosque, y si hay tres ss intercaladas da a entender o que hace caca en el árbol o que se ha paralizado en un éxtasis al mirar un pájaro, y hay mas haches significa el pájaro bebiendo el arroyo, pero no se trata de imágenes sino de un sentimiento que te trasmite la visión. Muchas A es que te ama y la A se utiliza solo por la mañana, justamente las horas que los muckakanos dedican al amor. Si hay más de tres G los significados se multiplican a tal colmo que no cabrían en este papel, o mejor dicho no tendría tiempo para enumerártelos porque el lenguaje muckakano se come el nuestro, lo devora de a poco hasta desintegrarlo en sus respiraciones escritas. Por ejemplo si me pongo a contarte lo que me paso el primerhhhhhggsss, dia cuando el muckcahhhhgsss ¡Ves!, me seria imposisshhhhhhssssss, pero ya esotysiendoggghhhhshsssssoloparadeicrtehhhhhquetengoquedecihhhhhhhhhhadiohhhhhhssssss,hhhhhhhhhahmequedoaaaaaaaaaaggggggggggggtttambienhhhhhhhhhhsconsssssssssstusgsgggggghhhhhhhchicassssssssssepillandohhhmehhhhhhhhloshhhloshhahhhhhhhhhsssaaadientesaaahssssshhgsgggggsssssssssssssssssssshshhhhhhhhhhhhhhgggggghhgggaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhggggggggggggsssssssssssssggggggggggggggggggggggggaahhhhhhhhhhhhhhhhaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhh

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