sábado, 24 de diciembre de 2011

los viajes de un siletista (granada)

.Inicio en este blog interrumpido relatando los episodios de un siletista.

Por si no lo saben el siletista es uno de esos tipos que andan con una tijera recortando perfiles de turistas en un papel negro. Los más hábiles habitan en el barrio de Montparnasse de Paris, pero hay otros que deambulan por las ciudades buscándose la vida a tijeretazos.

Esta es la historia de uno de ellos. Que, sinceramente, no lo conozco del todo.

Granada

Y por fin me decidí a dar una vuelta por la península con mi tijera, o sea, viviendo de mi tijera, que alguna vez dos amigas dijeron que era mi banco particular porque cuando se me acaba la guita me pongo un sombrero de copa y salgo a recortar perfiles en un papel negro cobrando cinco euros por cabeza. Pero entonces cuando llegué a Granada a mediados de los ochenta, cada perfil lo cobraba a cuatrocientas pesetas, y con eso ya podía comer al mediodía. Comer por ejemplo en esa fonda de la Plaza Nueva decorada con barricas viejas de diferentes vinos, comer bocadillos de palmitos con queso, o de serrano con mayonesa casera, y tomarme todo el vino hasta salir lleno de sol y ver el río Darro que corre marrón alegre y la colina por donde se asoma la inmortal Alhambra.

Los perfiles los hacía en la pendiente que sube al Generalife. Ahí mismo entre matorrales y bancos de piedra: el contorno de un alemán de gafas gruesas y cara de obispo, una mujer delegada con nariz de gancho, cejas gruesas, no cejas, múltiples narices, un japonés cuyo perfil era una línea irregular.

Luego me colaba en el Generalife por un hueco que había detrás en un cerco de siemprevivas y paseaba por ese laberinto de cercos verdes y fuentes solitarias escuchando el concierto de las aguas que corren por un crisol de canaletas. Los jardines del Generalife comprenden un paseo hacia lo íntimo buscando los tiempos de la dinastía islámica con los ojos cerrados para verlo pasear a Averroes, o a Boadil el chico, y a su mujer infiel arrinconada con su amante en el árbol. Y una mañana encontré ese pasado cuando un gitano me dio tres pitadas de su canuto y después lo perdí. Mejor dicho me perdí yo en el siglo XII sentado en un banco escuchando las aguas con música de flautas corriendo por las piedras, y entonces pasaron dos califas de la corte, elegantes, con túnicas bordadas en oro, iban moviendo las manos y dando voces con muchas consonantes, detrás venían mujeres cubiertas con velos de seda que al verme se reían, pero una de ellas de ojos verdes me clavó la mirada como pidiendo entrar en el alma de mis sabanas. Y de repente… en un regreso bestial a esta época, vi pasar un grupo de colegialas francesas riendo a gritos como las moras del pasado. Una de ellas se quedó mirándome con los mismos ojos que me miraba la mujer del velo, tal vez impactada por mis ojos embrujados tras el porrazo gitano.

Al bajar la pendiente me dio el hambre. Entonces me puse el sombrero de copa y saqué la tijera. Una familia de ingleses se detuvo para pedirme que les haga el perfil a sus cuatro hijas lánguidas y transparentes. Iba por la tercera cuando escuché botas militares que retumbaban en la pendiente, y qué vi: tres guardias civiles con tricornio, (me acordé de Lorca) y las caras demudadas, que venían trotando a por mí. Se detuvieron a un palmo de mi cara y me gritaron con fuerte acento andaluz “¡¡¡Y esto que ehhhh!!!” Recorto caras, les dije. Más confusos y rabiosos volvieron a gritarme que ¡ehjto no se puede haceh aquí, o se retira o le confiscamoh la tijera!

La cuarta hija se quedó llorando sin perfil.

Desde el lado de los matorrales, Mariam, observaba la escena.

Mariam, inglesa, veintinueve años, de cara risueña con cierta tristeza en la mirada, un cuerpo grueso y sensual.., viajaba con un chico, no dijo que era su chico, dijo que sólo se trataba de un compañero, mi único chico se fue con otra cuatro años atrás dejándome embarazada, y luego el niño se murió, pobrecito, murió a los dos años y todavía me vista en sueños.

Comimos en aquella fonda larga, bocadillos de chorizo y jamón serrando, de queso con palmitos, los palmitos se repetirían hasta el hartazgo. Pero del vino de barrica nadie se harta, ¡¡ahh!!, chin chin, por nosotros. Mariam se reía brindando y bajaba el vaso de un solo trago. Más, tomemos más, gritaba. Esa tarde, borrachitos, dimos vueltas por el Albaicín. Recorrimos las viviendas grutas. Escuchamos a los gitanos en un flamenco de cuatro guitarras. Cuando el gitano viejo elevó la voz en un quejido Mariam lloró recordando a su hijo que había partido: está en algún lugar, y está más vivo que nosotros, dijo, yo lo sé, porque lo veo cada vez que sueño, pero me despierto llorando. Las lágrimas de Mariam bajaban acompañadas por la carrera de cuerdas del deslumbrante flamenco.

Nos besamos en un rincón al borde del río, emocionados con las guitarras que oíamos de lejos. Emocionados con el espíritu de Granada. Volví a recordar a Lorca y al amor y en el colmo de la temperatura acepté la invitación de Mariam para ir a su pensión y tomar un cuarto vecino al que ella tenía con su pareja despareja.

Cada noche, su compañero, un inglés bajito, medio pelado, salía a emborracharse como cualquier turista ingles aprovechando ese vino español que no tienen en su isla y menos a ese precio. Cada noche yo me pasaba al cuarto de Mariam. Ella cerraba la puerta con llave, y cuando el bajito volvía con un pedo como un piano, golpeaba la puerta y yo me vestía como podía y saltaba de su balcón al mío con mucho cuidado de no caer desde ese segundo piso. Luego escuchaba voces a través de la pared, escuchaba el vomito del bajito, escuchaba las quejas y después los ronquidos de lobo del borracho. Entonces me dormía con esa frase de cada uno en su cuarto y Dios en el de todos.

El día que los despedí le di un abrazo tan largo a Mariam que al bajito no le gusto nada; al colmo que me saludó sin mirarme; con un corto movimiento de mentón.

Y me fui de Granada porque la Guaria civil de los cojoens no me dejaba tijeretear por ningún lado.

Me voy a Sevilla a ver que pasa.

El autobús partió al amanecer.

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Próximo capitulo: SEVILLA

1 comentario:

Josetxo de Alza dijo...

Collons, José; dónde te metes,siletista. Esto es cincelado, y del bueno. Te espero en Sevilla. Josetxo.