El Alud
Andrés Di Tella en su blog ha tocado un símbolo que se cruzó en mi vida justamente cuando yo ya estaba en los principios de esa ruta que va a todas partes siempre que uno haga la plancha dejándose llevar por ese río de múltiples bifurcaciones que es la ruta del mundo. Ese libro que malamente Losada tradujo como “En el Camino” y que lo tengo aquí en la biblioteca, me dio entonces una inyección que ninguna droga podría dar en el entusiasmo por escribir, no por la armonía o desarmonía ni el orden o el desorden de las letras, sino por ver lo que va ocurriendo mientras los dedos teclean o el boli corre como loco marcando jeroglíficos en un cuaderno que inmediatamente hay que traducir porque si se deja pasar dos dias, no lo entiende ni el autor. Hoy en esta biblioteca tengo también “En la Carretera” otra mala traducción del título “On the Road” que publicó hace poco Anagrama y que según dicen, es el original que Jack Keruac escribió en el teletipo que su amigo Lucien Carr, con la que convivía, lo robó de la oficina de la Unaited Press en la que trabajaba y le trajo una tarde porque Kerouak estaba harto de quitar páginas del rodillo por la velocidad enloquecida con que iba escribiendo. A partir del teletipo (Keruac hubiese entrado en éxtasis de tener un portátil) sucede el acto de aporrar las teclas con ritmo de jazz, con esa magia que llamó “Prosa Espontanea”: “Ninguna selectividad de expresión –define Keruac− sino seguir el libre desvío (asociación) de la mente hacia los infinitos mares del pensamiento, zambullirse en el océano del inglés sin otra disciplina que los ritmos de la exhalación retorica y de la narración protestada, como un puño que cae sobre la mesa con cada sonido completo ¡bang! “
Lucien Carr comentaría mas tarde;
“no paraba ni un minuto. Recuerdo que yo trabajaba de día. Me levantaba en la mañana con el ruido de su máquina, y cuando regresaba en la noche, aun estaba escribiendo, y cuando me iba a la cama seguía tan campante. Imagino que a veces ha debido detenerse a comer o dormir, pero yo no lo puedo asegurar”
Los destinos llegan a tener algo de la comunicación que sucede entre las piedras que se precipitan por una ladera uniéndose en esa suerte de estampida que forma el alud. A un lado de “On the Road” en orden bibliotecario, tengo una joya envidiable, “Howl”, el largo poema aullante que Allen Ginsberg declamó en 1955 en la galería Six, ante una turba ebria, no solo de poesía sino de demajuanas de borgaña que Keruac les trajo tras una colecta. Lo encontré hace muchos años en una librería de Londres, a penas como un cuadernito negro donde se lee “CITY LIGHT BOOKS. San Francisco” o sea publicado por el mítico Ferlinghetti cuando la generación Beat estaba sonado en el ambiente de la juventud de los 50. Eran los beatniks, los primeros hipsters. Los que la moralina americana de entonces clasificaría como rebeldes sin causa, que inspiraría el film de Nicholas Ray. Tal vez James Dean daba el tipo de uno de esos personajes increíbles que se rebelaron contra las letras establecidas. El mote beat, golpeado, se le adjudica a John Clellon Holmes, quizá el más tranquilo de ellos que declara “Un hombre esta golpeado cuando queda sin blanca y apuesta la suma de sus recursos a un solo número”
Holmes en su novela “Go”, cambia los nombres de cada uno de los celebres beats, Ginsberg, Burroughs, Orlowski, Corso, Duncan. Keruac lleva el nombre de Gene Pasternak, Holmes lo describe como: Un hombre generoso, impulsivo, cándido. No se parecía a ningún otro escritor que yo conociera. No era cauteloso, ni dogmatico, ni cínico, ni competitivo, y si no lo hubiera conocido a través de su gran fama, lo hubiera confundido con un leñador poeta o con un marinero que guardara a Shakespeare en su mochila
Neal Cassady (alias Dean Moriarty), y Keruac se conocieron cuando ambos trabajaban de guardavías en los ferrocarriles del Pacifico Sur. Cassady era un tipo que entraba y salía de las diferentes cárceles de los estados, un genio que regalaba vitalidad allá donde iba, un frentico, endemoniado con lujuria de la misma vida, que a la postre se convierte en el símbolo de la idea beat; todo ha de brotar de un golpe espontaneo, vamos para allá, y nos ponemos trotar en el camino, salimos en coche, y robamos gasolina para tomar la ruta a toda bala , paramos en ese motel, nos encantamos con las estrellas, allí perdidas, fumamos una marihuana, nos bebemos una botella de whisky, nos llevamos tres chicas para los dos, y al día siguiente un buen café disfrutando del amanecer para seguir hacia la costa oeste cuya línea del horizonte esconde la gran sorpresa de la vida.
“On the Road” es rechazado por distintas editoriales un sinfín de veces durante seis años. Tras el estallido de la galería Six, los editores se dan cuenta que “algo está pasando”, y que aquí entre papeles polvorientos tenemos el rollo incomprensible de uno de ellos. Por fin el editor de Viking se decide a publicarlo asustado por las revistas de vanguardia que siguen publicando fragmentos de la novela.
“On the Road”, sale a la luz en 1956. Las piedras del alud arrastrarían una roca que terminara sonado durante años por el resto del mundo.
·On the Road”, tiene también el color de la poesía de Ginsberg, de Gregory Corso, de Peter Orlowski, de Robert Duncan. Cuando están en New Orleans, tras la visita al gurú William Burroughs, la prosa entra en un ritmo de jazz como no leí nunca en ningún texto al colmo que prestando atención se escucha un saxo, una trompeta, y la banda vibrando en el oído. Utiliza magistralmente la onomatopeya creando el ritmo de una prosa escrita en un frenesí enloquecido Y el libro comprende una cascada de anécdotas que luego se volverán inolvidables. Recuerdo ahora un episodio en el que Sal Paradise, y Dean Moriarty se meten en un cine cochambroso porque no tienen dónde para pasar la noche. Ven entre sueños repetirse la misma película. Ven seis veces a Peter Loore diciendo “vamos”. Al amanecer los encargados de la limpieza recogen la basura entre las butacas y Dean observa desde atrás a ver si se lo llevan a su amigo en una de esas bolsas de plástico negro.
La generación perdida tras la Primera Guerra deja lugar a la generación “golpeada” tras la Segunda Guerra y en medio de la guerra de Vietnam, a mediados de los sesenta, los beat abren la puerta al movimiento que inicia otro sujeto fuera de serie, Ken Kesey, con su legendario autobús pintarrajeado de colores psicodélicos lleva un grupo de jóvenes con las caras pintadas y cintas en el pelo. Se hacen llamar “merry prankster”, (alegres bromistas) y portan cajas de ácidos lisérgicos para repartir en el barrio de Haight-Ashbury de San Francisco. Como todavía el LSD 25 no era ilegal, los policías no sabían qué hacer con la gente de ese barrio que parecían de otro planeta por la dimensión de las pupilas.
Estos neobeats son diferentes, tanto en el modo como el búsqueda, y también en la indumentaria a medio camino entre el Medioevo y los colonos del oeste. La revista Newsweek los bautizará como “los hippies”. El conductor de ese autobús es un tipo mayor que ellos pero tal vez más loco, a quien estos nuevos rebeldes respetan hasta la veneración; se llama Neal Cassady, y lleva el volante del autobús cruzando la frontera de las generaciones. Más tarde Allen Ginsberg junto con el poeta zen Gary Snyder organizan el “Gran Festival Humano” en el Golden Gate Park en enero de 1967, abriendo las puertas a estos nuevos hijos más cercanos a la experiencia psicodélica que a la espontaneidad beat. En el festival estallan las guitarras de Grateful Dead, y Grace Slick con su grupo de Jefferson Airplane canta
“Una pastilla te vuelve más grande/ y otra más pequeño/ Pero las de tu mamá no hacen ningún efecto.
Volviendo a la década d los cincuenta, cuando Jack Keruac escribía en la casa de Lucien Carr no habrá ni siquiera sospechado que esa prosa espontanea era la piedra que determinaría el alud de los sesenta. (Aunque extrañamente se haya echado contra ellos en algunas declaraciones, cosas que pasan)
Un aproximación a la traducción del título On The road, podría ser “En la Ruta”. Porque ese era el lenguaje del viajero, si no te veo pronto nos vemos en la ruta, me cansé de este lugar, me parece que en pocos dias me pongo en la ruta. Y ¿qué es la ruta?, sino la dirección por la que se va a ese mundo en total libertad, en total presente, viviendo al máximo de los sentidos, en esa búsqueda de experiencias dejándose llevar por el río, atento a la eterna sorpresa. Puedo entender que esta novela hoy en día no llegue a la epidermis de muchos que no vivieron esa época, pero al que piense que On the Road está desfasada, le recomiendo meter una pocas ropas en la bolsa, sacar un pasaje a donde sea, y salir a la ruta sin regreso a ninguna parte. Entonces palparan las letras de ese atleta literario que metido en un cuarto tecleando un teletipo no paró de correr en tres semanas.
PD: Neal Cassady murió en el crucial 1968 de un paro cardiaco junto a una vía de tren. ¿Tendremos nosotros acaso un fin tan simbólico?
----------------------------------------------------------------------------
Andrés Di Tella en su blog ha tocado un símbolo que se cruzó en mi vida justamente cuando yo ya estaba en los principios de esa ruta que va a todas partes siempre que uno haga la plancha dejándose llevar por ese río de múltiples bifurcaciones que es la ruta del mundo. Ese libro que malamente Losada tradujo como “En el Camino” y que lo tengo aquí en la biblioteca, me dio entonces una inyección que ninguna droga podría dar en el entusiasmo por escribir, no por la armonía o desarmonía ni el orden o el desorden de las letras, sino por ver lo que va ocurriendo mientras los dedos teclean o el boli corre como loco marcando jeroglíficos en un cuaderno que inmediatamente hay que traducir porque si se deja pasar dos dias, no lo entiende ni el autor. Hoy en esta biblioteca tengo también “En la Carretera” otra mala traducción del título “On the Road” que publicó hace poco Anagrama y que según dicen, es el original que Jack Keruac escribió en el teletipo que su amigo Lucien Carr, con la que convivía, lo robó de la oficina de la Unaited Press en la que trabajaba y le trajo una tarde porque Kerouak estaba harto de quitar páginas del rodillo por la velocidad enloquecida con que iba escribiendo. A partir del teletipo (Keruac hubiese entrado en éxtasis de tener un portátil) sucede el acto de aporrar las teclas con ritmo de jazz, con esa magia que llamó “Prosa Espontanea”: “Ninguna selectividad de expresión –define Keruac− sino seguir el libre desvío (asociación) de la mente hacia los infinitos mares del pensamiento, zambullirse en el océano del inglés sin otra disciplina que los ritmos de la exhalación retorica y de la narración protestada, como un puño que cae sobre la mesa con cada sonido completo ¡bang! “
Lucien Carr comentaría mas tarde;
“no paraba ni un minuto. Recuerdo que yo trabajaba de día. Me levantaba en la mañana con el ruido de su máquina, y cuando regresaba en la noche, aun estaba escribiendo, y cuando me iba a la cama seguía tan campante. Imagino que a veces ha debido detenerse a comer o dormir, pero yo no lo puedo asegurar”
Los destinos llegan a tener algo de la comunicación que sucede entre las piedras que se precipitan por una ladera uniéndose en esa suerte de estampida que forma el alud. A un lado de “On the Road” en orden bibliotecario, tengo una joya envidiable, “Howl”, el largo poema aullante que Allen Ginsberg declamó en 1955 en la galería Six, ante una turba ebria, no solo de poesía sino de demajuanas de borgaña que Keruac les trajo tras una colecta. Lo encontré hace muchos años en una librería de Londres, a penas como un cuadernito negro donde se lee “CITY LIGHT BOOKS. San Francisco” o sea publicado por el mítico Ferlinghetti cuando la generación Beat estaba sonado en el ambiente de la juventud de los 50. Eran los beatniks, los primeros hipsters. Los que la moralina americana de entonces clasificaría como rebeldes sin causa, que inspiraría el film de Nicholas Ray. Tal vez James Dean daba el tipo de uno de esos personajes increíbles que se rebelaron contra las letras establecidas. El mote beat, golpeado, se le adjudica a John Clellon Holmes, quizá el más tranquilo de ellos que declara “Un hombre esta golpeado cuando queda sin blanca y apuesta la suma de sus recursos a un solo número”
Holmes en su novela “Go”, cambia los nombres de cada uno de los celebres beats, Ginsberg, Burroughs, Orlowski, Corso, Duncan. Keruac lleva el nombre de Gene Pasternak, Holmes lo describe como: Un hombre generoso, impulsivo, cándido. No se parecía a ningún otro escritor que yo conociera. No era cauteloso, ni dogmatico, ni cínico, ni competitivo, y si no lo hubiera conocido a través de su gran fama, lo hubiera confundido con un leñador poeta o con un marinero que guardara a Shakespeare en su mochila
Neal Cassady (alias Dean Moriarty), y Keruac se conocieron cuando ambos trabajaban de guardavías en los ferrocarriles del Pacifico Sur. Cassady era un tipo que entraba y salía de las diferentes cárceles de los estados, un genio que regalaba vitalidad allá donde iba, un frentico, endemoniado con lujuria de la misma vida, que a la postre se convierte en el símbolo de la idea beat; todo ha de brotar de un golpe espontaneo, vamos para allá, y nos ponemos trotar en el camino, salimos en coche, y robamos gasolina para tomar la ruta a toda bala , paramos en ese motel, nos encantamos con las estrellas, allí perdidas, fumamos una marihuana, nos bebemos una botella de whisky, nos llevamos tres chicas para los dos, y al día siguiente un buen café disfrutando del amanecer para seguir hacia la costa oeste cuya línea del horizonte esconde la gran sorpresa de la vida.
“On the Road” es rechazado por distintas editoriales un sinfín de veces durante seis años. Tras el estallido de la galería Six, los editores se dan cuenta que “algo está pasando”, y que aquí entre papeles polvorientos tenemos el rollo incomprensible de uno de ellos. Por fin el editor de Viking se decide a publicarlo asustado por las revistas de vanguardia que siguen publicando fragmentos de la novela.
“On the Road”, sale a la luz en 1956. Las piedras del alud arrastrarían una roca que terminara sonado durante años por el resto del mundo.
·On the Road”, tiene también el color de la poesía de Ginsberg, de Gregory Corso, de Peter Orlowski, de Robert Duncan. Cuando están en New Orleans, tras la visita al gurú William Burroughs, la prosa entra en un ritmo de jazz como no leí nunca en ningún texto al colmo que prestando atención se escucha un saxo, una trompeta, y la banda vibrando en el oído. Utiliza magistralmente la onomatopeya creando el ritmo de una prosa escrita en un frenesí enloquecido Y el libro comprende una cascada de anécdotas que luego se volverán inolvidables. Recuerdo ahora un episodio en el que Sal Paradise, y Dean Moriarty se meten en un cine cochambroso porque no tienen dónde para pasar la noche. Ven entre sueños repetirse la misma película. Ven seis veces a Peter Loore diciendo “vamos”. Al amanecer los encargados de la limpieza recogen la basura entre las butacas y Dean observa desde atrás a ver si se lo llevan a su amigo en una de esas bolsas de plástico negro.
La generación perdida tras la Primera Guerra deja lugar a la generación “golpeada” tras la Segunda Guerra y en medio de la guerra de Vietnam, a mediados de los sesenta, los beat abren la puerta al movimiento que inicia otro sujeto fuera de serie, Ken Kesey, con su legendario autobús pintarrajeado de colores psicodélicos lleva un grupo de jóvenes con las caras pintadas y cintas en el pelo. Se hacen llamar “merry prankster”, (alegres bromistas) y portan cajas de ácidos lisérgicos para repartir en el barrio de Haight-Ashbury de San Francisco. Como todavía el LSD 25 no era ilegal, los policías no sabían qué hacer con la gente de ese barrio que parecían de otro planeta por la dimensión de las pupilas.
Estos neobeats son diferentes, tanto en el modo como el búsqueda, y también en la indumentaria a medio camino entre el Medioevo y los colonos del oeste. La revista Newsweek los bautizará como “los hippies”. El conductor de ese autobús es un tipo mayor que ellos pero tal vez más loco, a quien estos nuevos rebeldes respetan hasta la veneración; se llama Neal Cassady, y lleva el volante del autobús cruzando la frontera de las generaciones. Más tarde Allen Ginsberg junto con el poeta zen Gary Snyder organizan el “Gran Festival Humano” en el Golden Gate Park en enero de 1967, abriendo las puertas a estos nuevos hijos más cercanos a la experiencia psicodélica que a la espontaneidad beat. En el festival estallan las guitarras de Grateful Dead, y Grace Slick con su grupo de Jefferson Airplane canta
“Una pastilla te vuelve más grande/ y otra más pequeño/ Pero las de tu mamá no hacen ningún efecto.
Volviendo a la década d los cincuenta, cuando Jack Keruac escribía en la casa de Lucien Carr no habrá ni siquiera sospechado que esa prosa espontanea era la piedra que determinaría el alud de los sesenta. (Aunque extrañamente se haya echado contra ellos en algunas declaraciones, cosas que pasan)
Un aproximación a la traducción del título On The road, podría ser “En la Ruta”. Porque ese era el lenguaje del viajero, si no te veo pronto nos vemos en la ruta, me cansé de este lugar, me parece que en pocos dias me pongo en la ruta. Y ¿qué es la ruta?, sino la dirección por la que se va a ese mundo en total libertad, en total presente, viviendo al máximo de los sentidos, en esa búsqueda de experiencias dejándose llevar por el río, atento a la eterna sorpresa. Puedo entender que esta novela hoy en día no llegue a la epidermis de muchos que no vivieron esa época, pero al que piense que On the Road está desfasada, le recomiendo meter una pocas ropas en la bolsa, sacar un pasaje a donde sea, y salir a la ruta sin regreso a ninguna parte. Entonces palparan las letras de ese atleta literario que metido en un cuarto tecleando un teletipo no paró de correr en tres semanas.
PD: Neal Cassady murió en el crucial 1968 de un paro cardiaco junto a una vía de tren. ¿Tendremos nosotros acaso un fin tan simbólico?
----------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario