lunes, 12 de octubre de 2009

BURKINA



A mí me resultaba cómodo que hablara poco, porque podía olvidarme de su presencia y considerarlo un conductor que me lleva (gratis) en el camión por la carretera que atraviesa la sabana rumbo a la frontera. En ese silencio podía quedarme pegado al parabrisas y ver pasar la llanura, algunos árboles, extensos pajonales, aldeas lejanas. Podía ver en el cristal mis pensamientos entremezclados con el paisaje, una manada de cabras que llevan dos mujeres y por dónde será mejor bajar a la costa, si acaso habrá trenes, y si los Estrada estarán en Conakry cuando… y así en palabras y colores irme sigilosamente en el sueño y ver otra vez el tuareg con su camello y su rifle de caño largo, quieto, a contraluz del horizonte que enrojece, y despertar de golpe porque el camión acaba de detenerse delante de la cuerda que levantó un policía bajito de cara batracia que nos mira con rabia como si le hubiésemos hecho algo, pero no es más que teatro, el esplendido teatro africano para sacar provecho porque si tu quieres pasar esos camiones yo te los puedo quitar ¡o no ves que soy la autoridad!, pero entendámonos, ahora toca discutir el precio y en eso Arnaud está mas que acostumbrado, es parte de su oficio.

Arnaud habló dos veces en el viaje. La primera después de arreglar sus cosas con ese policía. Me dijo que llevaba 15 años trayendo camiones de Francia al África. Que no piensa hacer otro trabajo en la vida porque le apasiona esa ruta, porque los imprevistos y las sorpresas le hacen sentirse cada vez más vivo. Traía camiones en los meses de invierno, porque en verano la temperatura del desierto puede llegar a los 60 grados, y no dejan pasar a nadie. Una vez en a finales de Julio me pidieron con urgencia un camión, me pagaban tres veces su precio si podía traerlo. Pasé lejos del puesto de Reggane y circulé solo de noche, de día dormía debajo del camión rodeado por papel aislante, y llegué y caí enfermo, con cuarto kilos menos de peso.
La segunda vez que habló fue unos kilómetros antes de llagar a la frontera. Tengo una doble vida simétricamente marcada, dijo sonriendo, vivo seis meses en Francia y seis en África, tengo en Nimes una mujer francesa y dos hijos blancos, y tengo en Ouagadogu una mujer africana y cuatro hijos negros. Esa es mi vida, un dominó.
Dijo también que las motos y el tractor los tenia que entregar en un lugar cerca de Bobo, sino ya hubiese llegado a Ouagadogu desde la frontera de Sévaré al lado de Mopti

Llegamos a la frontera por la noche. Las fronteras vendrían a ser países apartes. Lo son ¿no?, cada frontera tiene algo de los dos países y una idiosincrasia particular. Hay policías, putas, contrabandistas, delincuentes, pedigüeños, y vehículos parados por todas partes con tipos que están pensando como pasar esa mercadería, viendo el regalito para el gendarme, esa botella no me la puede despreciar.
En esta frontera del lado de Mali una serie de puestos de palos y latas rodeaban el humo negro que salía de un basural. Otros humos de mejor color subían de las cocinas donde estaban asando un animal. Los puestos formaban una curva de luces de velas y faroles de kerosene. Había ollas por todas partes, y gente deambulando entre los humos y la muisca africana y en eso un policía histérico se acerca y me pregunta ¿esos camiones son tuyos?− No −¡Cómo que no! −Que no, no son míos−Sí Son tuyos.
Arnaud se mantenía a distancia escuchando de reojo.
El policía se aclaró− Tú vas a vender esos camiones a Burkina y te van a pagar una miseria, mejor véndelos aquí, yo tengo unos clientes muy ricos, y te los puedo conseguir ahora mismo si los quieres vender en Mali.
Arnaud se acercó, −yo soy el propietario de los camiones
Sonó el típico grito de sorpresa, haaaaaahh. Cambiaron pocas palabras. Luego el policía montó en su bicicleta y desapareció pedaleando detrás la noche.
Al cabo de 20 minutos llegó un Mercedes Benz negro que parecía del presidente. Se bajaron cuatro hombres gordos, bien vestidos: tenían esa cosa coruptopolitica en los modos de hablar, en las gafas oscuras en plena noche, y ahí, al tiro, le hicieron un pedido millonario. Se dieron las manos, palmadas en la espalda y el Mercedes Benz se hundió tan negro en la oscuridad de donde había aparecido

Al día siguiente cruzamos a Faramana en Brukina. Mali se iba alejando detrás del camión tras una neblina de nostalgia, Mali empezaba a formar parte de un pensamiento que busca el pasado. Burkina era tan diferente como haber cambiado de un color a otro. Las casas y la gente parecían más civilizadas, significando en este caso, un país menos inocente, más tramposo, más agresivo, más contaminado con el mundo que le trajo el blanco, y por ende más peligroso. En Burkina había que tener cuidado.
Cuando legamos a Bobo Diulaso atardecía, dando una cierta tristeza a las casas. Arnaud me dejó en algo así como una plaza, o terreno baldío. Sonrió de desde los reflejos de la ventanilla, y el gran Berliet arrancó en un primera forzada. Pasó el segundo camión que traía las motos, el argelino tenía la ventanilla abierta y grito adiós en español levantando el pulgar.
Cuando dieron la curva despareciendo detrás de un conteiner, me vi solo con mi bolsa en el parque, ya no tenía ni jeep ni camión, ni nadie al lado, solo estos zapatos raros, y las piernas para ir por donde sea del África del oeste. Al otro lado del parque había un puesto de techo cónico sostenido por postes de los que colgaban guirnaldas de luces dando un alumbrado de colores a la barra de bebidas. Todo iba al compas de una música africana estridente con galope de tambores. Una pareja bailaba en el medio del circulo, él hombre movía la cintura 100 veces mejor que Elvis Presley, la mujer se sacudía en un ritmo circular como si el culo estuviese directamente conectado con la frecuencia de los tambores.
Había que apurarse a encontrar donde dormir antes que me cace la noche.

Próximo: le Petit

1 comentario:

ani dijo...

POR DONDE SEGUIMOS LA RUTA...!!! UN BESO GRANDE, ANI