lunes, 26 de enero de 2009

al otro aldo de la vigilia

ilustracion de Oscar Grillo


Antes de empezar el libro Madame Mamita que me costó años de padecimiento, estaba escribiendo una cosa larga sobre los años setenta cuando los viajeros iban a la India en busca de una entrada sin puertas, eufemismo que saco de la chistera porque la palabra correcta en este caso me aburre.
El libro cuyo título todavía ignoro empieza en Caracas cuando Andrés, el protagonista, recibe instrucciones esotéricas del chileno Julio Vizcaya, un gurú callejero de esos que imparten las enseñanzas apretándote la nuca.
Ahora que me aboqué a la tarea de lo más entretenida arreglando y reescribiendo las aventuras de Andrés, envío este fragmento que trata de una prueba que se auto impone Andrés para progresar en el conocimiento de sí mismo: no dormir por varios días.
Aclaración al margen
(El personaje Pistoletti que se ofende por la vigilia es un vago argentino de cincuenta años cuyo placer máximo de la vida es dormir e ir al cine. Bate records de sueño entre 17 y 18 horas cada día)
Para el blog la titulo “Al otro lado de la vigilia






La impresión de ir flotando por las calles empezó el segundo día cuando las baldosas de la vereda se hicieron blandas como la goma y adelante había una neblina provocada por el sol, acercándome a los efectos de una buena yerba. Ese resquemor por el cuerpo, ese estar ahí medio loco aguantando, y la noche que venía desde el puerto cruzando las colinas de los ranchitos para instalarse en Caracas con las luces de los bares, los espejos, las largas barras, los vasos. Vizcaya parecía otro en otra mesa aunque era la misma mesa. Ya sabía que yo estaba haciendo una prueba ramonera. Esto me dio cierto reconocimiento de su parte mejorando la relación, “El discípulo está trabajando” Le dijo al señor Felipe con esa sonrisa a media asta. El señor Felipe contrayéndose con gestos aniñados me preguntaba que se siente.
Cómo podría explicárselo, es como si yo fuese un fantasma que se deja ver por los vivos. Todo está ahí y ahí, pero nada pertenece a esta atmósfera de vapores en la que me manejo. A ustedes los veo como si estuviesen en la otra parte, en ese mundo frío de la vigilia.
-¡Chucha! – exclamó el señor Felipe – dan ganas de empezar la experiencia, pero yo seguro que me caería dormido apenas sentarme. ¿Cómo aguantas?
Vi los dedos del señor Felipe patinosos, sumergiéndose y surgiendo enlazados como una enjambre de serpientes en movimiento. Sí, pensé, es como una muy buena maría, uno se queda pegado a cosas y puede estar horas sin salir de la contemplación.
Vizcaya lo codeaba al señor Felipe - ¡Míralo al huevón en el trance que se ha quedado y no contesta a tu pregunta!
Los escuchaba detrás de una pared de cristal gelatinoso que me separaba de esa gente de la vigilia. El café no tenía gusto, eso no pasa con la maría. Curioso fenómeno esto de ir perdiendo los sentidos del cuerpo.
Vuelvo a preguntarte – la voz del señor Felipe se escuchaba por encima de todas las mesas - ¿Cómo aguantas?
−Hay algo que me aguanta.
Por la cara de impávido del señor Felipe vi que ni yo entendía mi propia respuesta. Vizcaya sonreía como un brujo.

La noche había que pasarla sin derrumbarse, ese era el secreto, eran noches frescas con un espíritu de juerga corriendo en las esquinas y yo seguía un itinerario de bares abiertos tomando cafecitos que los sentía como agua. Llegué al Candela y me puse a jugar a los palillos. Me recibieron protestando por haberlos dejado en el abandono. Al rato noté que algunos me miraban raro. El cubano Rubén con voz aparatosa me gritó desde la punta de la mesa -¡Tú te has comido un bicho de esos, nohodas!
El cubano se ubicaba en la cabecera al final de la perspectiva de la mesa y era un dibujo que se reía. Santander, el español amargado, me miraba juzgándome de lo peor con toda la moral franquista en la cara. Me ofrecieron cervezas que por suerte rechacé, y no perdí el juego de modo que alguien pagó mis siete cafés. Pistoletti se acercó a mi oído – Loco, te metiste un LSD ¿no?
−No, no me metí nada, lo que pasa es que hace tres días que no duermo.
−¡Cóoomoo! – Pistoletti me miró aterrorizado.
−Pruebas que hago.
Estaba tan ofendido. Alguien que no quiera dormir tenía que ser tan imbécil como el que se niegue ir al cine.
−Pero te prometo que voy a dormir, no te lo tomes así, ¿sabes?, cuando agarre la cama voy a dormir mucho más horas que las tuyas, te voy a batir el record.
La cara de Pistoletti era la misma que pone la gente cuando ve un cadáver.
−Vos estás como una cabra.

El tercer día el mundo de los despiertos se veía más borroso y el sol parecía haber roto una serie de filtros tapándome la visión. El suelo era de algodón y los que pasaban eran gente conocida. Yo no paraba de saludar a todos. Yo era un loco más de los que pululan por las capitales del mundo. Iba a la deriva feliz saludando a todo el mundo y veía a veces una mujer de pelo negro hasta los tobillos que me hacía señas para que vaya pero al acercarme se disolvía entre esas capas de sol que encandilaban desde todas partes. Oía voces detrás mío “Andrés, ya podes empezar a levantarte” Al volverme no había nadie. Seguía sin rumbo sabiendo que había perdido toda referencia para volver a la pensión y que si caía en la calle me importaba un comino porque caería en el otro mundo detrás de los reflejos. Otra vez las voces me hablaban por encima del pelo “Cuidado, cuidado, hay que autobservarse huevon” Qué carajo voy a observarme si estoy loco. Cuando noté los huesos como sopa y que ya caía en una esquina, alguien que no se dejó ver, me llevó del brazo hasta la pensión de la gallega.
Me dije “me voy a meter en la cama, que tal la idea che”
La voz me respondió “Puta huevón, ya es hora de dormir”
Era la voz de Vizcaya: Pero Vizcaya no estaba

No hay comentarios: