Dentro de pocos días me voy a la India. Salgo de guía de un grupo de 22 españoles/las o españoles/los. Les daré una vuelta de 26 días por el sur y luego ellos volarán a Madrid, a Barcelona, a Bilbao y demás y les van a decir a sus familias y a sus amigos, “ya conocemos la India”.
Mi primer viaje a la India fue en aquel éxodo hippie de 1971, había que atravesar el invierno helado de Asia, y tratar de cruzar las fronteras de Pakistán cerradas por la reciente guerra de Bangla Desh. Volví en 1977, 1982, 1988, y a partir de 1990 conseguí la excusa para ir cada año trabajando de guía para una agencia española de turismo de aventura. Cada año despido (con mucho alivio, y mucho éxtasis) a los turistas en el aeropuerto de Bombay y me quedo unos cuantos meses más, hasta diciembre o enero. Cuando me preguntan si conozco la India respondo inmediatamente; no tengo ni idea, no, no la conozco, es un país con algo de dios personal. Cada año creo entender una costumbre o un modo de ser, y al año siguiente la Madre India, Baharat Mata, se encarga de romperme la creencia delante de mis ojos. De modo que no, no conozco la India, solamente puedo opinar sobre la India que percibe mi cuerpo, y mis sentimientos. La India que yo vivo y he vivido, y que se disuelve en una amalgama de recuerdos tergiversados por la mente. Pero existe una India Interior que la siento ahí, por aquí al lado, por aquí debajo. Aunque esté pensando en pajaritos preñados, esa India del Silencio subyace como un mar de fondo mientras duermo, mientras como, mientras viajo, mientras pierdo la paciencia con alguien, mientras los recuerdos traen tráilers borrosos de mi vida. Una India Interior que parece sostener una existencia que está más allá de los límites de mi piel, y me lleva como el cisne lleva a Brahma, como el águila Garuda lleva a Vishnú, como el toro Nandi lleva a Shiva. Una India Interior que se vuelve vehículo invisible y se dirige hacia un horizonte desconocido cuyo paraíso es el momento, cuyo paraíso es la sorpresa.
martes, 29 de julio de 2008
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1 comentario:
Lo bonito de volver a los lugares visitados - no conocidos - es que uno siempre guarda el recuerdo y vuelve a entrar en ellos con comodidad y confianza. Al menos en mi caso, como si nunca me hubiese ido realmente.
La India se me grabó en mi piel y sobre todo en el olfato.
Tengo la seguridad de que algún día volveré y todo estará allí... los aromas, los olores, los colores fuertes de los saris, las vacas en las calles... las sonrisas blancas. Y me mimetizaré con su gente para andar por sus calles.
Un saludo,
Mer
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