martes, 11 de enero de 2011

La Piedra

Ella me vino a ver por la mañana, tenía una túnica tan blanca que encandilaba como las paredes de pintura muy blancas cuando reflejan el sol. Estaba radiante, ya no tenía esa mirada de arena, sus ojos eran húmedos con algo de río, de selva, de musgo, exhalaba un perfume salvaje. No dijo nada al principio, se quedó tan quieta, mirándome, pero yo apenas podía verla semicerrando los ojos por las reverberaciones que producía su túnica blanca. Entonces se acercó, me dio un beso en la boca y me dijo, ellos quieren que te levantes y mires la piedra, que estés un rato mirando la piedra hasta que sepas, Dicho esto se fue y recién entonces vi que estaba descalza y andaba por las piedras como si tuviese goma acolchada en las plantas de los pies.

Obedecí, me levanté y me senté en la hierba y me puse a mirar la piedra donde estuve todo este tiempo sentado

.

Primero vi formas confusas entre picaduras, agujeros y manchas grises, luego las manchas se volvieron nubes y los agujeros formaron líneas como rayos cruzados que al mirarlos con atención se convertían en rostros mudos, siluetas de fantasmas, como si los espíritus hubiesen imprimido sus facciones en la piedra. Seguí mirando asombrado y de pronto una niebla cubrió todos los rasgos y dentro de la niebla empecé a ver imágenes nítidas de impresiones que moran en mi conciencia, Vi una tranquera de estancia y un hornero en el poste, Vi el ojo enloquecido de un caballo, El ojo desconfiado de un tero, La llanura inmensa escapándose tras el horizonte y una nube rojiza que se estiraba hasta tocar la primera estrella, Vi el balcón de casa en la calle Luis Agote, Vi un ángel bizco sobre el muro del cementerio de la Recoleta, Vi a mamá absorta en una tapicera, Vi las olas del Atlántico desplegándose en la madrugada de la playa, Vi a Sir Lancelot batiéndose contra el rey Arturo en un bosque amarillento de otoño, Vi a papá sentado en silencio frente al mar, Vi la cara de una mujer que se sucedía en las diferentes caras de mis mujeres y vi desde arriba la selva del Amazonas y me vi a mi mismo en la popa de una chalupa que viaja por el río, mi perfil con sombrero en la ventanilla de un tren, mi sombra levantado el dedo en una carretera, y escuché el recorrido de una harmónica mientras una luz bestial me cegaba desde la piedra y entonces tuve el primer contacto con lo que esta detrás de de mí, aun mas atrás, mas al fondo, donde se encuentra mi yo sin cuerpo, sin forma, ahí presente, en medio de un bosque de pinos, ahí presente, en esa montaña por cuya cima se asoma la luna, y me vi, sin ni siquiera el yo, precipitándome en el agua de una cascada.

Entonces supe por primera vez lo que quería en la vida.

Entonces me levanté para escribirte esto y decirte que me voy hacia allá donde está ella, donde están ellos. Porque ahora sé que me han dado el permiso para entrar, y si vuelvo, será solo hasta esta piedra para escribirte la última carta.

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