Ceremonia
Tu aborreces a los muckakanos no solo porque te han quitado la chica sino porque rechazas de plano este territorio, prefieres quedarte en el tuyo por pura comodidad, porque no quieres que te quiten de tu confortable casilla, porque te sientes seguro en ese espacio donde miles de tipos como tú siguen encerrados en sus casillas recibiendo a la mentira como la notica y el pan de cada día, porque prefieres quedarte en ese mundo atrapado en la implacable lógica donde los pasos están medidos por un control diabólicamente establecido.
En cambio ella, la que una vez creíste que era tu chica, tuvo el valor de adentrarse en este terrario, mucho mas allá de esta piedra donde estoy, y tal vez empujada por el amor, llegó al corazón mismo de la infinita incógnita que es el territorio de los muckakanos, y con esto quiero contarte en síntesis la suerte que tuve de asistir de lejos, por culpa de mi miedo, al espectáculo ocurrido anoche. Un fuego deslumbraba las siluetas de los árboles, sonaban las flautas como sopladas por el viento, y los muckakanos sentados en círculo parecían estatuas de piedra en derredor de la fogata. Era una fiesta, un rito, una iniciación. Quien lo sabe. De lejos todo se presentaba confuso. Ella totalmente iluminada por los resplandores saltaba desnuda pasando por el medio de las llamas. Sonaban exclamaciones como el ulular de una tempestad. Vi otras figuras que saltaban el fuego, juraría que eran las mujeres, las muckakanas por así nombrarlas, eran como sombras chinescas con movimientos acuáticos y puramente femeninos sacudiendo las caderas delante del fuego. También estaban desnudas, y cuando se apartaban del fuego mostraban ese raro color que está entre el verde y el azul, pero según dicen es una ilusión óptica que proyectan de lejos porque que de cerca sus cuerpos cambian a un transparente impreciso.
De pronto los muckakanos sentados fueron hacia el fuego y no pude ver claro que ocurría en una confusión de figuras que parecían atravesarse unidos en un montón de brazos entre las chispas que saltaban de la fogata y el sonido era ahora como un silbato lejano que se extendía por encima de los árboles y se repetía como ecos en el fondo de la noche. Me cuesta contar lo que vi, en cambio si puedo dar una idea del impulso inconsciente que sentí por salir hacia esa ceremonia como atraído por una fuerza que tenía mucho de la fuerza que me ayudó a nacer en este mundo, sin embargo, me aferré a la piedra, hasta que me dolieron los dedos. Me reprimí, no sé porqué. Solo sé que tarde o temprano tendré que ir allá y sé aun con más certeza que ya nunca he de volver a tus malditas casillas del maldito territorio al que una vez pertenecí.
Tu aborreces a los muckakanos no solo porque te han quitado la chica sino porque rechazas de plano este territorio, prefieres quedarte en el tuyo por pura comodidad, porque no quieres que te quiten de tu confortable casilla, porque te sientes seguro en ese espacio donde miles de tipos como tú siguen encerrados en sus casillas recibiendo a la mentira como la notica y el pan de cada día, porque prefieres quedarte en ese mundo atrapado en la implacable lógica donde los pasos están medidos por un control diabólicamente establecido.
En cambio ella, la que una vez creíste que era tu chica, tuvo el valor de adentrarse en este terrario, mucho mas allá de esta piedra donde estoy, y tal vez empujada por el amor, llegó al corazón mismo de la infinita incógnita que es el territorio de los muckakanos, y con esto quiero contarte en síntesis la suerte que tuve de asistir de lejos, por culpa de mi miedo, al espectáculo ocurrido anoche. Un fuego deslumbraba las siluetas de los árboles, sonaban las flautas como sopladas por el viento, y los muckakanos sentados en círculo parecían estatuas de piedra en derredor de la fogata. Era una fiesta, un rito, una iniciación. Quien lo sabe. De lejos todo se presentaba confuso. Ella totalmente iluminada por los resplandores saltaba desnuda pasando por el medio de las llamas. Sonaban exclamaciones como el ulular de una tempestad. Vi otras figuras que saltaban el fuego, juraría que eran las mujeres, las muckakanas por así nombrarlas, eran como sombras chinescas con movimientos acuáticos y puramente femeninos sacudiendo las caderas delante del fuego. También estaban desnudas, y cuando se apartaban del fuego mostraban ese raro color que está entre el verde y el azul, pero según dicen es una ilusión óptica que proyectan de lejos porque que de cerca sus cuerpos cambian a un transparente impreciso.
De pronto los muckakanos sentados fueron hacia el fuego y no pude ver claro que ocurría en una confusión de figuras que parecían atravesarse unidos en un montón de brazos entre las chispas que saltaban de la fogata y el sonido era ahora como un silbato lejano que se extendía por encima de los árboles y se repetía como ecos en el fondo de la noche. Me cuesta contar lo que vi, en cambio si puedo dar una idea del impulso inconsciente que sentí por salir hacia esa ceremonia como atraído por una fuerza que tenía mucho de la fuerza que me ayudó a nacer en este mundo, sin embargo, me aferré a la piedra, hasta que me dolieron los dedos. Me reprimí, no sé porqué. Solo sé que tarde o temprano tendré que ir allá y sé aun con más certeza que ya nunca he de volver a tus malditas casillas del maldito territorio al que una vez pertenecí.
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