lunes, 19 de abril de 2010

el angel con cara de buda


Después de largo viaje que semeja un retiro, vamos a hacer de cuenta algo que es real: la relatividad del tiempo. De modo que el ultimo fragmento sobre el autostop, lo envié hace 4 dias reales, aunque haya pasado un aparente mes.
El siguiente fragmento (autobiográfico total) trata de la llegada de Andrés a Paris. De la relatividad de la suerte. De ese camino marcado sin dudas, y de el aire de aventura que respira un viajero a esas edades.

Andrés llega a Auxerre tras un duro autostop, subiendo la calle empedrada se topa con un viajero que lleva una chistera blanca y mochila. Su nombre es Pierre Joligard, que le invita a un sándwich y un cerveza, y le cuenta su aventura cuando asistió al festival de Woodstock, cuando se despiden ocurre lo siguiente.



(fragmento)

Nos despedimos con un abrazo bajo el farol. Lo vi desaparecer tras la curva confundiéndose con las sombras de los árboles. Entonces seguí subiendo la pendiente y en la esquina me emboscaron dos fliks, policías muy altos y oscuros con sus cinturones y cartucheras brillantes – Les papier – entregué el pasaporte – ¡Mon dieu argentine!, conviant de argent vous avez – Enseñé los tres francos
- Ale a la police.



Desde las rejas de la celda se veía el patio que la luna aclaraba con un color helado. La celda era un cajón de dos metros por dos y techo bajo, un charco en el medio y un camastro de madera húmeda. Las tiritonas de frio aumentaron mientras seguía pegado a las rejas para ver el resplandor de la luna que apartaba al fondo la tétrica oscuridad. En la celda vecina aullaba un borracho, y cada tanto daba patadas furiosas contra la pared de mi celda gritándome ¡Cochon, fille de putain Je te vé tué – Todo esto sin conocerme.
Fue un rato largo con la cara en las rejas esperando algo que no sabía y que podía sacarme de esa tumba. Al sentarme la tiritona sacudía las piernas como un caño sacudido por un motor y aunque cruzaba los brazos para abrigarme el temblor recorría el cuerpo y a correr otra vez en círculos como tigre enjaulado y los gritos del borracho Je te ve tué se unían a mi grito desesperado. En los momentos críticos, había dicho Vizcaya, es cuando hay que afirmarse como un ancla en auto observación. ¡Mierda! ¡Cómo! Si me voy a morir de frío. Ahora, justamente ahora, atrapar ese pensamiento; “me voy a morir de frío, me voy a morir de frío”
¿Qué es el frío? Estudiar el sufrimiento del frío. Volver a sentarme. Observar los temblores como si no fueran míos porque en realidad el que observa no está temblando. Inmediatamente un pensamiento como rayo helado atravesó al observador y dijo, mañana me van a encontrar enfermo, o muerto, o me muero en el hospital. No, no me va a ocurrir nada, voy a estar bien, pero no puedo seguir corriendo porque va a ser peor, en la fatiga el frio me va calar hasta el tuétano ¡je te ve tué!, y el grito mío ¡hijo de puta cierra la boca o te la cierro de un tortazo!, y otra vez sentado buscando el observador cuando de repente mi nombre retumbó en el patio - ¡Andrés Tarnassi! – Me eché a las rejas y allí en medio del círculo de luna la silueta de Pierre Joligard era una sombra chinesca con su abrigo largo y el sombrero de alta copa.
El policía abrió el cerrojo y Pierre se echó sobre mí hombro – Andrés, me enteré por una señora que vino corriendo a decirme “atraparon a su amigo”, Sabes, soy de este pueblo, todo el mundo me conoce y mi padre es amigo del comisario, un vietnamita muy buena gente que vendrá por la mañana, por eso no te puedo sacar ahora pero le pedí que te dejen estar en la sala de la oficina porque tiene calefacción.
Me despedí con otro abrazo de Pierre y el policía cambió su actitud conmigo. Me dio una manta para recostarme en el banco y como la calefacción era buena me saqué el abrigo y forme una almohada. El cansancio volvió a dejarme fulminado y esta vez no soñé.
Tan muerto estaba que no entendía quien me sacudía la pierna gritándome en buen español -¡Despierta chico, despierta que ya va a venir el comisario – la confusión duda si es un sueño al ver una cara tan clásica española que me mira como alarmado y creo que estoy todavía en España y si ese es aquel policía de Barcelona y donde esta Silvia. Pero el uniforme de flik es la señal de que estoy en Auxerre y que amaneció por la ventana de la comisaría – Buenos días – me saludó tan amable – durmió usted bien-
− ¿Es usted español?
−No, soy de aquí, mis padres son españoles, escaparon con la guerra.
Me trajeron un café negro y recobré la otra parte de mi vida. El franco hispano abría los ojos como aturdido pero era su cara cotidiana. Más tarde se abrió la puerta y entró un personaje de Miguel Strogoff, un asiático de ojos alargados con gorro ruso de astrakan y abrigo de pelo de camello. Era el comisario tan recomendado por Pierre Joligard.
Bon Jour – bajó la cabeza en el saludo
Me preguntó en que podía servirme y saqué el cuento de mi hermano que mañana aterrizará en París y quiero llegar pero en Lyon me robo un closhard en el correo y no pude localizarlo.
La traducción del policía franco hispano fue simultánea sin ninguna envidia a los intérpretes de la ONU. Cuando el vietnamita me respondió el policía tradujo: - No puedo dejarle a usted continuar el viaje de este modo porque está prohibido hacer auto stop en las carreteras francesas, de modo que voy a comprarle un billete de tren a París y yo mismo le acompañaré a la estación.
Me acuerdo de aquel vagabundo argentino en Río que me dijo que en la aventura “cuando estas abajo, abajo, ya tocando fondo, siempre viene un ángel y te lleva para arriba” .
El ángel tenía la cara del Buda quieto con su gorro de Astrakán en la mañana de la estación. Me costaba ver al sujeto como policía por esta alergia que los polis me dan desde el nacimiento, pero este hombre tenía algo de maestro esotérico como impregnado de una atmósfera Gurdieff cumpliendo seriamente con el papel que le tocaba sin identificarse por supuesto. Subió al tren conmigo, me acomodó la mochila en la repisa y me dijo; - No puedo dejarlo sin dinero por si no llega su hermano, esto no es mucho pero lo va a sacar de apuros - me dio un billete de cincuenta francos. De haber sido un sagaz detective hubiese descubierto que nunca me robaron por el modo estúpido de mirar el billete delatándome que nunca había visto uno. O quizá el ángel asiático ya sabía que ese hermano existía en otra dimensión pero él era la pieza que me habían puesto en Auxerre para darme la entrada a París.
Y así fue como después de tanto frío y penuria hice mi primera entrada en París en tren y con cincuenta francos en el bolsillo.

1 comentario:

Jorge Kelson dijo...

joderrrr...estas sí que son "tus penurias"...
sino fuera porque sé que siempre dices la verdad esta historia parece in-creíble.