miércoles, 3 de marzo de 2010

arme de salute



Siguiendo la misma novela, Andrés hace autostop por las rutas francesas hacia Paris y para en Lyon
Basado en hechos reales.

En Nimes a las seis cuando ya los faroles se encendían al atardecer me paró un camión. El conductor no hablaba nada, su aspecto no era de camionero sino de funcionario con gafas cuadradas y pelo gris. Tenía la radio puesta y por el gran parabrisas de la cabina la carretera adquiría otra dimensión en una panorámica de casas con luces en las ventanas, el campo nublado y las señales París 300 kilómetros, los resplandores mágicos de las gasolineras y después el túnel de árboles fantasmas Me derrumbé contra la ventanilla totalmente dormido y en el delirio la radio me hablaba en español, el motor era un instrumento más acompañando las canciones, y cuando desperté Gilbert Becaud cantaba como un poseo. Alcancé a ver la señal en la carretera, Lyon 8 kilómetros. Me preguntó el conductor donde iba a dormir y le dije que en algún lugar gratis porque tengo solo seis francos. Se río y me dijo, conozco un lugar en Lyon donde duermes y no pagas nada, la Arme de Salute.
Arme de Salute, Ejercito de Salvación.
Mi abrigo de caritas no desentonaba en aquella fila de closhards, mendigos, árabes y argelinos, la misma fauna que hace cola en las puertas de una iglesia a la hora de comer. Una mujer corpulenta con aire de sargento nos tanteó de armas en la entrada y nos hizo pasar a un comedor con mesa larga. Nos trajeron la única comida; un plato de sopa con algunos macarrones flotando en el caldo insípido y pan a un costado. ¡Ale mangé, mangé vit! nos gritaba otra mujerona descomunal con gafas culo de botella. Los otros vagabundos tomaban la sopa. Las caras eran un desfile de máscaras patéticas y ojos caídos con la piel transparente y piel ceniza, salvo los árabes más oscuros de mirada aguda. Un árabe con perilla como pelusa me miró riendo y codeó a su compañero rubio tan encorvado que su cabeza parecía salirle del pecho. Estaban impresionados con mi presencia. Los otros ensimismados en su miseria tomaban la sopa como niños distraídos.
Al terminar la comida nos pusieron otra vez en fila para darnos los pijamas, entonces la mujerona de gafas horribles silbó un pito de policía gritando, ¡¡A coucher, a coucher!!
El dormitorio era largo con las hileras de camas, ahí teníamos que ponernos el pijama y fue el espectáculo de calzoncillos largos con agujeros y camisas y todo tipo de ropas interiores que se encuentran en los basurales. Me tocó un pijama con rayas de preso que habría pertenecido a un tipo de tres metros. Las camas tenían solo dos mantas gastadas por tanta pobreza y la mujer pitó otra vez ¡¡Ale, a dormir, a dormir!!
¡Que frío! Las veces que desperté tiritando, me retorcía en la cama para darme algo de calor. Abrí la bolsa para meterme mas cosas por el cuerpo en ese insomnio helado, debí haber tomado el barco en verano, no pelearme con Vizcaya y llegar a Europa con suficiente plata para al menos ir a las pensiones baratas, y ni bien pensar esto oí la voz de Vizcaya, Ahh, ¿cómo es la cuestión? Tendríiiia. Deeberiiiia, ¡eso no existe huevón! Es solo un pensamiento que te golpea la cabeza. ¿Entonces qué existe? Este frío. Esta sala plagada de ronquidos donde estoy ahora con los ojos helados. Era esto lo que te estaba esperando y no había otro camino que esta carretera gélida marcada por el destino para tu propia evolución. Lo toma usted señor o le deja. La decisión es siempre suya y el sueño vuelve con voces y otros ruidos de fondo y quizá por la presencia de Vizcaya vi una costa como la de Macuto con sus casas bajo el sol tropical, unos árboles que parecían de mango y las palmeras bordeando la playa. La gente en shorts de baño, pasaban caballos tirando carros con toldos amarillos y rojos. El sol con la felicidad del sueño se metió entre el frío y no desperté hasta que salté de la cama por el fuerte pitido de la bestia de mujerona que nos despertaba para echarnos a la calle a las seis de la mañana cuando todavía la ciudad estaba oscura
¡Ale vit vit, sortie, sortie!
Ni siquiera un desayuno aunque sea agua caliente. ¡Grandísimas putas! Se abrió la puerta y todos aquellos miserables con algo de asustados se desperdigaron por las callejas de Lyon.
Amanecía por encima de los edificios. Con el cartón de caja en el que escribí “A París”, rotulador que trajo el camarero contento, me puse en ruta a las once sintiendo todavía el recuerdo de cualquier café con leche

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