viernes, 23 de abril de 2010

los amigos


De la misma novela.

Llevando un mes en Paris, vive Andrés en la casa de Anne, una francesa diminuta amiga de Pierre Joligard, y trabajaba en un depósito de mayoristas de floristerías. Allí hace dos grandes amigos, Juan, madrileño, hippie, de pelo largo y barba Moisés espesa, Y Martin, un argentino bajito de gafas lupas, hombre de izquierdas de los de entonces.
Las escenas siguientes son, una discusión en el restaurante y luego una formidable borrachera.



(Fragmento)

Las discusiones se daban a la hora de comer. Cada mediodía al salir de ese tinglado de flores Martin, Juan y yo solíamos sentarnos en la misma fonda barata que había en una esquina. Nos acompañaba Paquito; otro español de Alicante y Wong un japonés que no entendía casi nada pero se divertía con el soniquete de nuestro castellano y advertía la diferencia de timbre entre los argentinos y los españoles. Wong leía y leía novelas mientras comía y Martín repetía el mismo chiste tonto al ver las letras en japonés, Wong cortála con la pornografía. El menú de cuatro francos consistía en una sopa de primero, de segundo estofado con papas o macarrones, y una manzana de postre, en fin, variaba poco. Cuando nos daban pescado lo dejábamos porque olía.
−Con ese pensamiento – decía Martín – los que no tienen nada seguirán sin nada con un patrón que les pisa la cabeza mientras vos ahí con el cuento de que primero tenés que conocer quien sos. ¡Dejate de joder Andrés, no hay tiempo! Informáte un poco de lo que pasa en Brasil por ejemplo. Hay esclavitud, los chiquitos con la panza de agua al lado de las empresas americanas que se llevan el azúcar, el coco, che, no queda otra que la revolución.
−Pero a mí quien me garantiza que después de barrer con medio mundo se va arreglar la cuestión, y te repito, el Che Guevara tuvo que hacer un trabajo interior para ser quien fue, no podemos tratar de arreglar cosas afuera cuando todavía las tenemos adentro porque si no pasa que lo que acaba de suceder en Praga.
−Pero eso es por incomprensión de...
− ¡No! Eso es porque no se dieron cuenta que tenían dentro el mismo mal que querían combatir afuera.
−No, no es así pará, pará – Martín solía levantar la mano pidiendo pausa para ordenar sus argumentos. Juan decía:
−La propuesta hippie une las dos cosas, hace la revolución sin matar a nadie, la no cooperación de Gandhi, y encima sin eso enfermizo de seguir un profeta o un puto organizador “Don´t follow leaders” Bob Dylan canta la verdad en cada párrafo ¡hombre!
−Pero te repito...
− Un momento Martin que me falta algo.
−Te repito que cómo carajo vas a arreglar el problema sentándote con una puta florcita, Juan por dios.
− Y al mismo tiempo te conoces a ti mismo explorando la mente con una buena maría, ¿está claro?
El camarero y el supuesto dueño detrás de la barra parecían hermanos de panza, como si los dos se hubiesen comido una pelota del mismo número. Nos miraban con todo el desprecio de la tierra sin disimularlo, el camarero torcía un rictus de asco. A la hora de pagar nos trataba como policía anotando una multa.
Los pelotas, los pelotas son los peores – me decía Juan cuando regresábamos al maldito trabajo – hay un español ya mayorcito que reparte las plantas y lleva años trabajando aquí, dice que el patrón es buena gente y que nosotros lo que tenemos que hacer es trabajar y callar, antes de irme le voy a callar yo rompiéndole la boca.

Una tarde, a la salida del trabajo nos emborrachamos. Había una caja de vino olvidada en la puerta de un bar y los cuatro (el japonés no estaba) cogimos cada uno una botella y la metimos bajo el saco. Era un vino agrio y rasposo pero había ganas de soltarse y desatar la lengua del espíritu y caminar borrachos por calles insólitas viendo como anochece en una ciudad que podía ser Praga o Buenos Aires, Mira esa esquina, ¿no estaba en Malasaña?, dijo Juan, quien coño la trajo aquí. Paquito se reía llorando, siempre calladito ahora gritaba que los jardines todos se vayan a tomar por culo. Martín insistía en una guillotina pero perfeccionada, mirá, tres cuchillas que bajen por tres carriles diferentes, me… ¿me seguís?, y sabes qué loco, ruedan las tres cabezas al unísono. Juan decía que primero hay que hacer una de tamaño maqueta para guillotinarle la polla a Franco y tenerlo un rato largo con la polla cortadita antes de meterle la cabeza. Cruzamos un parque solitario donde Gastón Leroux habría escondido algún personaje tras el misterio de los arbustos. Juan nos hizo sentar en la hierba y nos recitó un poema suyo que habla del África, de los amarillos del África que tienen alma de océano y los pájaros no paran de cantar la imbecilidad de los hombres y las guitarras eléctricas se vuelven pájaros y los pájaros se dejan las plumas largas y follan todo lo que pueden entre las hojas, entre las sombras, entre los coches de un parking, y las viejas sentadas en el banco de una plaza miran el amor de los pájaros que les transforma el cuerpo haciéndolas pequeñitas y las viejas entonces saltan a la hierba con sus muñecas bailando Animals de Pink Floyd y de pronto las flores siguen creciendo hasta superar las copas de los árboles y por fin entre múltiples colores que dan los reflejos de las flores se asoma el Buda sonriendo sin más.
Aplausos, aplausos. Me gustó, le dije, escríbemelo por favor.
Pero ¡hombre! , como hago para acordarme si lo acabo de inventar ahora y ya me lo estoy olvidando.
Hacía tiempo que no bebía tanto. Vomité en un basurero bajo el aplauso de mis amigos, al colmo que después tuve que hacer una reverencia porque los aplausos no paraban.

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