martes, 15 de septiembre de 2009

TUAREG







Había algo anterior al paleolítico en esa inconmensurable planicie. Había un pensamiento flotando por encima del jeep; el sol es alguien que espía nuestros movimientos, y por el modo que quema en las ventanillas parece querer decir algo. Había un enamoramiento con todo lo que es lejano y salvaje, con esas ganas de seguir siempre sin llegar a ninguna parte.
Los catalanes, que vamos dejar de llamarle así y al gafoso lo vamos a llamar Xabier y al rubio Ricardo, hablaban catalán y me preguntaron si me importaba, les dije que lo hablen, así aprendo. Aprendí a decir, una mica, un poco, una noia, una chica, una vez, una vagada, y algo más que se me olvidó.
Íbamos por el desierto del Tanezrouft, el más grande del mundo de 1400 kilómetros, llamado “desierto de la sed”, por los poquísimos pozos que hay escondidos a lo largo de esa inmensidad donde uno tiene la impresión que el plantea aumentó a una dimensión sin límites. Al no haber carretera el jeep se convertía en la idea de un velero que navega haciendo bordos por el gran océano de tierra. Y esas formas de muerte en medio de la nada no eran animales, sino carrocerías de coches que intentaron los mismo que el jeep y no pudieron seguir y ahí los abandonaron y al pasar cerca le vimos tanto de muerte en hierros con arena pegada, tanto de soledad eterna, tanto de hallazgo por arqueólogos del siglo LV y el presagio que nuestro pobre jeep comando podía terminar así, era otro pensamiento que flotaba pero había que ahuyentarlo y pensar en el sol que nos espiaba desde el oeste donde pronto se acostaría para despertar al otro lado del mundo.
−Son tuareg –dijo Ricardo
Las siluetas eran jaimas y un grupo de lejanas figuras humanas que agitaban las manos llamándonos. Ricardo desconfió, pasemos por otro lado. Xabier dijo acerquémonos a ver que quieren.
De cerca los hombres parecían azules por el reflejo de las túnicas, y las jaimas eran toldos de piel sostenidos por palos, las mujeres estaban fuera de las jaimas y eran del mismo siglo que las arenas. Al fondo un grupo de camellos convivía con las cabras. A penas frené el jeep se aglomeró una multitud de rostros azules con ojos asombrados, las voces y risas se oían como si estuviesen a pocos centímetros de nosotros.
−Pisa el embriague y pon primera –dijo Ricardo.
Pero no le hice caso y me bajé y los tuareg me rodearon mirándome mudos como si hubiese caído de una estrella. Un adolecente, probablemente 12 años, tomó el cargo de intérprete porque era el único que hablaba algo de francés. “mi familia los invita a cenar con nosotros y a quedarse a dormir” Recordé el libro de Vázquez Figueroa cuando habla de las hospitalidad de los tuareg. Ricardo desconfiado cerró el jeep con llave por si las moscas y miró a las fogatas donde las sombras deambulaban en silencio por delante del fuego.
El chico nos llevó delante del patriarca, un anciano sentado frente a una hornalla de piedras. Allí se calentaba el té en una tretera dorada. El anciano con gestos tranquilos como si pintara un cuadro levantaba la tetera para llenar de espuma verde los vasitos, que fueron varios, y que nos entregaba como un regalo con sus manos callosas, arrugadas y oscuras. Detrás del anciano los tuareg nos clavaban la mirada con ojos limpios, ojos de profundidad brillante que tienen mirada hecha de horizontes porque nunca ningún edificio interrumpió esa mirada. Y que podían pasar horas de silencio mirándonos con esos ojos que ardían en la noche.
Cuando caminaban el cuerpo se movía con algo de la parsimonia del camello. Al verlos sentarse con la espalda erguida y la vez relajada con sabiduría animal, pensé que la distancia entre el tuareg y el ciudadano gordo calvo encorvado cansado y traumando, era la misma que hay entre el lobo y el caniche, y pensé que las grandes ciudades del “primer mundo” estaban habitadas por injertos del verdadero animal humano que habita en la naturaleza y en los desiertos
Las mujeres que se asomaban en las jaimas eran de una belleza anterior a la biblia, y también pensé en que podía quedarme y ahí tenía todo y que no me vengan a buscar.
Una gran fuente de un metro y medio con arroz y verduras, la luz del fuego brillando en los ojos negros y manos, las nuestras también, en picada sobre el arroz como las gaviotas en el mar. Era arroz con grasas y algo salvaje que aumentaba un apetito bestial.
Para dormir acomodaron a Xabier y Ricardo en pieles sobre la tierra y les dieron telas para cubrirse, a mí me aparataron por ser el mayor, me consideraron patriarca. El chico que habla francés me dijo; el jefe me pidió que indique tu lugar al lado de esa cabra porque que te protegerá de los malos espíritus.
En distintos momentos de la noche desperté por el ruido del chorro de la orina de la cabra, y le agradecí cada vez, porque tuve la suerte que se repita esa felicidad de caer en el sueño cuando se está viendo las estrellas.

Próximo: Ahmed 1

9 comentarios:

ani dijo...

La frase del verdadero animal humano es mortal..!!!
e imagino que el desierto es una caja de vida, ya tengo ganas de seguir a Ahmed I.
Un abrazo, Ani

Jorge Kelson dijo...

algo parecido viví cerca de tamanrasset.
nunca olvidaré el encuentro con el pueblo targuí. entiendo el miedo de los catalanes, su sola presencia impresiona.

José Rivarola dijo...

Ani,es asi, en muchos sitios del mundo pudes dar con el animal humano limpio de informacioens, y de miedos psicologicos.

José Rivarola dijo...

Hola Geroge, reconozco que impresione la presencia tuareg, pero quien lleva la puerta de alcalá al gran desierto es vulnerable a todo tipo de miedos. Yo me bajé del jepp por dos razones, porque me acordaba de Vazquez figueroa, y por verme metido dentro de una leyenda.

Jorge Kelson dijo...

qué gran ironía, que unos catalanes lleven como canción emblema la puerta de alcalá de madrid... jajajaa... pa volverse loco.

eralamaga dijo...

Jose, como me gustan tus aventuras!!!!
beso, Lucia

José Rivarola dijo...

Lucia me siento acompañado por tus ojos en este viaje por el desierto.
un beso

José Rivarola dijo...

se me borro la posiblidad de responder desde los comentarios Ahmed 1, jorge, toque una tecla que me lo durmio, por eso respndo de este. Gracias por el articulo de Bolaño de la nacion, ya te llamaré

José Rivarola dijo...

lucia, hoy es mi cumple 22 de septiembre, tu regalo esta en los comentarios,
Tengo que buscar a mi otro jose para que me regale esa enrgia que tiene el aire del desierto.
besos
josé