martes, 29 de julio de 2008

India Interior

Dentro de pocos días me voy a la India. Salgo de guía de un grupo de 22 españoles/las o españoles/los. Les daré una vuelta de 26 días por el sur y luego ellos volarán a Madrid, a Barcelona, a Bilbao y demás y les van a decir a sus familias y a sus amigos, “ya conocemos la India”.
Mi primer viaje a la India fue en aquel éxodo hippie de 1971, había que atravesar el invierno helado de Asia, y tratar de cruzar las fronteras de Pakistán cerradas por la reciente guerra de Bangla Desh. Volví en 1977, 1982, 1988, y a partir de 1990 conseguí la excusa para ir cada año trabajando de guía para una agencia española de turismo de aventura. Cada año despido (con mucho alivio, y mucho éxtasis) a los turistas en el aeropuerto de Bombay y me quedo unos cuantos meses más, hasta diciembre o enero. Cuando me preguntan si conozco la India respondo inmediatamente; no tengo ni idea, no, no la conozco, es un país con algo de dios personal. Cada año creo entender una costumbre o un modo de ser, y al año siguiente la Madre India, Baharat Mata, se encarga de romperme la creencia delante de mis ojos. De modo que no, no conozco la India, solamente puedo opinar sobre la India que percibe mi cuerpo, y mis sentimientos. La India que yo vivo y he vivido, y que se disuelve en una amalgama de recuerdos tergiversados por la mente. Pero existe una India Interior que la siento ahí, por aquí al lado, por aquí debajo. Aunque esté pensando en pajaritos preñados, esa India del Silencio subyace como un mar de fondo mientras duermo, mientras como, mientras viajo, mientras pierdo la paciencia con alguien, mientras los recuerdos traen tráilers borrosos de mi vida. Una India Interior que parece sostener una existencia que está más allá de los límites de mi piel, y me lleva como el cisne lleva a Brahma, como el águila Garuda lleva a Vishnú, como el toro Nandi lleva a Shiva. Una India Interior que se vuelve vehículo invisible y se dirige hacia un horizonte desconocido cuyo paraíso es el momento, cuyo paraíso es la sorpresa.

martes, 22 de julio de 2008

Columna miserable

Transcribo aquí una carta a la página de “Cartas al director” del periódico El País que envié hace una semana. Por el contenido del texto di por seguro que no sería publicado. En cartas anteriores que he enviado a el mismo periódico recibía la respuesta de que apreciaban mi intención pero debido a la saturación de correspondencia etc., etc.
Sería un milagro que me aprecien ésta que publico en el blog



CartasDirector@elpais.es

Sr. Director.

Leo en el país del sábado 12 de julio, relegada a la página 6, una columna mínima y miserable para la dimensión de la noticia que anuncia. La aviación de Estados Unidos mata a 47 afganos en una boda, 39 de ellos eran mujeres y niños. Los americanos se excusan: “había talibanes”, cuando los testigos declaran que no había ninguno (y aunque los hubiera). Mi reacción es de incredulidad, no puedo entender que semejante notica haya salido tan pobre y desapercibida en una columna mínima. Me entero, aun con más asombro, que el bombardeo ocurrió el pasado domingo, entonces busco en internet las noticas internacionales del domingo 6 y de lunes 7 y no hay ni rastros de esta barbaridad. El terrorismo perpetrado por un miembro de la globalización, no es terrorismo, y la noticia debe salir solapada seis días después, y con mucha cautela cosa que pase inadvertida.
Siendo consciente que por novena vez me van a rechazar esta carta a director disculpándose por no publicarla debido a la cantidad de cartas recibidas, envío este sentimiento de percepción de la locura mediática a ustedes, señores periodistas, empezando por la pregunta, ¿qué hubiese ocurrido si todos esos niños y mujeres despedazas hubiesen sido europeos o americanos, ¿en que pagina y con que dimensión saldría la notica? ¿Qué hubiese ocurrido si hubiesen sido españoles? ¿Cuántos días saldría la notica, cuantos días en los informativos? Última pregunta. ¿Qué diferencia existe entre la muerte de un niño, de una mujer, y un hombre español, europeo, americano, con uno africano, asiático, sudamericano o afgano, asesinado por el terrorismo disfrazado de daño colateral? Me da una vergüenza infinita señores, solo me queda decirles que si continúan con la monstruosa graduación de muertos, ustedes se convierten también en responsables, al no denunciar con la furia que se merece, las masacres de aquellos dementes que dicen combatir el eje del mal.

José Rivarola

jueves, 10 de julio de 2008

el hermano lejano

Camilo Pancheri había nacido el mismo año que yo. No sé si fue eso lo que le hizo identificarse o qué, pero cada vez que yo colocaba la escalera en la horqueta del manzano, Camilo ponía su escalera en el mismo árbol y subía con el cubo. Los dos sacábamos las manzanas golden y Camilo me contaba su vida y sus traumas. La Val de Non era desde lo alto del árbol una variedad de pueblos allá debajo, con sus casas iguales rodeando la iglesia. Daba la impresión de la gallina con sus pollitos.
−Mi hermano es ingeniero –decía Camilo− mi madre dijo que uno de los hermanos tenía que estudiar y tener un título y el otro atender los prados de la familia, y lo eligió a Enrico, el menor, para que tenga el titulo.
Yo seguía llenando el cubo de manzanas, pensando que las mejores para darles un mordisco son las que están en lo alto de la copa, las que picotean los pájaros.
−Ahora es ingeniero y tiene ochenta empleados bajo su mando.
Las manzanas hay que sacarlas con el palito, lo que en Italia llaman el picholo, si sale sin palito va a descarto, para perfumes, mermeladas y tantas otras cosas.
−Cuando va al extranjero se hospeda en un hotel de cinco estrellas.
Me decía esto mirándome como si yo pudiese hacer algo, y después miraba hacia donde están las mujeres y fruncía la cara como si fuera a vomitar.
Marina, su mujer, estaba abajo en las mesa clasificando las manzanas con Mercedes y una chica polaca.
Cuando acababa la jornada Camilo me pedía que lo siga, como su fuese su escudero, y entraba en los establos de los cerdos, apoyaba la barriga en las maderas y meaba a los cerdos. Después pasábamos a la bodega y llenaba vasos de vino nuevo de unas enromes barricas, y entre uno o dos comentarios nos bebíamos tres vasos cada uno. Luego pasábamos a la cocina en la primera planta donde Mercedes ya estaba sentada y la madre de Camilo, una anciana fuerte y flaca como una rama, siempre de negro, nos daba vino tinto y quesos mientras hacia la cuenta para pagarnos. Mercedes comía más quesos y yo tomaba más vino.
Al atardecer regresamos a nuestro cuarto y Mercedes me dijo, Marina trabaja como una bestia, después de pasarse todo el día clasificando manzanas llega a la casa y se pone a lavar la ropa de sus cuatro hijos, y después tiene que hacer la comida.
Yo le entendí, porque a la noche apenas cerraba los ojos y quedaba sopa, lo primero que veía en los sueños eran manzanas amarillas sobre hojas verdes brillantes y me pasaba trabajando toda la noche horas que nadie me pagaba.

Pero un día Camilo Pancheri nos invitó a cenar a su casa. Mercedes y yo fuimos normalmente, no con la ropa del trabajo pero con esas camisas, con esos pantalones, y al llegar a su casa nos encontramos a Camilo con traje y corbata y Marina con un vestido azul claro.
Y en medio de la mesa, una bandeja de horno con una pizza rustica, verdadera, poderosa, con su queso y tomate crepitando por toda la masa y al escribir esto quisiera estar allí. Quisiera apretar el botón que me devuelva al pasado con la pizza deshaciéndose en la boca, con Camilo enseñándome las fotos de su primera fiesta a los diez y siete y ver a Marina y a Mercedes llorando a las carcajadas, y sentir los pelos que se me ponen de punta como se están poniendo ahora cuando escribo que Camilo fue a su habitación y trajo un tocadiscos 33, y Marina dijo, Mama mía, hace mas de 15 años que no saca ese aparato. Primero fue un disco de Polanka, luego puso “Si me voi lasciare, dime al meni perqué” el mismo que yo bailaba a los diez y siete en las fiestas de Buenos Aires, tal vez el mismo día y a la misma hora que lo bailaba Camilo. Por último puso un disco que titulaba “la tragedia de Dallas” Un locutor italiano trasmitía los tiros que le metieron a Kennedy con voz alarmante de comentarista de futbol.

¡Ahh! Sí, sí. Volver a servirme la cuarta porción de pizza y ver a María y a Mercedes como si se conocieran de siempre, y a ver otra vez los ojos nostálgicos de Camilo levantando el vaso de vino cuando yo lo levanto el mío y los dos nos reconocemos sabiendo que en un día cualquiera del planeta nos íbamos a encontrar.

viernes, 4 de julio de 2008

Instrucciones para la creación

Para crear realmente habría que quedarse quieto, no hacer nada, y ni pensar en intentar crear. Habría que empezar por la mañana solo observando la pasta de dientes tricolor que sale como un gusano por el tubo, oír el ruido del cepillo en los dientes, ver el sol que entra por la ventana de la cocina llenando de luz la espuma del jabón que lava los platos, y allá las hojas del siempreverde se mueven en una coreografía marcada por la brisa. Habría que oír con atención el café que bulle como un avión que pasa y las tórtolas que se enamoran hasta por el techo, ver el impresionante color de una simple taza blanca y el mágico juego de las estampas del mantel, ver como uno sigue caminando aunque este completamente quieto y observar esas piernas que se mueven con vida propia, esas manos que hablan como dos hermanas, observar el color del frasco de miel, el azul de la cacerola, el marrón rojizo del cojín en el claro sofá, los personajes que aparecen en los relieves de la pared y la fantasía de sombras que danzan en la galería, y así seguir y seguir la dirección del ojo y el oído sin despegarse de las cosas hasta que de pronto…
¡SUCEDE!
¡SUCEDE!
La creación surge como una fuente y lo deja a uno encantando como niño en el espectáculo.