sábado, 25 de diciembre de 2010

resurrección

La fiebre parecía remontar hacia lo más alto, y él sudaba en el camastro mirando hacia la ventana los resplandores de la tormenta mientras estallaban los petardos en la noche de Diwali.
David sintió en un momento que podía morirse esa misma noche y lo sintió al darse cuenta que los ruidos no le llegaban a él sino a un oído que parecía haberlo abandonado como si ya no le perteneciera.
Entonces fue ante el segundo relámpago seguido de un trueno seguido de una traca de cohetes cuando sintió que su cuerpo yacía debajo de él. Que la fiebre ya no le afectaba. Tuvo miedo y tristeza. Tristeza de haber muerto tan lejos de la gente que quería.
Súbitamente el mundo de los ruidos se fue perdiendo y le llegó como salvavidas el mundo de los sueños.
Soñó con caballos salvajes galopando en la interminable pampa. Los cascos sonaban ahora en su oído real provocándole una intensa felicidad como si la felicidad fuese algo caliente que lo empapara por dentro.
Despertó al amanecer rodeado por los quejidos de los cuervos. Esta vez oía, sí que oía, oía los cuervos, oía los petardos que los niños de abajo tiraban en la calle y se reían.

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