jueves, 29 de abril de 2010

Nesh, nesh


Andrés asiste alucinando a su primera nevada pero después

(fragmento)

Con Anne nos veíamos por las mañanas en el desayuno. Era un pajarito acurrucado levantando el bol de café con leche, mirándome sin expresión, diciendo cosas como la nieve que están anunciando y el frío horrible que se viene, que hubiese sido mejor quedarme en España donde está el sol porque aquí cuando caiga la nieve nos vamos a morir porque no vino nadie a arreglar la calefacción y merde, merde , le frois.
Una mañana estaba yo en el baño y oí los gritos de Anne -¡Merde, merde, la nesh, la nesh!
Por la ventana los copos bajaban en silencio y el espacio entero se cubría de un blanco protector −merde, la nesh, la nesh – seguía Anne protestando y yo pegado a la ventana viendo por primera vez esos copos que parecían inflarse y reproducirse como átomos tan blancos, ¡tan blancos!, la nesh, la nesh, el nombre en francés es onomatopéyico, nesh, aunque la nieve no suene termina dando esa nota; nesh, nesh, nesh, y blanquea los tejados oscuros, se desprende de las cornisas, cubre de azúcar las cañerías.
Anne salió al trabajo con la bufanda hasta los ojos y un gorro terminado en pico como el de los gnomos. Se alejó con el mismo estribillo, merde, la nesh, la nesh.
No fui al trabajo, no importa. Martín me marcaría la ficha como lo hice yo por él la semana pasada. A menos que se le ocurra no ir para dar un paseo por la nieve de las calles. La nieve amontonándose en los cordones de las verdeas, cubriendo de blanco los techos de París.
El metro me dejó en los Champs Elises; y lo mejor era estar ahí presente caminando con toda la intimidad del frío y ver las estatuas quietas en tremenda soledad con las cabezas nevadas como sombreros de plumas de cisne, y las ramas congeladas de los arboles, las placas de hielo que cubrían los estanques, un pato que patina en un blanco y negro de foto eterna, la nesh, la nesh seguía cayendo lenta en miles de copos que cubrían la vista y mi juego fue mirar al cielo para llenarme de copos la cara pero en mis alucinaciones no me di cuenta que la nieve moja los zapatos y los traspasa.

Por la noche el mareo y los temblores cantaban una gripe. El termómetro de Anne dio 40º. Me tomé un par de aspirinas pero qué podía hacer si la gripe se había instalado. Por la ventana los copos gruesos atravesaban las luces. Cerré la persiana y al apagar la luz y meterme bajo las cuatro mantas el sueño me cayó de golpe como si me tragase un frasco de somnífero. Me desperté a medianoche en lo oscuro, tiritando como un loco con malaria. Se mezclaron imágenes, sombras que anunciaban las pesadillas, un grito que vino del techo y la voz susurrando en mi oído, la están matando, la están matando. Quise levantarme para prender la luz pero me dio un ataque de escalofríos. Un rayo explotó en mi cabeza dividiendo líneas doradas y a la vez quedé dividido en múltiples yos. No podía definir cuál de los yos era yo. Cada uno estaba vivo y hablaba desesperado con tono histérico, Ya, levántate hijo de puta que tenés que ir al baño o le vas a mear la cama. No pienso, no quiero levantarme. Porque no se dejan de joder y vienen para aquí que estamos todos reunidos. No quiero ir porque ¿sabes lo que pasa? Son fantasmas. No, son yo, como no voy a ser yo. Te vas a morir, y a Ann ya la mataron. Ahora me van a matar. Quien te dijo que estas bien. Estas peor que nunca.
Oí risas, un viento agudo sopló por el parque donde se perpetuán las estatuas llenas de nieve, y están muertas. Las estatuas siempre están muertas y hablan desde las tumbas. Tenés que ir al baño hijo de puta. No, no voy porque me matan en el pasillo. La risa otra vez grotesca como hiriendo desde abajo de la piel. No te matan, te mueres en el corredor congelado porque está nevando dentro de la casa, la nesh, la nesh, merde. ¡Basta! ¡Fuera todos! Quiero ser uno. ¡Qué iluso quiere ser uno! Uno serás después de que te maten. Me meo, me meo, baño, el baño está congelado, y ahí te calvan un cuchillo de hielo que se te mete por tu cuerpo amarillo, amarillo como los tuberculosos que ya están muertos como tú, como Ann, como las estatuas en el medio de los parques helados.
Ninguna droga fue más fuerte que el delirio de esa fiebre.



viernes, 23 de abril de 2010

los amigos


De la misma novela.

Llevando un mes en Paris, vive Andrés en la casa de Anne, una francesa diminuta amiga de Pierre Joligard, y trabajaba en un depósito de mayoristas de floristerías. Allí hace dos grandes amigos, Juan, madrileño, hippie, de pelo largo y barba Moisés espesa, Y Martin, un argentino bajito de gafas lupas, hombre de izquierdas de los de entonces.
Las escenas siguientes son, una discusión en el restaurante y luego una formidable borrachera.



(Fragmento)

Las discusiones se daban a la hora de comer. Cada mediodía al salir de ese tinglado de flores Martin, Juan y yo solíamos sentarnos en la misma fonda barata que había en una esquina. Nos acompañaba Paquito; otro español de Alicante y Wong un japonés que no entendía casi nada pero se divertía con el soniquete de nuestro castellano y advertía la diferencia de timbre entre los argentinos y los españoles. Wong leía y leía novelas mientras comía y Martín repetía el mismo chiste tonto al ver las letras en japonés, Wong cortála con la pornografía. El menú de cuatro francos consistía en una sopa de primero, de segundo estofado con papas o macarrones, y una manzana de postre, en fin, variaba poco. Cuando nos daban pescado lo dejábamos porque olía.
−Con ese pensamiento – decía Martín – los que no tienen nada seguirán sin nada con un patrón que les pisa la cabeza mientras vos ahí con el cuento de que primero tenés que conocer quien sos. ¡Dejate de joder Andrés, no hay tiempo! Informáte un poco de lo que pasa en Brasil por ejemplo. Hay esclavitud, los chiquitos con la panza de agua al lado de las empresas americanas que se llevan el azúcar, el coco, che, no queda otra que la revolución.
−Pero a mí quien me garantiza que después de barrer con medio mundo se va arreglar la cuestión, y te repito, el Che Guevara tuvo que hacer un trabajo interior para ser quien fue, no podemos tratar de arreglar cosas afuera cuando todavía las tenemos adentro porque si no pasa que lo que acaba de suceder en Praga.
−Pero eso es por incomprensión de...
− ¡No! Eso es porque no se dieron cuenta que tenían dentro el mismo mal que querían combatir afuera.
−No, no es así pará, pará – Martín solía levantar la mano pidiendo pausa para ordenar sus argumentos. Juan decía:
−La propuesta hippie une las dos cosas, hace la revolución sin matar a nadie, la no cooperación de Gandhi, y encima sin eso enfermizo de seguir un profeta o un puto organizador “Don´t follow leaders” Bob Dylan canta la verdad en cada párrafo ¡hombre!
−Pero te repito...
− Un momento Martin que me falta algo.
−Te repito que cómo carajo vas a arreglar el problema sentándote con una puta florcita, Juan por dios.
− Y al mismo tiempo te conoces a ti mismo explorando la mente con una buena maría, ¿está claro?
El camarero y el supuesto dueño detrás de la barra parecían hermanos de panza, como si los dos se hubiesen comido una pelota del mismo número. Nos miraban con todo el desprecio de la tierra sin disimularlo, el camarero torcía un rictus de asco. A la hora de pagar nos trataba como policía anotando una multa.
Los pelotas, los pelotas son los peores – me decía Juan cuando regresábamos al maldito trabajo – hay un español ya mayorcito que reparte las plantas y lleva años trabajando aquí, dice que el patrón es buena gente y que nosotros lo que tenemos que hacer es trabajar y callar, antes de irme le voy a callar yo rompiéndole la boca.

Una tarde, a la salida del trabajo nos emborrachamos. Había una caja de vino olvidada en la puerta de un bar y los cuatro (el japonés no estaba) cogimos cada uno una botella y la metimos bajo el saco. Era un vino agrio y rasposo pero había ganas de soltarse y desatar la lengua del espíritu y caminar borrachos por calles insólitas viendo como anochece en una ciudad que podía ser Praga o Buenos Aires, Mira esa esquina, ¿no estaba en Malasaña?, dijo Juan, quien coño la trajo aquí. Paquito se reía llorando, siempre calladito ahora gritaba que los jardines todos se vayan a tomar por culo. Martín insistía en una guillotina pero perfeccionada, mirá, tres cuchillas que bajen por tres carriles diferentes, me… ¿me seguís?, y sabes qué loco, ruedan las tres cabezas al unísono. Juan decía que primero hay que hacer una de tamaño maqueta para guillotinarle la polla a Franco y tenerlo un rato largo con la polla cortadita antes de meterle la cabeza. Cruzamos un parque solitario donde Gastón Leroux habría escondido algún personaje tras el misterio de los arbustos. Juan nos hizo sentar en la hierba y nos recitó un poema suyo que habla del África, de los amarillos del África que tienen alma de océano y los pájaros no paran de cantar la imbecilidad de los hombres y las guitarras eléctricas se vuelven pájaros y los pájaros se dejan las plumas largas y follan todo lo que pueden entre las hojas, entre las sombras, entre los coches de un parking, y las viejas sentadas en el banco de una plaza miran el amor de los pájaros que les transforma el cuerpo haciéndolas pequeñitas y las viejas entonces saltan a la hierba con sus muñecas bailando Animals de Pink Floyd y de pronto las flores siguen creciendo hasta superar las copas de los árboles y por fin entre múltiples colores que dan los reflejos de las flores se asoma el Buda sonriendo sin más.
Aplausos, aplausos. Me gustó, le dije, escríbemelo por favor.
Pero ¡hombre! , como hago para acordarme si lo acabo de inventar ahora y ya me lo estoy olvidando.
Hacía tiempo que no bebía tanto. Vomité en un basurero bajo el aplauso de mis amigos, al colmo que después tuve que hacer una reverencia porque los aplausos no paraban.

lunes, 19 de abril de 2010

el angel con cara de buda


Después de largo viaje que semeja un retiro, vamos a hacer de cuenta algo que es real: la relatividad del tiempo. De modo que el ultimo fragmento sobre el autostop, lo envié hace 4 dias reales, aunque haya pasado un aparente mes.
El siguiente fragmento (autobiográfico total) trata de la llegada de Andrés a Paris. De la relatividad de la suerte. De ese camino marcado sin dudas, y de el aire de aventura que respira un viajero a esas edades.

Andrés llega a Auxerre tras un duro autostop, subiendo la calle empedrada se topa con un viajero que lleva una chistera blanca y mochila. Su nombre es Pierre Joligard, que le invita a un sándwich y un cerveza, y le cuenta su aventura cuando asistió al festival de Woodstock, cuando se despiden ocurre lo siguiente.



(fragmento)

Nos despedimos con un abrazo bajo el farol. Lo vi desaparecer tras la curva confundiéndose con las sombras de los árboles. Entonces seguí subiendo la pendiente y en la esquina me emboscaron dos fliks, policías muy altos y oscuros con sus cinturones y cartucheras brillantes – Les papier – entregué el pasaporte – ¡Mon dieu argentine!, conviant de argent vous avez – Enseñé los tres francos
- Ale a la police.



Desde las rejas de la celda se veía el patio que la luna aclaraba con un color helado. La celda era un cajón de dos metros por dos y techo bajo, un charco en el medio y un camastro de madera húmeda. Las tiritonas de frio aumentaron mientras seguía pegado a las rejas para ver el resplandor de la luna que apartaba al fondo la tétrica oscuridad. En la celda vecina aullaba un borracho, y cada tanto daba patadas furiosas contra la pared de mi celda gritándome ¡Cochon, fille de putain Je te vé tué – Todo esto sin conocerme.
Fue un rato largo con la cara en las rejas esperando algo que no sabía y que podía sacarme de esa tumba. Al sentarme la tiritona sacudía las piernas como un caño sacudido por un motor y aunque cruzaba los brazos para abrigarme el temblor recorría el cuerpo y a correr otra vez en círculos como tigre enjaulado y los gritos del borracho Je te ve tué se unían a mi grito desesperado. En los momentos críticos, había dicho Vizcaya, es cuando hay que afirmarse como un ancla en auto observación. ¡Mierda! ¡Cómo! Si me voy a morir de frío. Ahora, justamente ahora, atrapar ese pensamiento; “me voy a morir de frío, me voy a morir de frío”
¿Qué es el frío? Estudiar el sufrimiento del frío. Volver a sentarme. Observar los temblores como si no fueran míos porque en realidad el que observa no está temblando. Inmediatamente un pensamiento como rayo helado atravesó al observador y dijo, mañana me van a encontrar enfermo, o muerto, o me muero en el hospital. No, no me va a ocurrir nada, voy a estar bien, pero no puedo seguir corriendo porque va a ser peor, en la fatiga el frio me va calar hasta el tuétano ¡je te ve tué!, y el grito mío ¡hijo de puta cierra la boca o te la cierro de un tortazo!, y otra vez sentado buscando el observador cuando de repente mi nombre retumbó en el patio - ¡Andrés Tarnassi! – Me eché a las rejas y allí en medio del círculo de luna la silueta de Pierre Joligard era una sombra chinesca con su abrigo largo y el sombrero de alta copa.
El policía abrió el cerrojo y Pierre se echó sobre mí hombro – Andrés, me enteré por una señora que vino corriendo a decirme “atraparon a su amigo”, Sabes, soy de este pueblo, todo el mundo me conoce y mi padre es amigo del comisario, un vietnamita muy buena gente que vendrá por la mañana, por eso no te puedo sacar ahora pero le pedí que te dejen estar en la sala de la oficina porque tiene calefacción.
Me despedí con otro abrazo de Pierre y el policía cambió su actitud conmigo. Me dio una manta para recostarme en el banco y como la calefacción era buena me saqué el abrigo y forme una almohada. El cansancio volvió a dejarme fulminado y esta vez no soñé.
Tan muerto estaba que no entendía quien me sacudía la pierna gritándome en buen español -¡Despierta chico, despierta que ya va a venir el comisario – la confusión duda si es un sueño al ver una cara tan clásica española que me mira como alarmado y creo que estoy todavía en España y si ese es aquel policía de Barcelona y donde esta Silvia. Pero el uniforme de flik es la señal de que estoy en Auxerre y que amaneció por la ventana de la comisaría – Buenos días – me saludó tan amable – durmió usted bien-
− ¿Es usted español?
−No, soy de aquí, mis padres son españoles, escaparon con la guerra.
Me trajeron un café negro y recobré la otra parte de mi vida. El franco hispano abría los ojos como aturdido pero era su cara cotidiana. Más tarde se abrió la puerta y entró un personaje de Miguel Strogoff, un asiático de ojos alargados con gorro ruso de astrakan y abrigo de pelo de camello. Era el comisario tan recomendado por Pierre Joligard.
Bon Jour – bajó la cabeza en el saludo
Me preguntó en que podía servirme y saqué el cuento de mi hermano que mañana aterrizará en París y quiero llegar pero en Lyon me robo un closhard en el correo y no pude localizarlo.
La traducción del policía franco hispano fue simultánea sin ninguna envidia a los intérpretes de la ONU. Cuando el vietnamita me respondió el policía tradujo: - No puedo dejarle a usted continuar el viaje de este modo porque está prohibido hacer auto stop en las carreteras francesas, de modo que voy a comprarle un billete de tren a París y yo mismo le acompañaré a la estación.
Me acuerdo de aquel vagabundo argentino en Río que me dijo que en la aventura “cuando estas abajo, abajo, ya tocando fondo, siempre viene un ángel y te lleva para arriba” .
El ángel tenía la cara del Buda quieto con su gorro de Astrakán en la mañana de la estación. Me costaba ver al sujeto como policía por esta alergia que los polis me dan desde el nacimiento, pero este hombre tenía algo de maestro esotérico como impregnado de una atmósfera Gurdieff cumpliendo seriamente con el papel que le tocaba sin identificarse por supuesto. Subió al tren conmigo, me acomodó la mochila en la repisa y me dijo; - No puedo dejarlo sin dinero por si no llega su hermano, esto no es mucho pero lo va a sacar de apuros - me dio un billete de cincuenta francos. De haber sido un sagaz detective hubiese descubierto que nunca me robaron por el modo estúpido de mirar el billete delatándome que nunca había visto uno. O quizá el ángel asiático ya sabía que ese hermano existía en otra dimensión pero él era la pieza que me habían puesto en Auxerre para darme la entrada a París.
Y así fue como después de tanto frío y penuria hice mi primera entrada en París en tren y con cincuenta francos en el bolsillo.