Siento haber tardado tanto en escirbir algo, pero tengo un dedo lesionado por intento de matar un afortunado mosquito que después de ver como mi pulgar se estrellaba kármicamente contra la pared, se puso a reír agarrándose el estómago mosquito.
Lo que presento aquí pertenece a la página 256 del libro Madame Mamita que lo estoy arreglando por (ya me olividé las veces)
En este episodio tomo whisky en una cafetería bar llamado "El refugio del lago" frente al lago Epuyen y escribo lo siguente:
Lo que presento aquí pertenece a la página 256 del libro Madame Mamita que lo estoy arreglando por (ya me olividé las veces)
En este episodio tomo whisky en una cafetería bar llamado "El refugio del lago" frente al lago Epuyen y escribo lo siguente:
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Escrito en “El refugio del lago”, por la tarde del 12 de marzo
Es muy árido y hace un frío que pela. El paisaje es arcaico, paleozoico, tan lejano, tan Jack London, tan Conrad.
Si a los 15 años o 16 hubiese llegado al sur no hubiese salido a otros países porque el mundo de mi imaginación estaba aquí, en el sur, un mundo aun más inconmensurable que aquel que ubicaba al otro lado del atlántico. En ese entonces, a los 15 o 16 o 17 años, mi idea de la existencia estaba ligada con lo salvaje, los ríos, los bosques silvestres, las lagunas perdidas, los carpinchos, las nutrias, los zorros, pumas, jabalíes, los hielos como fantasmas que se incrustan en el agua y el José que veía andando por una cornisa de hielo en un futuro que nunca se iba a dar, era un José con gorro de piel de zorrino remando la canoa en un torrente, con un rifle y una caña de pescar, o un José montado en el tobiano, siempre tenía que ser tobiano, acomodando la pierna en el basto del recado, prendiendo un cigarrillo negro, de los duros, los monterrey de entonces, y mirando a la lejanía con la misma cara de libertad que ahora pienso tendría Güiraldes arriba de un caballo, probablemente saino, porque él recibió el mismo impacto de los horizontes y se nota cuando insiste y repite esa visión en sus novelas y sus poemas.
Y si yo hubiese (dale con el hubiese) encontrado entonces este tipo de gente como el que hay por el Bolsón me hubiese convertido en uno de ellos, tendría una cabaña de madera de ciprés, mesa de pino, una cocina vieja, un gran colchón en el suelo con muchos cojines, una chica descendiente de irlandeses, pelo negro, o pelo rojo, ojos vivos, falda larga rozando los pies descalzos manchados de tierra, fumaríamos marihuana de la buena que crece en estos parajes, tendría una huerta con tomates, lechugas, hinojo, rúcula, rabanitos, muchos rabanitos y sería feliz.
¡Qué risa compadre! Y te lo digo ahora en español clásico; Gilipollas ¿¡qué es eso de feliz!? ¡Míralo al bucólico! Ve ahora mismo al Bolsón y fíjate bien en todos esos country hippies que enseñan una cara de felicidad a los turistas ocasionales que les compran sus cosas en la feria y después cuando llegan a sus casas, tal vez cabañas, tal vez unos departamentos baratos de los que deben meses de alquiler, y los ves sucumbiendo en depresiones tan hondas, o con ataques de rabietas, de celos, de orgullos, o heridas hechas por los chismes, o sucumbiendo peligrosamente en el hastío que es el peor de todos los males porque se parece a la muerte.
No, (le respondo a la mente) ¡no te hago caso y punto! No le hago ni puto caso a la mente. Eso lo aprendí en una sesión de ayahuasca cuando vi la mente a treinta centímetros delante de mí hablando sola, los pensamientos sonaban como esas trompetas de lata que venden en las jugueterías. Y partir de esa fecha crucial en mi historia aprendí a desconfiar de la mente.
Y ahí vamos mi mente y yo o el Yo mente con el otro yo caminado por la carretera ancha que atraviesa los campos de rosa mosqueta, miramos las hojas plateadas de los álamos que el viento las agita cuando se escucha una música que podría ser una balada irlandesa, ¡dale con los irlandeses! Bueno, una canción china de las que parecen sonar detrás de una montaña cuyas laderas tienen un aspecto irreal, como si estuviesen serruchadas.
Pero volviendo a lo de antes, mi vida dio un giro hacia el norte y fue necesario recorrer más de 30 países para encontrar a Rama y dos años más para llegar al lugar en el que me hubiese establecido de no salir al gran viaje. Rama, por su parte, jamás a los 11 años pudo imaginar que su futuro estaría en medio de una soledad de rosas mosquetas, y jamás, aquel aspirante a brahmachari, pensó que a los 66 años sería este tipo de barba medio gris, de mirada entre cariñosa y cínica, destapando otra botella de tinto para hablar de Camilo Cagliani.
Y esto va por lo siguiente. A ver. Estoy en el refugio del lago y voy por el tercer whisky. No creo estar inspirado. Es más, la inspiración podría ser otra trampa mas de mi amiga mente, pero lo que quiero decir es que estudiando mi vida, la de Rama, la de Mamita, la del mismo Ricardo Güiraldes, llego a la conclusión que somos apenitas unos palos flacos que el río de la vida nos lleva donde se le da la gana.
Mentira.
No hay conclusiones de nada.
Es muy árido y hace un frío que pela. El paisaje es arcaico, paleozoico, tan lejano, tan Jack London, tan Conrad.
Si a los 15 años o 16 hubiese llegado al sur no hubiese salido a otros países porque el mundo de mi imaginación estaba aquí, en el sur, un mundo aun más inconmensurable que aquel que ubicaba al otro lado del atlántico. En ese entonces, a los 15 o 16 o 17 años, mi idea de la existencia estaba ligada con lo salvaje, los ríos, los bosques silvestres, las lagunas perdidas, los carpinchos, las nutrias, los zorros, pumas, jabalíes, los hielos como fantasmas que se incrustan en el agua y el José que veía andando por una cornisa de hielo en un futuro que nunca se iba a dar, era un José con gorro de piel de zorrino remando la canoa en un torrente, con un rifle y una caña de pescar, o un José montado en el tobiano, siempre tenía que ser tobiano, acomodando la pierna en el basto del recado, prendiendo un cigarrillo negro, de los duros, los monterrey de entonces, y mirando a la lejanía con la misma cara de libertad que ahora pienso tendría Güiraldes arriba de un caballo, probablemente saino, porque él recibió el mismo impacto de los horizontes y se nota cuando insiste y repite esa visión en sus novelas y sus poemas.
Y si yo hubiese (dale con el hubiese) encontrado entonces este tipo de gente como el que hay por el Bolsón me hubiese convertido en uno de ellos, tendría una cabaña de madera de ciprés, mesa de pino, una cocina vieja, un gran colchón en el suelo con muchos cojines, una chica descendiente de irlandeses, pelo negro, o pelo rojo, ojos vivos, falda larga rozando los pies descalzos manchados de tierra, fumaríamos marihuana de la buena que crece en estos parajes, tendría una huerta con tomates, lechugas, hinojo, rúcula, rabanitos, muchos rabanitos y sería feliz.
¡Qué risa compadre! Y te lo digo ahora en español clásico; Gilipollas ¿¡qué es eso de feliz!? ¡Míralo al bucólico! Ve ahora mismo al Bolsón y fíjate bien en todos esos country hippies que enseñan una cara de felicidad a los turistas ocasionales que les compran sus cosas en la feria y después cuando llegan a sus casas, tal vez cabañas, tal vez unos departamentos baratos de los que deben meses de alquiler, y los ves sucumbiendo en depresiones tan hondas, o con ataques de rabietas, de celos, de orgullos, o heridas hechas por los chismes, o sucumbiendo peligrosamente en el hastío que es el peor de todos los males porque se parece a la muerte.
No, (le respondo a la mente) ¡no te hago caso y punto! No le hago ni puto caso a la mente. Eso lo aprendí en una sesión de ayahuasca cuando vi la mente a treinta centímetros delante de mí hablando sola, los pensamientos sonaban como esas trompetas de lata que venden en las jugueterías. Y partir de esa fecha crucial en mi historia aprendí a desconfiar de la mente.
Y ahí vamos mi mente y yo o el Yo mente con el otro yo caminado por la carretera ancha que atraviesa los campos de rosa mosqueta, miramos las hojas plateadas de los álamos que el viento las agita cuando se escucha una música que podría ser una balada irlandesa, ¡dale con los irlandeses! Bueno, una canción china de las que parecen sonar detrás de una montaña cuyas laderas tienen un aspecto irreal, como si estuviesen serruchadas.
Pero volviendo a lo de antes, mi vida dio un giro hacia el norte y fue necesario recorrer más de 30 países para encontrar a Rama y dos años más para llegar al lugar en el que me hubiese establecido de no salir al gran viaje. Rama, por su parte, jamás a los 11 años pudo imaginar que su futuro estaría en medio de una soledad de rosas mosquetas, y jamás, aquel aspirante a brahmachari, pensó que a los 66 años sería este tipo de barba medio gris, de mirada entre cariñosa y cínica, destapando otra botella de tinto para hablar de Camilo Cagliani.
Y esto va por lo siguiente. A ver. Estoy en el refugio del lago y voy por el tercer whisky. No creo estar inspirado. Es más, la inspiración podría ser otra trampa mas de mi amiga mente, pero lo que quiero decir es que estudiando mi vida, la de Rama, la de Mamita, la del mismo Ricardo Güiraldes, llego a la conclusión que somos apenitas unos palos flacos que el río de la vida nos lleva donde se le da la gana.
Mentira.
No hay conclusiones de nada.
5 comentarios:
menos mal que no estabas inspirado! yo tambien quice quedarme en esos lugares, y sin embargo termine aca.
tu lucidez a veces me sobrepasa.
gracias
besotes!!!!
sobrina lu
Qué buen texto, José! Nos llevás y nos traés de tu vida imaginada a la real, de Güiraldes a caballo a tu viaje al sur, de la posada del lago a la cabaña con la irlandesa... como si fuéramos una palos flacos que el río de la vida nos lleva donde se le da la gana, ja ja
"Mentira. No hay conclusiones de nada". Gran punto final!
No quiero darle la razon a tu mente, pero soy artesana hace 25 años, jamas trabaje en otra cosa, es terrible estar de este lado del puesto, no es nada diferente al otro lado, los que pueden ser libres economicamente, dependiendo de alguna herencia familiar, quizas vivan la utopia entre duendes, los demas que muchas veces apenas venden algo, pasan por muchos de esos estados que nombraste, la paz no esta en el hipismo, o en el bolson , O; O ;O , seguramente el paisaje es mas favorable y disparador, pero no dejamos de ser lo que escencialmente somos,igualmente suena atrapante irse en busca de la sabiduria, seguramente los acontecimientos son mas ricos,mas entretenidos, las nuevas experiencias, el cambio constante, esta bueno, no apegarse a un sitio, no cargarse y poder volar.Espero no sea tan tarde para mi.
Besos ANDRA
Me emocina tu comentario Andra, nunca es tarde meitnras HAYA GENTE COMO TU, QUE BUSCAN CON SINCERIDAD.
Nunca es tarde desde el momento que escuchamos los pajaros y el viento, o vemos la mañana en el mar. Nunca es tarde mientras haya ese amor que se fija hasta en el estomago.
besos José
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