−Como si siga lloviendo así no vamos a poder entrar por el atasco que nos espera −dijo el conductor de la ambulancia.
El compañero no dijo nada. Permaneció a oscuras junto a la camilla donde iba Julen con un ataque cardiaco, ahora tranquilo, mirando la carrocería del techo de la ambulancia, que era como un cielo de invierno. A un lado la silueta del enfermero quieto como un ángel esperando.
− ¡Cómo llueve! –volvió a decir el conductor sin obtener respuesta.
Julen sabía que no iba a durar más de dos días en el hospital, y que los médicos le dirían no piense esas cosas, usted tiene para rato y él iba quedar agradecido pero lo sabía como quien sabe que existe, como quien sabe que hay noches, que hay días.
Lo peor, pensó Julen, es morir en una cama atravesado por una red de tubos, y eso es lo que no acepto, no quiero, eso no va a ocurrir, eso también lo sé.
Recordó un cuento de Borges en el que el personaje esta delante del mismo espanto, la muerte aséptica acompañada de sueros y sedantes, entonces salta a otra muerte más noble y termina combatiendo a facón con un gaucho a la madrugada.
Recordó una frase que leyó en una tienda, “El pensamiento crea realidades” tal vez para lanzar un producto, pero se hizo firme de esas palabras, cerró los puños, cerró los ojos tan fuerte como los puños, y dijo no quiero morir combatiendo, sino después del combate, y va a ocurrir y va a ocurrir, va a ocurrir
Con los ojos cerrados escuchó un rumor de piedras como de derrumbe, o es algo que se desliza sobre un camino de piedras, como una rasta de madera y me siento sacudido por ese ruido y al abrir los ojos me veo acostado en una canoa como de mohicanos, o de indios de algún lado, y todo alrededor es selva salvo esa claridad donde está el mar, huele a pescado, a sal, dos indios empujan la canoa, yo voy atado y cubierto por mantas de pieles, la playa es de piedras redondas, me empujan, ya entro en el agua, voy a hacia las olas, me mojo con espumas, los indios metidos en el agua empujan hasta pasar al rompiente y por fin la canoa se aleja hacia un horizonte tan luminoso que me da la sensación de volver a un lugar que hace milenios he habitado, liviano y libre, tan lejos y cerca, mucho más inmenso que lo que he dejado.
− ¡Lo sabia! –exclamó el conductor –el maldito atasco y la maldita lluvia nos hicieron llegar tarde.
El compañero no respondió.
martes, 16 de diciembre de 2008
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2 comentarios:
cierto, ante la muerte nos despojamos de todo lo que somos y hemos sido, gaucho o indio. musulmán o judío... hasta llegar a aquel primer hombre sobre la tierra. aquel tipo como relataba kubrick en 2001 que mutó a homo "sapiens" por tierras africanas.
gracias josé por regalarnos estos "cuentitos" como tú los denominas.
Saludos argentinos desde La Cumbre...
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