Ayer mismo una gran
amiga, excelente pintora griega, me
contó esta historia verídica:
Dimitri, (vamos a llamarlo así porque ni ella
ni yo sabemos el nombre) de 24 años de edad, militante favorito de “Aurora
Dorada” llegó a tapizar las paredes de su cuarto con cruces gamadas y fotos de jerarcas
nazis, entre los que se encontraba un cuadro de Adolfo Hitler acariciando su
perro en su casa de las montañas.
Dimitri llevaba años
soñando un encuentro con los del partido neonazi de Alemania. Ahorró trabajando
duro en la construcción y por fin el verano pasado tomo el tren, y luego un
autobús que le dejó en la ciudad portuaria de Kiel. Tenía la dirección exacta
que le había dado un camarada de la “dorada”. Tocó el timbre. Le abrió la puerta
un urso pálido y rubio, lo miró frunciendo el cejo y le dijo, espere ahí. El
urso llamó a sus compañeros para avisarles que un paria de tez oscura y pelo
rizado azabache estaba contaminando con su presencia la entrada del partido.
La paliza que Dimitri
recibió por parte de sus ídolos llevaría un estudio a manos de un forense. Su
tez oscura se pobló de rojos y tajos, y las fracturas abiertas dieron trabajo
de horas a los traumatologs.
Una vez en Atenas
Dimitri se acercó en silla de ruedas a la terraza para ver la aurora. Cuando vio
unas nubes tristes que se amontonaban detrás de las siluetas de unos edificios,
aún más tristes, se dio cuenta que era el atardecer.
Dimitri quiso llorar
pero hasta las lágrimas tuvieron miedo
de salir.
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