En tantas páginas que se leen por ahí sale la cuestión del amor relacionado con el perdón. Le perdono por todo lo que le quiero, y el que está enamorado le perdona la nariz larga, ese lunar debajo de la boca, las piernas gordas, la panza, porque le quiero tanto que no me importa que las patas sean mas cortas que el tronco y tenga ese cacho de dientes y un ojo que mira para cualquier ángulo y lo curioso es esa señora que se enamora de una taza o de un plato perdonándole todos los defectos y el día que se rompe el plato o la taza se larga a llorar como si se le hubiese muerto un hijo. ¡Uauuuu! Que exagerado, dirán unos, y otros; ¡eso es apego!, no hay que apegarse a las cosas. A la gente le da mas fastidio el apego por las cosas que el apego por las personas. ¡Pero hombre! ¡No vas a comparar a un humano con una taza! Depende, hay humanos y humanos y algunos están muy por debajo de una buena taza de cerámica pero lo que quería decir es otra cosa, si uno siente ese estado de enamorado/a ahí, el estómago, un poco mas arriba y otro poco mas abajo, termina enamorándose de esa ventana y de ese armario y de esa silla de paja y de esa piedra que se ve en medio de la hierba y del aire que hay entre las casas al colmo de que el amor salta por los aires y ese amor junta a las nubes con la furgoneta del correo y con el árbol que esta allí quieto cambiando de personaje en cada estación. Entonces si uno se enamora de todo lo que ocurre a su alrededor su sonrisa perdurará mas allá de la hecatombe del universo.
viernes, 23 de noviembre de 2007
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1 comentario:
Ah, el amor...
Nos enamoramos de las cosas, de la música, de las palabras, de las voces, de las personas.
Pero no nos enamoramos de todo lo que pasa a nuestro alrededor. Ese sería el estado ideal, viviríamos en el amor y para el amor.
Qué distinto sería el mundo!
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