martes, 27 de noviembre de 2007
viernes, 23 de noviembre de 2007
enamorarmando
En tantas páginas que se leen por ahí sale la cuestión del amor relacionado con el perdón. Le perdono por todo lo que le quiero, y el que está enamorado le perdona la nariz larga, ese lunar debajo de la boca, las piernas gordas, la panza, porque le quiero tanto que no me importa que las patas sean mas cortas que el tronco y tenga ese cacho de dientes y un ojo que mira para cualquier ángulo y lo curioso es esa señora que se enamora de una taza o de un plato perdonándole todos los defectos y el día que se rompe el plato o la taza se larga a llorar como si se le hubiese muerto un hijo. ¡Uauuuu! Que exagerado, dirán unos, y otros; ¡eso es apego!, no hay que apegarse a las cosas. A la gente le da mas fastidio el apego por las cosas que el apego por las personas. ¡Pero hombre! ¡No vas a comparar a un humano con una taza! Depende, hay humanos y humanos y algunos están muy por debajo de una buena taza de cerámica pero lo que quería decir es otra cosa, si uno siente ese estado de enamorado/a ahí, el estómago, un poco mas arriba y otro poco mas abajo, termina enamorándose de esa ventana y de ese armario y de esa silla de paja y de esa piedra que se ve en medio de la hierba y del aire que hay entre las casas al colmo de que el amor salta por los aires y ese amor junta a las nubes con la furgoneta del correo y con el árbol que esta allí quieto cambiando de personaje en cada estación. Entonces si uno se enamora de todo lo que ocurre a su alrededor su sonrisa perdurará mas allá de la hecatombe del universo.
jueves, 8 de noviembre de 2007
FAMILIA INDIA
Hace un tiempo atrás, allá por el final del siglo XX haciendo de guía en el sur de la India tenía en mi grupo a una chica de Madrid muy solitaria. Apenas se comunicaba con los demás y en el viaje se sentaba en el último asiento y se fumaba un porro mirando los arrozales que pasaban por la ventanilla.
No me acuerdo de su nombre, pero si de sus ojos, miraba como cansada y sorprendida a la vez.
Los últimos días tomando unas cervezas en el Mondegar de Bombay me contó esta historia que la voy a reproducir con su voz:
“El año pasado anduve por el norte de la India y mira lo que me pasó en Jaipur. Había una mujer que vendía collares de mostacillas sobre un tapete en la calle. Me paré a mirar y la mujer levantó un par de colares y me dijo, le van a quedar muy bien en su cuello, le dije que yo no usaba eso. Entonces lléveselo para su madre. Le dije que no tenía madre ni padre, lo cual es cierto. Llévelos para su hermana, me dijo levantando la voz. No tengo hermanas, le dije. ¿No tienes a nadie?, me preguntó. No, dije, no tengo a nadie.
La mujer recogió el tapete con todos los collares desordenados, los metió en una bolsa, me tomó de la mano y me llevó por calles de casas chatas, bajamos una pendiente y entramos en una casa muy humilde que no tenia muebles, solo esterillas en el suelo y una cocina donde había una anciana que me la presentó como su madre.
Nos sentamos en la esterilla, la anciana me sirvió un té y la mujer con la voz cortada como si fuese a llorar, me dijo:
- A partir de hoy yo soy tu hermana y esa mujer es tu madre.”
No me acuerdo de su nombre, pero si de sus ojos, miraba como cansada y sorprendida a la vez.
Los últimos días tomando unas cervezas en el Mondegar de Bombay me contó esta historia que la voy a reproducir con su voz:
“El año pasado anduve por el norte de la India y mira lo que me pasó en Jaipur. Había una mujer que vendía collares de mostacillas sobre un tapete en la calle. Me paré a mirar y la mujer levantó un par de colares y me dijo, le van a quedar muy bien en su cuello, le dije que yo no usaba eso. Entonces lléveselo para su madre. Le dije que no tenía madre ni padre, lo cual es cierto. Llévelos para su hermana, me dijo levantando la voz. No tengo hermanas, le dije. ¿No tienes a nadie?, me preguntó. No, dije, no tengo a nadie.
La mujer recogió el tapete con todos los collares desordenados, los metió en una bolsa, me tomó de la mano y me llevó por calles de casas chatas, bajamos una pendiente y entramos en una casa muy humilde que no tenia muebles, solo esterillas en el suelo y una cocina donde había una anciana que me la presentó como su madre.
Nos sentamos en la esterilla, la anciana me sirvió un té y la mujer con la voz cortada como si fuese a llorar, me dijo:
- A partir de hoy yo soy tu hermana y esa mujer es tu madre.”
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