lunes, 5 de julio de 2010

london pub


Continuo después de tanto tiempo con el siguiente fragmento de la misma novela de Andrés.
lo habíamos dejado en París, ahora se ve en este una loa a los pubs, algo del alma de Londres.


Fragmento

También sucede el fenómeno de notar que el Londres del primer día y los primeros ingleses desaparecen con el tiempo para dar lugar a otro Londres con otros ingleses aunque para la estadística oficial sean los mismos. El primer día todos los ingleses son iguales, aunque uno sea gordo y el otro alto doblándose al caminar, y aquel sea bajito y el que viene detrás lleve sombrero bombín con paraguas negro y portafolio bajo el ala y se cruce con un pelo abultado con gorro rasta, siguen pareciéndome hermanos con la misma cara entre perdida y aburrida, caras que se moldean con los gases, los sonidos y las visiones que se dan en una ciudad como Londres donde las épocas parecen encontrarse.
A mí me gustan los pubs. Las ventanas de vidrio espeso. Los cortinados violetas. Esa moqueta lila en el suelo que da alma al color de la cerveza agria. Beberse la jarra junto al fuego del hogar que hay en el medio del pub. Los pubs son criaderos de sueños, porque en el agrio tibio de la cerveza surgen los lejanos mares que uno le cuenta al amigo y se ve un futuro de palmeras y costas con casuchas de palo, el humo lejano y la montaña verde espesa con su cráter de volcán, esa isla donde ya no nos importa otra cosa que vivir lo que se encuentre al alcance de la mano. Ahora esa mano sostiene la jarra que se está acabando y el amigo, ese otro yo, me dice, vamos a por otra, hay un par de libras todavía y nos sobra para volver ¿O mejor, qué te parece volver caminado? A la cuarta pinta de Fullers el toilet es como la piscina de un club donde se juntan los socios y mean soltando los chistes maravillosamente estúpidos. Los ingleses entonces, tímidos, de mirada neutral, se meten una serie de pintas, sacan el diablo por los ojos rojos y enseñan los dientes, exageran las risotadas, dan saltos de epilépticos. Uno es mas amigo de todos cuando esta borracho. La cerveza sigue entrando con el gusto de la decoración, los espejos de la barra bajo el alumbrado de lámparas viejas con pantalla. Pronto se escucha la voz del camarero gritando “Last orders gentelmen” y hay que tomar la última, una suerte de tiro de gracia porque si hasta entonces uno no está del todo borracho la “última orden” le desmonta ese control que todavía creía tener. El espectáculo se da a las once de la noche cuando las calles desiertas se pueblan de multitudes saltarinas, grupos que cantan, viejas con sus sombreros de flores y caballeros que vomitan entre los coches. Los underground se llenan de locos y es una pena que la humanidad no siga así al día siguiente.