lunes, 1 de septiembre de 2008

El Grande

Son las seis y media de la tarde, y suena el llamado de la mezquita. La voz del muecín es gigante, ALLAAAAAHHH - H- AKBAR. la Voz ocupa los edificios, las ventanas donde hay gente colgando ropa, los techos de Madrás plagados de cuervos. LAHILA HAAAAAAAA- MOHAMED -UR-RASULILAAAAAAAHH. Suena aquí en mi habitación antigua, suena desde la profundidad infinita del espejo. Suena como si el muecín estuviese llamando desde el mosquitero. Suena en las sillas de mimbre, en las rejas de mi ventana. Suena en mi pasado de viajero sin regreso. En aquel que escuchó por primera vez el llamado en Estambul, cuando Estambul era una ciudad romántica y difícil; reencarnación pasada de la actual. Y entonces me movía por calles, por campos, por playas, en trenes, en autobuses destartalados, en camiones que iban a velocidad de nubes. Y avanzaba sin tiempo hacia cualquier horizonte. Eso he creído, que era yo el que iba, hasta que caí en la cuenta que era Ala el Grande quien me llevaba y me enseñaba los países, las montañas, lo ríos, las islas, los rostros, las risas, las camas, los amores. Y me enseñaba el misterio del mar, que es el mismo de las estrellas, que es el mismo misterio que hay entre el pecho y el estomago. Aquí, donde el muecín sigue sonando
ALLAAAAAAAAAAAAAHHH-HU-AKBAR